Escrita por Tomás Rebord, publicada en PANAMÁ NO TODO ES POLÍTICA, http://www.panamarevista.com/

 

 

 

“Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra. Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas.”

Popol Vuh.

Durante la última temporada de Game of Thrones, Tyrion Lannister asumió el indecoroso rol de defender lo indefendible, frente a un objetivo deterioro en calidad de guión, manejo del timing y recursos materiales, El enano se puso la 10 y fue el Marcos Peña de la serie.

Exhausto, capítulo a capítulo, se transformó en incómodo abogado de resoluciones perezosas, intentando convencer al espectador (o a sí mismo) de que un buen “relato”  era capaz de resolver cualquier conflicto y tapar el Sol con la mano. Así asistimos a complejas guerras reducidas a problemas de narrativa, resumidas en el fascinante acto final en el cual un sospechoso alegato en favor de un paralítico enigmático supo garantizar la imposible paz social sólo por tener una buena historia.

Desde nuestras latitudes nos permitimos sospechar la dura lección que Cambiemos aprendió con una paliza electoral sin precedentes para un oficialismo de estreno es la misma que el kirchnerismo deglutió luego de convertir su pretendida “Batalla Cultural” en una impotente insistencia por una ideología prefabricada. Ambos entendieron que el discurso no prefigura la realidad.

Afortunadamente para HBO no hubo necesidad de pasar su resolución por las urnas. Desafortunadamente para nosotros, negar el poder de un relato parece tan ineficaz como beatificarlo.

Con la vuelta de “la política”, la derrota del omnipotente algoritmo, Duran Barba prófugo, la posverdad en la clandestinidad y el mundo jugando a la Guerra por Twitter, ¿cuál es el lugar del relato? ¿Quién explica? El ídolo quemado de la Globalización democratizadora deja un vacío de Fe que aún no ha sido llenado y esto no es mucho más que un vacío de narrativa, de propósito.

El Sur del planeta es porfiado, el peronismo supo ser eficaz (entre múltiples motivos) por haber sabido encontrar un hueco narrativo en su orden mundial, narrar y narrarse: La Tercera Posición, las 20 verdades, su Comunidad Organizada y su Doctrina. Pecando de síntesis y arbitrariedad, el peronismo logró reunir un liderazgo poderoso, tener un sujeto político claro, un cuerpo teórico y una cultura que, sumadas a su versatilidad, pragmatismo y flexibilidad, le dieron eficacia en el pasado y una potencia proyectada hacia el futuro.

Esta potencia depende exclusivamente de su capacidad de reinvención (harto probada), y su génesis mutable. Históricamente el peronismo parece haber renunciado a la pretensión de verdad, prefiriendo ganar a “tener razón”, buscando representar antes que imponer. En esto radica su irreductibilidad: mutar todo lo que deba ser mutado, al compás de la sociedad que le toque reflejar.

Al quinto peronismo le urge ser narrado, y narrar el mundo, su mundo. Porque si bien “realidad mata discurso” en el Piedra, Papel o Tijera electoral; con narrativa no alcanza, pero sin narrativa es imposible. Parafraseando a Los Auténticos Decadentes: el relato no es todo, pero como ayuda.

La comunidad organizada digital

Postular la narrativa de un ciclo político siempre peca de arbitrariedad, hacerlo cuando recién está comenzando puede ser directamente catalogado de demencia… que dé un paso al frente el argentino cuerdo y arroje la primera piedra entonces.

El estreno del nuevo oficialismo fue cuesta arriba en todos sus frentes: arrastró el desgaste de haber sido prácticamente “pre-electo” en las PASO y heredó la emergencia social en carne viva. Alberto Fernández y un responsable frenesí de trabajo aportaron a la sociedad civil un fin de año inflamado y confuso, donde era particularmente difícil entender qué se estaba haciendo, cómo y por qué. El reproche es conocido: se comunica mal.

No hay necesidad de cargar algoritmos contra los “medios concentrados” o categorías temerosas como “formadores de opinión”, hay una comodidad en justificar las falencias propias con conspiraciones ajenas y pareciera que a esta altura del Siglo XXI la tecnología ofrece sobradas condiciones para comunicar fácilmente y de primera mano. Quizás, embebido en el triunfo de “la política” sobre el marketing, el quinto peronismo peca de un exceso: creer que con la realidad alcanza por sí sola.

En la búsqueda del punto medio entre el oscurantismo algorítmico de Durán Barba y el aplomo de un apático res non verba yace el instrumento narrativo del Quinto Peronismo, fatalmente digital, necesariamente rápido, y sin intermediarios.

La dimensión digital de la nueva comunidad organizada es una imposición de las nuevas formas de relacionarse al interior de la misma e impacta en todos los órdenes del presente y futuro: la juventud, el futuro del trabajo, la ciencia y la tecnología.

Una nueva pata parece erigir el futuro del peronismo y tiene Wi-Fi, quizás Alberto Rodríguez Saa no sólo fue adelantado en su “Hay 2019”, si no desde que impulsó una conectividad casi obsesiva para toda la provincia de San Luis.

Relato, comunicación y medio digital, se mezclan en una nebulosa futurista que el gigante invertebrado y miope deberá atravesar para salir, una vez más, mejorado. Una generación entera de nativos digitales ha votado por primera vez, y masivamente se han inclinado por el peronismo, olvidar esto podría ser fatal.

Podríamos decir que la única verdad sigue siendo la realidad, pero subirla a Instagram puede servir.

Las 20 identidades

Otro de los signos del presente peronista (y argentino) corresponde a una realidad que no espera a ser entendida, te lleva puesta.

Una discusión apócrifa estalla en Twitter, un usuario comparte indignado un video de la Marcha del Orgullo en el cual se canta y celebra la marcha peronista “si el General los viera los fusilaría” establece, de los confines de la red se canta retruco señalando lo obvio, el peronismo ha sido el movimiento de mayor ampliación efectiva de derechos civiles del país, del voto femenino al matrimonio igualitario.

¿Bajo qué lógica Juan Domingo Perón se opondría a una Plaza llena que celebra su liderazgo en nombre de la ampliación de sus libertades y derechos? El fundador del movimiento fue una persona que supo cartearse con Mao TseTung mientras comía una Paella con Franco, su gestión consagró la Ley de Divorcio y hoy el Sillón de San Pedro es calentado por un peronista.

El movimiento lleva como impulso vital la democratización del goce, el derecho al amor, la justicia y la igualdad, cada ápice de equidad que se conquista es una inyección de vida a la vigencia de la Doctrina Peronista. ¿Cómo la celebración de la identidad podría resultar ofensiva al fundador el movimiento más grande de Occidente y su más versátil intérprete?

Mismas acusaciones recibe a veces el movimiento de mujeres, potencia inocultable del presente, y uno de los pilares de la resistencia al ciclo de Cambiemos, en estos casos la afrenta es directamente contrafáctica, la génesis del peronismo es inclusiva y ha sido, también, femenina; bastaría con señalar la obviedad de Eva Perón, pero también puede contarse con que orgánicamente la rama femenina era (y es) uno de los ejes de conducción del Partido Justicialista desde 1949.

Quizás es tiempo de aceptar (y celebrar) que si Perón viviese sería más probable verlo dragueado sobre un carro de la Marcha del Orgullo que “fusilando” gente en nombre de sus inseguridades sexuales.

Evita dijo que donde existe una necesidad nace un Derecho, bien podría postularse que donde nace un Derecho hay peronismo.

La Tercera neutralidad

Pretender que el peronismo se defina a sí mismo sin interrupciones en un planeta signado por la arbitrariedad y vehemencia negocial de Donald Trump y la imparable escalada China sería aislacionista hasta para un norcoreano, sin embargo, el contexto plantea una oportunidad para la resignificación de una de las banderas históricas del justicialismo: la tercera posición.

Toda aplicación lineal es injusta (en el peronismo ni las líneas rectas son lineales), y a veces se incurre en una suerte de ortodoxia mecánica y caprichosa para interpretar el presente con reglas de hace medio siglo atrás, pero el 2020 fue inaugurado con amenazas de guerra total entre Estados Unidos e Irán, con un escenario de conflictividad vigente y latente.

Alberto Fernández inauguró su gestión (en rigor, desde ser Presidente electo) con una participación activa en una región convulsionada, su rol fue central en el salvoconducto de Evo Morales hacia México y hoy por hoy lo hospeda en el país. El Grupo Puebla pudo haber pecado de prematuro o poco robusto, pero fue ante todo una declaración de interés en la región y el mundo.

Hay una vocación de participar, de gritar una opinión, y la diplomacia argentina tiene una tradición que puede encajar magistralmente con el Justicialismo clásico: la neutralidad.

Cuando el mundo explota, la Argentina juega imparcial, debate frenéticamente en la esfera pública, pero comercia con los rivales, un equilibrio propio de las mejores costumbres peronistas.

En este ciclo de caos aparente, Argentina puede ser un faro de racionalidad, una década atrás ser defensor de la “democracia” podría parecer hasta anacrónico, hoy existe un Gobierno de facto en un País vecino. Al desorden mundial, Alberto Fernández puede mostrar una veta poco explotada en el marketing del peronismo: su innegable institucionalidad y republicanismo.

Nuestro país canalizó una crisis social en las urnas, mientras los modelos regionales de propios y ajenos estallaban en conflictos callejeros, el peronismo es y ha sido paz e institucionalización de los conflictos.

En una dimensión moderna, también tiene frente a sí la posibilidad de proponer un orden sustentable para el planeta, no sólo en su institucionalidad si no en las discusiones sobre el cambio climático y desarrollo, cabe recordar que Perón ha escrito sobre el tema, reivindicando el rol estratégico de los recursos naturales y la protección de los mismos. El león era herbívoro pero no boludo.

Neutrales y racionales en un mundo histérico; democráticos y republicanos en una región violentada, el quinto peronismo tiene frente a sí la posibilidad de ejercer un relato de orden, progreso y paz que podría ser material de exportación.

Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, fijar Tweet

Una palabra se talla en piedra junto a Independencia económica, Soberanía política y Justicia social… dice UNIDAD.

Este principio histórico cotizó en alza de cara a la conformación del último frente electoral, un recordatorio de que sigue vigente el “unidos o dominados”. Esto ha sido legítimamente confuso de digerir para algunos adherentes del último ciclo kirchnerista, en otro tiempo y con menos golpes encima, la unidad por sobre “pureza” no tuvo siempre una jerarquía clara.

Además, la unidad en la práctica amaga con alcanzar el campo teórico haciendo del pragmatismo un método, cuando Alberto Fernández declara que encontrarán en él soluciones ortodoxas y heterodoxas puede escucharse el eco de aquel concepto antidogmático de Raúl Scalabrini Ortiz: “¿Qué es eso de librecambio o proteccionismo? ¿Se piensa sacrificar la posible solución de un problema a una palabra?”

El quinto peronismo parece haber enterrado definitivamente toda pretensión de vanguardia y una humildad tensa reina en el ecosistema justicialista. Nadie la tiene atada, y la interdependencia es total.

Convertir esto en una virtud y fortaleza del movimiento es una posibilidad del presente, quizás sea tiempo de dejar de cantar “resistimos en los 90, volvimos en el 2003” como agregado a la marcha, un “la chocamos en los 90…” podría ser más sincero y responsable, o al menos más fácil de cantar para Carlos Menem, integrante del bloque que conduce Cristina Kirchner en el Senado. Después de todo hablar de “Quinto Peronismo” también es una decisión: significa que hubo, al menos, cinco.