Elaborado por el colectivo Marambio

Escribimos estas notas “colectivas” con una frecuencia mensual. Intentamos reflejar en ellas nuestra visión sobre los acontecimientos políticos ocurridos en el periodo “entre” notas, siempre con la premisa de analizar los hechos desde una perspectiva militante que permita extraer conclusiones que decanten en sugerencias, quizá ideas, puede que una guía para la acción en el sentido de fortalecer el proyecto nacional, popular, democrático y feminista y al gobierno encabezado por Alberto y Cristina. Lo acontecido en las últimas semanas y en particular a partir del jueves 15 de abril nos obliga a prestarle particular atención al accionar de la oposición: no vamos a intentar ocultar nuestro estado de ánimo detrás de una innecesaria corrección política…estamos enojados.

 

Cualquier análisis desde una visión nacional y popular debe estar determinado por la crisis sanitaria generada por el aumento exponencial de los contagios de COVID y del consiguiente incremento del número de muertos, la tensión del sistema de salud y el aumento en la ocupación de las camas de terapia intensiva; pero también por la luz de esperanza que se enciende con cada vuelo de Aerolíneas que parte o retorna a/de Moscú o Beijing en busca o con cargamentos de vacunas –cargamentos de vida-, por cada historia de un adulto mayor o un trabajador esencial inmunizado, por la noticia de la pronta fabricación de la Sputnik en un laboratorio nacional o por el avance en el proceso de creación de la vacuna argentina de la mano del trabajo de científicos de la UNSAM y del CONICET.

 

El contexto dramático, analizado desde el más elemental de los sentidos –el sentido común-, justificaría que el escenario político presentara una convivencia más o menos armoniosa entre oficialismo y oposición, dejando las disputas para momentos futuros una vez superado el escenario pandémico, una vez que se dejen de contar los contagiados y los muertos diarios por decenas de miles y varios cientos respectivamente. Sin embargo el sentido común no sirve para nada cuando se pretende analizar las actitudes de una oposición hegemonizada por personajes y fuerzas políticas (de creación reciente o centenarias) cuya matriz ideológica es claramente de ultra-derecha. La tensión política generada por el macrismo es extrema y utilizan sin tapujos la crisis social y sanitaria provocada por su gobierno y la pandemia –en ese orden-, tratando de extremarla hasta donde su capacidad de acción se los permite.

La pandemia con sus muertos ha puesto blanco sobre negro, con una crudeza que abruma, el cinismo del PRO y sus socios, su falta absoluta de escrúpulos y la exacerbación del oportunismo político a niveles impensados. El macrismo, en todas sus vertientes -desde Patricia Bullrich hasta Larreta y Vidal pasando por los inefables representantes del radicalismo-, ha demostrado ser un digno heredero de los que bombardearon la Plaza de Mayo en 1955, de los fusiladores de 1956 y Trelew, de los genocidas militares y civiles del proceso. No estamos exagerando: juegan con la muerte y apuestan a ella para “hacer política”, pretenden avanzar pisoteando cadáveres –cuantos más mejor-. Desprecian la vida, nuestra vida: se cagan en ella, con el único objetivo de recuperar posiciones de poder perdidas y de defender privilegios de casta

La reacción frente a las últimas medidas que tomó el gobierno nacional para tratar de limitar la circulación y frenar la curva de contagios los ha dejado desnudos. Después de fomentar las marchas anti-cuarentena, de ser voceros de los anti-vacunas y de los anti-cuidados, de boicotear la campaña de vacunación y definir a la Sputnik V como veneno, les quedaba solo el taparrabos: lo perdieron el domingo 18 de abril judicializando una política sanitaria como la de suspender por dos semanas las clases presenciales, dándole entidad al fallo de un tribunal de comarca integrado por amigos y parientes, desconociendo un fallo de la justicia federal y tratando de imponer la falsa dicotomía presencialidad o no: justamente ellos, que atentan en forma permanente y entusiasta contra la educación pública y gratuita.

Ésta derecha desinhibida, sin complejos, orgullosa de ser derecha, se presenta como transgresora. Lo terrible es que su transgresión viene de la mano de pisotear cualquier posibilidad de convivencia democrática, dirigiendo su acción en el sentido de construir una sociedad del apartheid, en la cual sólo tengan entidad sus derechos, condenando a las grandes mayorías a sobrevivir malamente del desperdicio de los poderosos. ¿Cuándo Patricia Bullrich dice que se vacunen los que pueden pagarse la vacuna se equivoca y propone una burrada o explicita el modelo de país que van a intentar imponer en un futuro cercano?. ¿Cuándo Mauricio Macri dice “abran todo y que se mueran los que tienen que morirse” se equivoca y propone una burrada o explicita el modelo de país que van a intentar construir en un futuro cercano?. La respuesta es: no se equivocan. Hacen política con la muerte como variable lo que equivale a hacer antipolítica. Y si imponen la antipolítica se llevarán puesto el valor más básico de la democracia: su contenido representativo sustanciado a partir del voto popular. Es más: necesitan destruir elementales valores democráticos ya que son conscientes de que dificilmente puedan construir mayorías perdurables cuando su propuesta es brutalmente elitista. La ultraderecha vernácula no se siente sola sino firmemente integrada a un mundo donde los poderosos acaparan muchas más vacunas de las que necesitan y los laboratorios privados se niegan a compartir sus desarrollos protegiendo astronómicas ganancias en el reino de la muerte.

“Nuestra” derecha transgresora tiene la capacidad de imponer agenda: por su poder económico, por su poder mediático, por su poder judicial, pero también por su desvergüenza, irresponsabilidad y activismo incansable para atacar todo aquello que huela a beneficio para las mayorías populares.

Y cuando pueden imponer su agenda nos colocan en una posición que parece conservadora … y puede que lo sea, porque las fuerzas populares debemos asumir el rol de defender lo bueno que hemos sabido construir a costa de muchísimo sufrimiento: la democracia y el derecho a que las mayorías participen en la discusión del modelo de país a construir, la política como instrumento de cambio y autodefensa, las organizaciones sindicales y sociales como defensoras de los derechos de los trabajadores y los desposeídos, el estado como contrapeso del poder económico e instrumento equiparador de derechos.

El caos parece ser el estado natural para la reproducción del capitalismo en su etapa actual de desarrollo y la pandemia ha potenciado el contexto caótico en el que los neoliberales pretenden que ninguna categoría quede en pie: es responsabilidad de las fuerzas populares demostrar a las sociedades que conceptos tales como justicia social, soberanía económica, independencia política, solidaridad y distribución equitativa de la riqueza cimentarían un mejor vivir y por ende deberían ser defendidos y transformados en bandera.

 

La pandemia y su novedad exigen que se encuentren respuestas políticas día tras día. Debemos construir una épica: defendiendo la vida por medio de Hospitales públicos que puedan atender a todos aquellos que lo necesiten para lo cual se debe bajar la curva de contagios, sosteniendo el proceso de vacunación para lo cual se debe seguir consiguiendo vacunas apoyándonos en aquellos países que escapan de la lógica capitalista y del mundo unipolar o fabricando nuestras propìas vacunas, fomentando la recuperación de los salarios para incrementar el consumo interno y sostener la recuperación económica y protegiendo con políticas sociales agresivas a aquellos que más sufren frente al parate económico que pueden provocar las medidas que restringen la circulación.

Si logramos recuperar la iniciativa política, es esperable que la figura de Larreta comience a sufrir desgaste: es difícil que pueda sostener su imagen de moderado y dialoguista cuando acuerda medidas en reuniones con el gobierno nacional que simultáneamente rechaza en su espacio partidario –medidas sanitarias que por lo tanto no controla ni hace cumplir- o cuando considera que un ignoto tribunal local tiene preminencia sobre las decisiones de un juez federal. También es difícil que pueda sostener una imagen de republicano respetuoso de la división de poderes cuando desconoce la fuerza de ley de un decreto presidencial y se rebela incumpliendo su contenido, cumple los fallos que lo favorecen pero desconoce los fallos con los que no está de acuerdo, niega en forma sistemática las consecuencias desastrosas de la expansión del virus en el AMBA, niega la crisis hospitalaria en CABA y se hace irresponsablemente el distraído frente a la difusión del virus desde la ciudad que él gobierna hacia el resto del país federalizando contagios y muertes. Si hasta no hace mucho parecía sostenerse en un delicado equilibrio con los más ultras de su espacio, hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Larreta es Macri en el plano nacional y Larreta es Bolsonaro en el plano latinoamericano.