Publicado por Eduardo Blaustein, extraído del muro de Silvia Prado

"Todos saben que León Rozitchner no era K ni ahí. Escribió esto -híper vigente- que en su momento no leí y posteó Enzo Gabriel Nardi: Cristina Fernández es una mujer que se unió a un hombre desde otro lugar corporal histórico: donde el encuentro de la heterogeneidad de los sexos en la militancia temprana no se impuso como sumisión, sino como igualdad dentro de esa diferencia.

Seamos objetivos: ambas (Cristina, Eva) son dos modelos que una misma matriz política engendra. Cristina no es más buena ni más mala que Evita: es una mujer histórica distinta, aunque algo las una y otro algo las separe.

Cristina es un animal político femenino en pie de igualdad con el animal político masculino de su marido Néstor, cosa que no pasaba con Perón y Evita.

Ocupa un rango superior a Evita en la escala de Richter de la evolución femenina.

Aquí las diferencias no se contraponen, sino que se complementan, como se complementan los cuerpos que al amarse se unen.

De allí surge, desde muy abajo, otro modelo político –tiránico o acogedor, según sea la cifra– en los representantes del poder colectivo en el gobierno. Y por eso también desde allí surge ese odio nuevo, tan feroz y mucho más intenso, que se apoderó de gran parte de nuestras clases media y alta argentinas.

Por eso, tantas mujeres sumisas y ahítas de alta y media clase, tan finas y delicadas ellas, no nos ahorran sus miserias cuando se muestran al desnudo al dirigirle sus obscenas diatribas: no ven lo que muestran.

Son mujeres esclavas del hombre que las ha adquirido –o ellas lo hicieron– y al que se han unido en turbias transacciones, donde el tanto por ciento y las glándulas se han fusionado en una extraña alquimia convertida en empuje que llaman 'amoroso'.

La envidian a Cristina desde lo más profundo de sus renunciamientos que el amor 'conyugal' exige pero no consuela.

Cristina las pone en evidencia a todas: se han quedado, sin jeans que las ciñan, con el culo al aire.

Ella tiene, teniendo lo mismo o más de lo que ellas tienen, lo que a todas juntas les falta.

Pero saben que tampoco podrían nunca llegar a tenerlo.

Por eso, ellas no la envidian: la odian como a una traidora de clase –de clase de mujeres, digo–. La han cubierto de insultos y desprecios: de las ignominias más abyectas que nunca vi salir antes de esas boquitas pintadas de servil encono.

Cristina las pone fuera de quicio. Esto también constituye el suelo denso y material de la política, tan unido a la lucha de clases entre ricos y pobres.

Ellas también son el resultado de la producción capitalista de sujetos en serie: mercancías femeninas con formas humanas, con su valor de uso y su valor de cambio.

¿Y del odio de sus maridos?

De esos machos viriles que ven en Cristina, mezclados con sus maduros atractivos femeninos que les hacen cosquillas desde el cerebro hasta sus partes pudendas, a esa mujer que un flaco feo y bizco ha conquistado, no se la tragan.

Primero los humilla que sea el suyo un tipo de mujer que nunca ni siquiera podría posar en ellos su mirada, y que los supera con su inteligencia.

Segundo, y como consecuencia, ven avanzar el peligro en la amenaza de un modelo femenino que termine con la sumisión de sus mujeres en las cuales ellos han invertido tanto: toda una vida de negocios turbios y de duro trabajo de oficinas, de atender la clientela, de contar ganado o hectáreas de soja, y de groups financieros para poder 'mantenerlas', como si de amor se tratara esa transacción que los sigue minando por lo bajo y los hace sentir tan vacíos e impotentes y adictos al Viagra.

Sienten en la figura femenina desafiante de Cristina –aunque exageren– la revolución en marcha: un nuevo modelo de pareja política”.