Compilamos a continuación dos notas aparecidas en Página 12 y la opinión de una lectora sobre la primera de ellas, que nos permiten echar algo de luz sobre la aparente "irracionalidad" del voto popular. Arturo Jauretche dijo unos años atrás, haciendo gala de la ironía que lo caracterizaba: "cuando está mal la clase media vota bien, pero cuando está bien.....vota mal". Las notas y opinión que ha continuación reproducimos profundizan el análisis acerca de las razones que explican el voto "autoflagelante" o "masoquista".

 

El psicoanalista Sebastián Plut analiza por qué hay gente que vota a un gobierno que la perjudica

“Cuando hay un voto por odio, eso se vuelve contra la propia persona”

En su último libro, indaga en la psicología de los votantes de la derecha, analiza la ideología del odio, expresa la ambigüedad del término “cultura” en un gobierno como el actual y conjetura acerca del “vecino” como destinatario de las políticas neoliberales.

Por Oscar Ranzani, publicado en Página 12 el 6 de junio de 2019

 

 

Es un misterio, pero por estos días muchos se preguntan por qué algunas personas votan a un gobierno que las desfavorece. El doctor en Psicología y psicoanalista Sebastián Plut lo toma como punto de partida en el libro El malestar en la cultura neoliberal (Editorial Letra Viva), aunque, como es de suponer, no hay una única respuesta. El mismo Plut detalla que el libro está estructurado en tres secciones. La primera aborda el neoliberalismo como “cultura” y cómo opera la antinomia “civilización o barbarie” en sus votantes. La segunda sección, a partir del análisis del discurso del presidente Mauricio Macri, intenta comprender la eficacia de su subjetividad en la configuración de sus estrategias como conductor político. La tercera parte tiene ocho ensayos sobre los medios de comunicación, la opinión pública y cómo en ese contexto instalan determinadas ideas y formas de pensar vinculadas con el individualismo. 

¿Existe una cultura neoliberal o es una ironía?. El problema de la pregunta, según Plut, es la “o” porque “puede existir y ser una ironía al mismo tiempo”. Este psicoanalista hace una disquisición sobre el término “cultura” y cierta ambigüedad que puede tener, “ambigüedad básicamente derivada de los múltiples usos que tiene el término y que forma parte de nuestro repertorio social y general”. Posteriormente, pasa a formular una conceptualización desde la perspectiva de Freud de lo que es la cultura. “En ese sentido, entiendo que efectivamente existe una cultura neoliberal en tanto modelo de práctica social, modelo de ciertos valores, metas, acciones, producción de servicios y de regulación de los vínculos pero que, al mismo tiempo, contiene su propia tendencia a la aniquilación de la cultura. Tiene esa paradoja”, explica Plut. 

 

–No hay una única respuesta al por qué la gente vota a un gobierno neoliberal. Desde su perspectiva psicoanalítica, ¿cuál le convence más, al margen de que el psicoanálisis trabaja caso por caso?

–Yo preferiría no tener que quedarme con alguna respuesta que me convenza más, no porque todas las hipótesis valgan lo mismo o sean igual de consistentes sino porque la heterogeneidad está en la masa de votantes de un gobierno neoliberal. Si uno lo dice de manera simple, hay quien vota a un gobierno neoliberal claramente porque se beneficia económicamente. Puede haber otros que lo votan porque el incentivo es moral, más allá de cuál es la moral que se sostiene en cada caso; quiero decir, que prefieren esos valores o modelos sociales, más allá de que se les deteriore la vida en otros terrenos, como el económico. Eso dicho en un plano descriptivo. Yo creo que la gente vota a un modelo neoliberal también para satisfacer cierta cuota de sadismo. Y lo que es más enigmático aún (y digo enigmático porque es la palabra que Freud usa para el concepto que voy a utilizar ahora) es que también creo que es por una cuota de masoquismo. 

–Parte de la gente que votó a Macri y que no le había ido mal en el gobierno anterior, ¿decide racionalmente o por odio a una figura política?

–También hay odio, por eso yo decía una cuota de sadismo. Puede haber una cuota de ingenuidad, pero yo creo que en muchas personas ha prevalecido el odio. Vuelvo al punto anterior: cuando hay un voto por odio finalmente eso termina volviéndose contra la propia persona. Y ahí es donde yo incluyo la categoría masoquismo. 

–¿Por qué alguien que está mal por este gobierno no es capaz de reconocerlo ni de evaluar la decisión que tomó en su momento?

–Es buena la pregunta porque usted recién preguntaba por la decisión de quienes votaron a Macri en 2015 y uno se pregunta si hoy es lo mismo; quiero decir, si las razones que determinaron el voto en 2015 pueden estudiarse del mismo modo que las razones que determinarían el volver a votarlo hoy. Por supuesto, siempre estamos hablando de los conjuntos amplios de la sociedad, no de los pequeños grupos que se van a beneficiar o que se han beneficiado económicamente o que están detrás de todo esto. Yo creo que hay varias razones para volver a votarlo. Incluso, me he preguntado si votan a Macri por odio a lo anterior, por odio al populismo o en qué medida este gobierno les permite justificar el vehículo de un odio. Si uno quisiera atribuir cierta ingenuidad al voto inicial o el hecho de que le hubieran creído a las propuestas o promesas de la “Revolución de la Alegría”, es más difícil de pensar al día de hoy que eso pueda ser un factor tan eficaz porque la realidad es contundente. Por eso, introducía el concepto de masoquismo, que aclaro que no quiere decir “Pegame que me gusta” ni nada eso sino que masoquismo son las conductas o los pensamientos que desarrollamos que no impiden que aumente el displacer. Más bien incrementan el propio displacer. 

–¿Por qué está instalada la idea en muchos votantes de Macri de que “los millonarios no necesitan robar”?

–No sé por qué está instalada. Creo que la han instalado y que ha sido una campaña instalar este tipo de pensamientos que da para hablar muy extenso y sobre sus implicancias. Por supuesto, en primer lugar yo considero que esa frase es falsa. Pero más allá de que sea falsa, lo más interesante de esa frase es que rompe con toda lógica porque no hay ningún nexo lógico entre el patrimonio de un sujeto y su honestidad. En todo caso, uno es honesto y, eventualmente, logra hacer dinero, o es deshonesto y por serlo logra hacer dinero. La honestidad y la deshonestidad pueden ser los factores que a alguien lo lleven a hacer dinero o no. Pero tener dinero no es un factor causal de la honestidad. La frase se propone como un nexo causal: “Como es millonario, no necesita robar”. De ese modo, lo que se logra es establecer un nexo entre dos premisas que no tienen nexo alguno. La frase, además de ser falsa, implica distorsionar la capacidad de pensar de los ciudadanos cuando la sostienen porque se sostiene algo que no tiene ningún fundamento y que rompe con la lógica, con lo cual se empieza a pensar de un modo carente de fundamento y de lógica. Por supuesto que esa frase tiene otras derivaciones como, por ejemplo, que si Macri es millonario y no necesita robar, los que necesitan robar son los pobres o aquellos que llegaron a la política para hacer dinero; es decir, los que no tenían dinero. Es una frase que también está al servicio de la estigmatización y que está al servicio de la ruptura de la lógica; o sea, de la perturbación de la capacidad de pensar. 

–Usted señala que en la antinomia “Civilización o Barbarie” intervienen los mecanismos de expulsión y de exclusión. ¿Se puede asociar con que en las ideas de los votantes de Macri la civilización es la adherencia a sus políticas y la barbarie sería el retorno al kirchnerismo?

–Claro, el problema de la antinomia “Civilización o Barbarie” es suponer que los grupos sociales están claramente divididos en sus rasgos psicológicos. O sea, que los civilizados están de un lado, los bárbaros están del otro; los buenos de un lado; los malos, del otro. La categoría a la que yo recurro, que es la de antagonismo, implica pensar los conflictos no en una división radical entre grupos o sectores sino los conflictos que se dan en todos nosotros. ¿Por qué se sostiene la antinomia? Yo creo que cuando se realiza esa operación de “Civilización o Barbarie” (o los nombres que pueda tener más en la actualidad del tipo “No hay izquierdas ni derechas, somos el centro y el equilibrio” o “Somos la normalidad”) se sostiene tan radicalmente porque aquello que se deposita en ese otro denigrado no sólo son un conjunto de rasgos que ese otro puede tener o no sino que también se proyecta en ese otro el propio desvalimiento. 

–En estos momentos se cambió la idea de “adversario” por la de “enemigo” en la vida política argentina, pero también a nivel de la sociedad. ¿Esto se puede relacionar con el concepto psicoanalítico del yo placer purificado?

–Claro, el yo placer purificado, dice Freud, expulsa de sí todo lo que es displacentero y se arroga para sí todo lo que es placentero. Freud utiliza una frase que es algo así como “Yo, lo bueno; lo malo lo escupo”. Eso tiene que ver con lo que hablábamos recién: no sólo yo creo que es malo lo que el otro tiene como atributos o rasgos sino que, además, parte de eso que le coloco al otro es propio. Y ahí es donde está la necesidad tan intensa de mantener la escisión radical en tanto me permite a mí considerarme normal, bueno, intachable, impecable, limpio de toda corrupción. Y creo que ahí es donde está la fuerza de la antinomia. Caetano Veloso tiene una canción que dice “De cerca nadie es normal”. Y eso es lo que pasa: nadie es normal, pero en la antinomia se pretende que sí. 

–Hay una idea de que el rico es por el esfuerzo que hizo y que el pobre es un subsidiado que no se merece ascender económicamente. ¿La denominada “meritocracia” anula cualquier posibilidad de lazos sociales y solidarios?

–La meritocracia anula y abomina de todo lazo solidario porque la meritocracia es el “sálvese quien pueda”. Esa frase aparece bajo la forma del pánico cuando entra una crisis, pero si yo lo que tengo es porque sólo me lo merezco yo y, entonces, tengo derecho a ciertos privilegios, cualquier acción colectiva aparece como amenazante de mi carrera personal. La meritocracia desestima por completo toda idea de lo colectivo, lo solidario; en términos freudianos, “todo aquello que sea la denegación del propio poder”. Por ejemplo, la justicia desde la meritocracia se entiende como la atribución de ciertos privilegios, el que tiene más versus el que tiene menos; mientras que la justicia según lo entiendo –y en esto también sigo a Freud– es entendida como una renuncia pulsional; o sea, como una denegación del propio privilegio: renunciar uno para que el otro también deba renunciar. 

–Muchos votantes del neoliberalismo que discutían de política en el gobierno anterior ya no lo hacen en estos momentos. ¿Esto tiene que ver con un sentimiento de vergüenza?

–Es llamativo que no lo hagan cuando antes lo hacían intensamente. Y si lo hacen, es sólo para hablar del gobierno anterior. Ese es un dato que me asombra enormemente. Y lo digo independientemente de las posiciones que cada quien tenga: a los votantes del macrismo (hablo de los ciudadanos, no hablo de los funcionarios, dirigentes ni militantes) no los suelo escuchar hablar del gobierno al que votan. Entonces, ¿qué es lo que ocurre que no pueden decir una palabra?. Creo que hay una cuestión de silencio ligada a la vergüenza, quizás con alguna especie de expectativa inconsciente de que el día de mañana podrán decir “Yo nunca defendí el gobierno de Macri”.

–¿Por qué Macri le habla al “vecino”?

–En principio, el vecino es aquel con el que uno tiene una cercanía espacial en términos de definición conceptual. Tengo un consultorio en Palermo y el que lo tiene en Flores no es mi vecino. Es más: el que tiene un consultorio a diez cuadras del mío no es mi vecino. Más allá de que cuando él empleaba la palabra “vecino” para hablar de toda la ciudad de Buenos Aires, en realidad la idea de “vecino” implica, por un lado, aludir al que está cerca, “está en mi mismo sector, o es como yo, o piensa como yo”. La idea de vecino alude al que supuestamente es un idéntico, con lo cual, en el fondo, cuando Macri le habla al “vecino”, en realidad no le habla al otro (otro entendido como diferente). Y éste es uno de los problemas del llamado “consenso”, sobre el cual este gobierno habla tanto, como el “trabajo en equipo”, “estar juntos”. El consenso es el nombre que el neoliberalismo le da a la democracia. Pero lo que no está explicitado en esa idea de consenso es cuál es el destino que se le reserva al que piensa diferente. En realidad, yo sé cual es el destino que se le reserva al que piensa diferente: la exclusión, la criminalización, la persecución, etcétera. Pero en el discurso no hay un lugar para aquel que piensa diferente, en tanto “todos debemos tirar para el mismo lado, estar juntos, trabajar en equipo”. En el neoliberalismo se pretende suponer que del otro lado nunca hay un adversario, un rival, un enemigo, se llame de cualquiera de estas tres maneras. Creo que lo que se intenta pensar es que el otro es idéntico porque sólo así se puede suponer que “todos vamos juntos para el mismo lado”, lo cual no tiene ningún correlato con lo que ocurre en los hechos. En los hechos, no todos tiramos para el mismo lado. Eso no ocurre. 

–¿Es cierto que en épocas de crisis la población refuerza posiciones de derecha?

–Algunos han dicho que en épocas de crisis se refuerzan posiciones de derecha, pero también se ha visto que en épocas de bonanza también se refuerzan posiciones de derecha. Podría haber mil problemas para la época del 2015, pero no es lo mismo que una situación de crisis social, política y económica si se reforzaron posiciones de derecha. Quizás habría una diferencia. Uno podría decir: “Si las cosas están muy mal, si hay una crisis y yo quiero votar algo diferente y me voy para la derecha” puede decir “a lo sumo me equivoqué, pero busqué una solución a un problema que existía”. Más curioso es cuando las cosas andan más o menos bien y uno dice: “Voy a cambiar”. ¿Las dos situaciones distintas dan el mismo desenlace? ¿lo económico no es el factor?, porque ya sea por crisis o por bonanza en una sociedad puede haber un incremento del voto hacia la derecha. Creo que no hay una respuesta clara o por lo menos yo no la tengo, pero sí diría que para ciertos sectores hay un conflicto cuando la clase media se acerca con la clase baja. Entonces, eso puede ocurrir por bonanza (porque la clase baja empieza a subir) o por crisis (que la clase media empiece a bajar). Y esto es lo que explota cierto sector dirigencial: los conflictos entre clase media y clase baja, entre los que se sacrifican y los subsidiados.

 ............................................................................................................................................................................................................................................

Opiniones de Paula T. vinculadas a la nota anterior:

Son muy interesantes las consideraciones de la nota. Pero hay una cuestión de género que se omite y, creo, en este caso es insoslayable porque hace al centro de la grieta y del odio. 
Lo señalo porque el «se robaron todo» no fue un discurso de la época de Néstor. Fue algo que surgió en la época de Cristina. Y es una lástima que al psicoanálisis le cueste tanto dialogar con la perspectiva de género y salir de la caja (lo digo como psicoanalista). 
A un hombre se le permite ser rico, ser líder y ser político. En el esquema del merecimiento, «es su destino natural». Cristina también es rica, porque ha sido una empresaria muy exitosa que ha hecho dinero en la actividad inmobiliaria durante años, y ha sido inteligente para invertir y manejar su plata. Pero no se ha definido desde ese lugar, mientras que Macri sí. A falta de otros méritos que mostrar, la subjetividad de este último está apoyada imaginariamente en su riqueza: Macri es el hijo heredero de un tipo que hizo guita. 
Cristina, por su parte, habiendo hecho dinero ella misma, ha tenido que vivir todo el tiempo sospechada y dando explicaciones, porque ser gobernante, ser inteligente, ser políticamente capaz, ser amada por la gente, ser mujer, ser bella... y encima ser rica... ¡es demasiado! Más aún: es imperdonable. 
Podríamos decir que Cristina representa una hibris, en el sentido de los griegos, un exceso que debe ser castigado por los dioses (curiosamente, _hubris_ o _hibris_ es el término que eligió el «doctor» Nelson Castro para «diagnosticar» la salud mental de la presidenta con pose de sabelotodo, cual Mariano Grondona del siglo XXI).
Entonces si Cristina es rica, tiene que ser porque es chorra, ya que saber hacer dinero no es el «destino natural de una mujer» (a menos que para ello se masculinice, o renuncie al amor real, o se quede en la sombra esperando que le den una silla en la mesa chica de los CEO, como han hecho otras).  Una mujer así tiene que ser llevada a tribunales para rendir cuentas, y hasta tanto dé explicaciones, se la presume deshonesta. 
En esa posición de objeto admirado y odiado, es interesante observar el goce con que los medios han reproducido hasta la náusea (y por primera vez en la historia del periodismo argentino, que yo recuerde), declaraciones e imágenes de gente insultando a los gritos a un(a) presidente(a) en ejercicio de su mandato, con las palabras más violentas y denigrantes ¡dirigidas claramente a su condición de mujer, no a su condición de gobernante! (Recordemos la cobertura mediática de la crisis del «campo»). 
Ahí había algo más que reprobación a un jefe de Estado... Era cierta turba desaforada, construida y manipulada, representando casi una escena bíblica, lapidando en cámara a una mujer por «puta» y «chorra», y por haber llegado demasiado lejos. 
Este disciplinamiento no había sucedido nunca y no habría sucedido tampoco si Cristina hubiese sido un presidente varón. Son cosas que no deben quedar afuera del análisis.

 

............................................................................................................................................................................................................

La tía Mary

Por Karina Micheletto, publicada en Página 12 el 27/6/2019

 

Una reciente y muy buena nota de Claudio Scaletta en este diario planteaba hace unos días desde su título: ¿Qué lleva a los empresarios a suicidarse?. Se refería a ese sector productivo que no hizo más que hundirse con las políticas económicas de estos años y ahora arma grupitos de papis en WhatsApp en defensa “del capitalismo”, recibiendo audios de felicitaciones del presidente, cual director del establecimiento. A mí esa nota me hizo acordar a mi tía Mary.

A la tía Mary ya la venía citando como un caso de estudio, y se me disculpará la primera persona pero lo que tengo que contar es una historia familiar, de la más estricta realidad. Mi tía Mary y mi tío Toy son dueños de un par de cientos de hectáreas en la rica Pampa húmeda del oeste de la provincia de Buenos Aires, con chalecito estilo inglés incluido. Cualquier Grobocopatel hubiera hecho pingüe diferencia trasnacional en los años de sojas gordas, pero mis tíos “trabajaron toda la vida” para poder vivir en ese pedazo de campo, y es justamente lo que quieren seguir haciendo: trabajar y vivir, y si es posible también morir ahí mismo, o por lo menos en el pueblo más cercano, según se ponen a pensar ahora que ya pasaron los 70.

 

Por obra y gracia de los 90, 2001 y después, a principios de este siglo, la tía Mary se vio transformada en una de las “Mujeres Agropecuarias en Lucha”, que se reunían en los campos a punto de ser rematados y, con el Himno Nacional a voz en cuello y la bandera argentina en alto, evitaban en lo inmediato el saqueo articulado. Lo que nació como un acto de desesperación fue tomando forma organizada, a cargo, como otras veces en la historia argentina, de mujeres que no se reivindicaban pero sí se enunciaban como tales, en este caso, las esposas de los chacareros. La tía Mary cantó el himno y arremetió junto a tantas en tantos campos vecinos, hasta que llegó el turno del suyo. El revoleo que se armó en el remate fue tal que varios terminaron en la comisaría, entre ellos mi viejo, confundido, según describe la crónica de pueblo chico, con el dueño del campo, a los convenientes fines de facilitar el trámite. Después de varias horas “demorado”, tras comprobar el error, a mi viejo lo soltaron. Y al campo lo remataron, nomás.

Esto fue en el año 2004 y la tía Mary, junto con otros productores, movió cielo y tierra hasta conseguir, sin más tarjeta que la de chacarera expoliada, lo que parecía imposible: una entrevista con el mismísimo presidente de la Nación, en la mismísima Casa Rosada. Del presidente sabía entonces poco y nada –como gran parte de las y los argentinos, a un año de su asunción– pero sí supo que hacía gala de un trato que le pareció inusual para el cargo: además de escucharla, en la entrevista el tipo se permitió tomarle la cara y decirle: “No te preocupés, gordita, que a tu campo lo salvás”. Poco después, se dio por probado que el remate y los compradores (la cuasi mafiosa “Liga”) avanzaron ilegalmente. Por orden expresa de Presidencia, se dieron quitas de intereses y créditos blandísimos del Banco Nación a los pequeños productores en riesgo de remate. Y la tía Mary al campo lo salvó, nomás.

Esa escena hoy forma parte del anecdotario familiar. Pero la foto que la registra –la tía Mary abrazada por el presidente Néstor Kirchner, sonriente y cercano– no está entre las muchas que se exhiben en esa casa de campo siempre cálida y de puertas abiertas, tan bien dispuesta para la comida compartida. 

La tía Mary no tuvo que hacer una gran abstracción intelectual, un fino ejercicio de proyección macroeconómica, para encontrar que: A) Hubo un país en el que el bien material y simbólico más importante de su familia, su campo, ya no fue rentable. Se endeudaron y lo perdieron. Eso fue con determinadas políticas y determinados discursos. B) Hubo otro momento en que pudieron recuperar ese mismo campo, y volverlo productivo. Eso fue con otras políticas y otros discursos. La tía Mary vivió A, y a continuación vivió B. Llegado el momento de C, votó a Mauricio Macri con convicción.

¿Cómo es posible C, en contra la experiencia más directa? ¿Qué lleva a la tía Mary, como a los empresarios de la nota, a su intento de suicidio? Pueden rastrearse razones múltiples, aspiracionales, de (desapego de) clase. Entre ellas, seguramente, una idea arraigada en estos gringos inmigrantes: “todo lo que tengo, lo gané con mi trabajo”. Y vaya si trabajaron duro, generación tras generación, en esta tierra que lograron volver propia. Ese sentido común extendido, incapaz de conectar contextos, se estrella sin embargo en este caso demasiado brutalmente contra una evidencia simple: A, contrario a B.

Decía que a la tía Mary la venía citando como un caso de estudio, casi clínico. Se lo presenté a Pedro Peretti, ex director de la Federación Agraria y autor junto a Mempo Giardinelli del valioso La Argentina agropecuaria. Propuestas para una agricultura nacional y popular de rostro humano, publicado por este diario. Desafortunadamente, a este chacarero que recorre el país y conoce “el campo” desde adentro, no sólo no le pareció un caso de escopeta, sino que pudo citar otros de similar envergadura.

Pero al de la tía Mary lo quiero seguir estudiando (al fin y al cabo, es mi madrina). Así que el fin de semana, de visita en el campo, mientras le hincábamos el diente a un costillar que en el cruel presente citadino bien puede ser calificado de obsceno (le conté a la tía Mary que en la Capital peleamos cuerpo a cuerpo y chango a chango por la paleta de oferta en el Coto, hasta tres kilos por compra) volví sobre el tema y sobre la anécdota de familia. Para mi sorpresa (la tía Mary es una caja de) describió un panorama preocupante. Que la rentabilidad bajó. Que los insumos aumentan a precio dólar (fijado a cincuenta, por las dudas), y al grano lo venden en pesos, a cobrar. Que las retenciones gozan de buena salud. Que los impuestos asfixian. Que las tarifas ni hablar.

 ¿Y entonces? –la chuceé en modo evangelizadora, recordando para mis adentros que hasta hace poco las declaraciones eran otras. “¿Sabés lo que me da miedo?”–la tía Mary cambió la voz, dejó en pausa el tenedor. “Que con los Fernández vayamos a ser Venezuela” –dijo, por fin, haciendo a un lado la costilla, como quien arroja lo definitivo. Quién sabe qué le molesta de Venezuela a la tía Mary, viviendo como vive en el medio del campo. Quién sabe cómo se conecta ese país del Caribe con A y con B, con su experiencia, con su aquí y ahora bonaerense. Quién sabe si puede ubicarlo en el mapa. Pero resulta que a la tía Mary le da miedo Venezuela.

En otra nota destacada de este diario, la entrevista de Oscar Ranzani a Sebastián Plut, el psicoanalista ubicaba al sadismo y al masoquismo como explicaciones técnicas al voto neoliberal, cuando va en contra de los propios intereses. Yo creo que esas categorías no le pueden caber a la tía Mary, que dedica sus mejores esfuerzos a estas comilonas compartidas, y que mientras junta los platos va planeando qué podemos saborear mañana. Para mí que hay que seguir estudiándola. Y, sobre todo, recordándole que existió A y que existió B, porque en alguna parte de su cuerpo, ese que la llevó a arremeter y a organizarse y a mover cielo y tierra, esa memoria está. De acá a octubre, habrá tiempo para otros asados.