Los setenta: Perón Vuelve, Cámpora al gobierno – Perón al poder

 

- ¿Qué recuerdos tenés del proceso político post – Cordobazo?

Tras la caída de Onganía, asume como presidente de facto el general Roberto Marcelo Levingston, un militar formado en la Escuela de las Américas que regresó de Estados Unidos para asumir el Gobierno, lo que explica dónde estaba el centro de poder mandante sobre el gobierno argentino. Levingston armó un gobierno extraño para la tradición liberal oligárquica: desarrollista en lo económico porque puso a Aldo Ferrer en Economía y a Juan Alejandro Luco en el Ministerio de Trabajo. Luco era un hombre con muchos contactos en el sindicalismo. Yo conocía a ambos porque los ví un par de veces cuando acompañaba a mi padre en su militancia llevando cartas a distintos personajes. No puedo asegurar de dónde venían las cartas ni de quien eran, yo no las leí ni mi padre me habló nunca ni de su o sus autores ni del contenido. Era sólo un niño peronista que acompañaba a su padre por el pancho y la Bidú.

Cuando digo que conocí a Luco y Ferrer me remito a los tiempos de las presidencias de Guido e Illia en la primera mitad de la década del 60. Aldo Ferrer instauró el “compre argentino” y el “vivir con lo nuestro” y dio el impulso inicial al desarrollo de Ushuaia al crear una zona libre de impuestos para las empresas que se radicaran allí. Creo que fue un buen gobierno en lo económico e incluso menos represivo que el de Onganía. Pero los efectos de la “noche de los bastones largos” eran irreversibles: la juventud de clase media urbana universitaria se había lanzado a la lucha revolucionaria potenciando la radicalización de los jóvenes de las clases medias rurales creando organizaciones campesinas de base. El camino de la participación se planteaba con mayores obstáculos para los jóvenes de clase obrera por las barreras que generaban las direcciones sindicales tanto participacionistas como clasistas[ib1]  que se ponían al margen de la lucha política y atendían sólo lo reivindicativo. Para los jóvenes de clase obrera la organización posible era la territorial, el barrio, por eso es tan cierto lo que se cantaba en las movilizaciones: “…la JP nació en los barrios, tirando piedras, poniendo caños, dando la vida por Juan Perón”.

Este periodo “desarrollista” coincidió con el crecimiento de las organizaciones armadas que operaban más fuertemente en esos años, sobre todo el ERP y las FAR. Montoneros fue muy golpeado por la represión posterior al ajusticiamiento de Aramburu y la toma de La Calera en Córdoba y las FAP, que ejercían mucha influencia en el Peronismo de Base y en las Ligas Agrarias, tenían a sus cuadros de dirección mayoritariamente presos. Descamisados estaba inmerso en un trabajo de alta costura, uniendo los retazos de la resistencia y operando muy poco y sólo en acciones de propaganda armada. Las FAL también ejecutaron una cantidad de acciones importantes pero insertas en el microcosmos de la izquierda marxista-leninista.

Con los años llegué a la conclusión que, aunque limitada en lo político, la experiencia en el SMATA fue buena desde el punto de vista formativo, particularmente en lo que tenía que ver con el cuidado de los pibes. Nos protegían de nuestro propio desborde y entiendo que al hacerlo protegían la continuidad histórica de la estructura sindical. Mi viejo me enseñó en esos tiempos que: “la conciencia se mide en organización y el sindicato es la organización primaria de la clase trabajadora”: asegurar la supervivencia de los sindicatos era estratégico.

Ojo, con la militancia territorial pasaba algo similar: los viejos nos cuidaban de nuestro propio entusiasmo y nos daban tareas que hoy puedo ver tenían un enorme sentido histórico. Acompañar una columna, como en el caso del 17 de noviembre de 1972 hasta un punto y contar que hasta ahí no se perdiera o encanaran ningún compañero, para después volver y avisar al control. Era duro no ir hasta el final, a veces sentías que te perdías una parte de un acontecimiento de trascendencia histórica, pero había que cumplir la tarea encomendada. “Hay que cuidarse, estos milicos son asesinos, mira lo de Trelew”, solían decirnos los militantes con más años y experiencia para graficar la crudeza de la realidad que se vivía. Esos 18 años de lucha habían enseñado a los viejos a cuidar el material humano que iba a asegurar la continuidad histórica de la lucha del pueblo. Formar a los pibes es una tarea de orfebre, sólo el amor al pueblo puede darte la comprensión necesaria para no anteponer tu ego y cumplir con el mandato del general, “primero la patria, después el movimiento y por último los hombres”.

 

- ¿Qué análisis haces sobre el secuestro y muerte de Aramburu y la presentación “pública” de Montoneros?

Aramburu fue ajusticiado. Lo califico así porqué el peronismo fue la representación democrática del pueblo institucionalizada por el voto popular. Hasta el 55 regía una Constitución, la del 49, consagrada también por elección popular. El levantamiento contra ese orden constitucional, el posterior gobierno de facto y el terror como método de disciplinamiento social interrumpen por la fuerza la continuidad histórica del orden jurídico del estado. El orden constitucional de la Constitución de 1853 fue reemplazado por los medios institucionales que esa misma Constitución preveía. El avasallamiento del Orden Constitucional de la Constitución de 1949 pone de hecho en la ilegalidad a todos los actos tomados por ese gobierno de facto. Roto el pacto constitucional, la soberanía popular vuelve a su sujeto constituyente: el Pueblo. La acción ejecutada por Montoneros fue la respuesta sentida y deseada por la militancia activa del peronismo que a pesar de su proscripción seguía siendo la representación política de la primera minoría o mayoría relativa del ordenamiento democrático que el pueblo Argentino siempre tuvo como orden preferencial de su organización. El sentimiento de representación de los intereses de la Patria que los peronistas llevamos como cultura heredada nos creó esa obligación de defender la patria en sus derechos. Se nos acusa de totalitarios por creernos depositarios de la representación de esos intereses, pero el acceso al gobierno siempre fue mediante el voto popular y nuestra construcción electoral frentista demuestra nuestra voluntad no totalitaria. La pretensión punitiva del Estado es la base constitutiva del pacto social que ese pueblo da para que la institución del servicio de justicia lo proteja. Cuándo ese pacto jurídico o convención social es interrumpida pone en situación de indefensión a todo o parte de ese pueblo. La militancia política siente en cualquier ideología que su razón de ser es activar voluntariamente lo que su imaginario colectivo le propone como ideal social. Esto ocurre a derecha o izquierda del arco político. La pretensión punitiva del Estado también es una convención sentida por todo el arco político de la representación popular. El compromiso histórico que siente el militante peronista es una característica particular de este movimiento político. Un ejemplo de ese sentimiento es la consigna cantada por la militancia peronista en los tiempos anteriores al 73: “Yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P… Perón”. La acción de hecho de justicia debe analizarse en este contexto histórico político, no bajo la atemporalidad de un código de derecho no vigente para proteger los intereses políticos populares. El desarrollo de este análisis lo elaboré en la larga reflexión sobre el hecho que tuve en los años de cárcel y los intercambios con muchos compañeros abogados con los que compartí militancia.

Mi vocación por el derecho es un marco heredado dentro del contexto familiar, mis viejos intercambiaban opiniones sobre derecho. Mi abuela materna era hija de un político y abogado y sus opiniones políticas sobre los derecho de las mujeres estaban siempre sustentadas en referencias interpretativas del derecho. Por parte de mi viejo herede el contexto de referenciar las opiniones políticas con petición de derecho. Siempre valoré los hechos históricos dentro del marco del derecho del pueblo garantizado en las mandas constitucionales. Al momento del ajusticiamiento de Aramburu ya tenía vocación militante y si bien no tenía militancia orgánica de encuadramiento por la clandestinidad de la lucha política no sindical, me sentía un peronista militante. La alegría por estar frente a un acto de justicia vino acompañado por la duda del hecho violento como fundante de una línea de acción política. Mi simpatía por los anarquistas y su idea de la acción directa como acto de justicia del pueblo, me servía para sostener lo correcto de la acción. En esos días, San Lorenzo tenía la cancha de avenida La Plata clausurada por el mal estado de los tablones y jugaba los partidos de local alquilando la cancha de Chacarita, en San Martín. Estábamos viendo con mi viejo un partido de fútbol en esa cancha, cuando el locutor de la voz del estadio pidió un minuto de silencio por la muerte de Aramburu -había sido encontrado su cuerpo-. La respuesta fue una inmediata silbatina que unió a las dos hinchadas y desde la tribuna de San Lorenzo empezó a crecer un canto que decía cada vez más fuerte: “Duro duro duro, vivan los peronistas que mataron a Aramburu”. Esa reacción popular selló todas mis dudas y mi sentimiento de alegría ya fue sin la culpa de la cultura católica.

El derecho en sí mismo es una interpretación elaborada por especialistas que no escapan a su cultura y visión de clase social, pero la aceptación de ese orden jurídico establecido que hace el pueblo está permeado por la mayor o menor afectación de sus intereses o derechos convencionados en el imaginario colectivo. El pueblo con identidad política peronista vio a Aramburu y Rojas cómo asesinos violentos por el bombardeo a la Plaza de Mayo y los ataques a la población civil indefensa en el acto de desplazamiento del gobierno popular constituido. Al hacerse cargo del gobierno de la “Libertadora”, ambos militares reafirmaron su condición de asesinos con la masacre de José León Suarez y le sumaron a ésta la condición de usurpadores seriales de derechos. Los peronistas siempre deseamos un acto de justicia que reparará los agravios. El deseo era expresado con una frase categórica: “a esos asesinos habría que ponerles una bomba”. Nadie pedía un juicio justo, ni un tribunal popular ni un paredón, porque no estaba en el imaginario popular alcanzar ese estadio de organización, más bien se solicitaba un acto de justicia popular más emparentado con las acciones directas de los anarquistas en el etapa pre-peronista. Esas formas arcaicas pervivían en la memoria popular y no hay que olvidar que muchos peronistas eran hijos y nietos de anarquistas. La dictadura de Uriburu y la década infame exterminó el anarquismo organizado pero no su cultura.

Nunca escuché una crítica u opinión contraria al ajusticiamiento de Aramburu, sólo escuchaba “ahora falta Rojas” cómo expresión de deseo. No había militancia política abierta en la época de Onganía, por lo que la discusión de lo acontecido con Aramburu se limitaba a las mesas familiares y seguramente a los círculos restringidos de la militancia orgánica clandestina. Los antiperonistas como mi abuela le adjudicaban la responsabilidad intelectual del secuestro a Perón y algunos radicales al propio Onganía para perpetuarse en el poder.

 

- ¿Qué opinión tenés sobre el papel jugado por la juventud para torcerle el brazo a la dictadura, hacer posible que se concretara el retorno de Perón el 17 de noviembre de 1972 y en la campaña electoral que culminó con la elección del tío Cámpora como presidente?

Hay una idea parcialmente errada de que la vuelta de Perón fue una tarea de la juventud: los viejos estaban atrás con sus consejos, su orientación, sus directivas. En definitiva: su sabiduría. Un pueblo sin la fuerza de la juventud no tiene futuro, pero sin la experiencia de los viejos puede recorrer un camino árido y chocar de frente con la tragedia. Parece que hablo con palabras de viejo, pero hoy que no puedo subir corriendo a un camión ni cargar un tacho de pintura, valoro más justamente la visión estratégica de aquellos cuadros añosos de la resistencia que formaron una nueva generación de luchadores peronistas (*1). Por eso estamos acá y seguimos dando pelea, como si el peronismo fuese la conciencia política y organizada de la patria misma. El subsuelo sublevado de la patria, convertido en un movimiento social revolucionario. La historia la escriben los historiadores pero la hacen los pueblos, porque son los pueblos los que transmiten los legados; no ligeramente se dice que la escritura se la debemos a los sumerios, el alfabeto a los griegos y los números a los árabes.

¡Las gambetas que te hace la memoria: se desmarca como si tuviese un habilidoso contrario adelante y tira un pase para atrás! Contestando ésta pregunta me vino a la memoria un compañero enfermero, que se llamaba Juan y solía venir a la UB: su casa era una posible posta sanitaria porque pertenecía a una familia muy peronista. Este cumpa tenía un hijo epiléptico y lo trataba con aceite de marihuana, nos decía que era bueno para todo: las varices, el corazón y que se yo cuantas cosas más ¡un adelantado! Don Juan, cuando nos veía consumidos por la impotencia que nos generaba ver la imagen de las tanquetas de la Federal atropellando las puertas de la sede del PJ y cargando los ataúdes de los compañeros fusilados en Trelew, nos decía: “la venganza es un plato que se come frío, muchachos, después que vuelva Perón y tengamos el Gobierno arreglaremos las cuentas con ellos”. Esas palabras nos traían algo de alivio frente a tanto crimen y atropello, le daban contenido a la consigna que cantábamos hasta quedar afónicos: “ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los muertos de Trelew”.

¡El primer retorno de Perón, los preparativos para movilizar a Ezeiza!... cientos de recuerdos. En esos días del luche y vuelve se pintó mucho y se abrieron unidades básicas sólo para salir a pintar, se funcionaba a persianas bajas. A algunos grupos les tocó la tarea de preparar molos (molotovs) y fondearlas en las zanjas para sacarlas si había quilombo y cortar las rutas por donde se esperaba que los milicos se nos vinieran encima, otros tenían que armar actos relámpagos en algunos puntos importantes para que la oligarquía viera que no le iba a ser fácil encanar a Perón. Hubo compañeros que tenían la tarea de llevar a los heridos a las postas sanitarias que no eran otra cosa que la casa que aportaba algún compañero enfermero o médico. Pura voluntad de pueblo organizado. No todo era ir a Ezeiza.

Felizmente los milicos no se animaron a encanar al General y éste con un grupo de muchachos arrancaron para Olivos. En Gaspar Campos todo era un jolgorio, pero se sabía que había más fotógrafos de la cana que periodistas. No había que regalarles una carita para el álbum, ya habría tiempo de festejar.

Con mi grupo estuvimos todo el año 1972 preparando un viaje a las Cataratas para las vacaciones, pero al pasar por Entre Ríos nos enganchamos con unos primos míos que estaban en la JP y nos quedamos a darles una mano en la campaña electoral. La cana de Entre Ríos se cansó de meternos presos y se habrán alegrado cuando se nos acabó la guita y nos volvimos. Retornamos a Buenos Aires para los primeros días de marzo.

A partir de las 5 de la mañana del 12 de marzo se empezaron a escuchar algunos bocinazos y después se confirmó que el Tío había ganado. Balbín reconoció la derrota antes que el recuento pasase los 50 puntos. Las radios alababan el gesto democrático, pero yo sabía que ese viejo taimado no quería que llegáramos al 51%, mínimo que se sabía que alcanzaríamos. El Descamisado empezó a venderse en los quioscos para alegría de muchos quiosqueros buchones de la cana. Enseguida, empezamos a armar la JTP y en abril la estrenamos en la Federación de Box. El locutor del acto fue el nefasto Rousselot, delegado de las radios del Chaco. En la mesa de conducción estaba el Quique Juárez que después vino a conducir la JTP zona Norte en la UB Combatientes Peronistas de Florida. Al terminar el acto llenábamos toda la cuadra de Castro Barros hasta Rivadavia y el flaco Cata, que pasaba un par de cabezas de la media normal calculó que seríamos cerca de 3 mil. Se nos caían las lágrimas de emoción. No lo podíamos creer. El gordo Titi dijo que pecháramos para marchar por Rivadavia y si lográbamos llenar dos cuadras el hecho político estaba logrado y salíamos en todos los diarios.

- ¿En qué andabas vos en aquellos meses movidos de 1972 y principios de 1973?

Intensificando mi militancia sindical: en el laburo me tenían fichado y constantemente me cambiaban de sección, pero eso me facilito la tarea haciéndome conocido en toda la fábrica y a fines del 72 fui elegido delegado.

Valoraba y valoro mucho la actividad sindical: un trabajador no nace con conciencia revolucionaria y menos de clase, la conciencia de sus intereses la adquiere por la interacción con sus pares y ese estadio suele alcanzarlo bajo el amparo de la organización sindical.

El trabajador no escapa a la actitud conservadora de preservar la vida y es la conciencia de su debilidad lo que lo convierte o en un alcahuete del patrón o en un activista sindical. Por más traidores que sean muchos dirigentes sindicales, el límite de sus intereses es sostener la organización sindical. La acción política en un país sometido por el imperialismo debe estar regida por la contradicción principal que es imperialismo o nación y las contradicciones secundarias se resuelven dentro de esa contradicción principal. Por eso Perón, Néstor y Cristina pudieron ser líderes políticos de los trabajadores por fuera de la estructura sindical, porque supieron desarrollar la confrontación principal posibilitando la resolución positiva de las contradicciones secundarias.

También seguía estudiando y se hacía duro volver a casa de noche desde el centro y al otro día levantarme a las 5 a.m. para ir a la fábrica. Mi vocación era ser abogado, pero mi viejo odiaba a los abogados y no estaba dispuesto a bancarme, por eso empecé a trabajar a los trece años, para no tener que depender de él. Tanto escuchar y escuchar la consigna “la primera independencia debe ser la independencia económica, para lograr la soberanía política y así poder realizar la justicia social”, que se me prendió la lamparita y decidí aplicarla a mi propia vida. Después de intentar el Bachillerato Comercial y abandonar, decidí estudiar Diseño Publicitario, que era una carrera de nivel secundario pero que me acercaba a la comprensión del fenómeno por el cual el imperialismo lograba sujetar a las masas a través del consumismo y desviar hacia vías muertas la pulsión de lucha por mejorar sus vidas. Veía en la publicidad el gran medio de dominación de la psiquis de los individuos y creía que si lograba comprender la semiótica del lenguaje publicitario podría aplicarlo a la lucha por la revolución. Así fue que terminé estudiando Diseño Publicitario en la vieja Escuela Panamericana de Arte, en Sarmiento y Esmeralda, la esquina del hombre que está sólo y espera - parafraseando a Don Scalabrini Ortiz-. Tuve la inmensa fortuna de que en esa escuela enseñaban grandes artistas de la talla de Hugo Pratt -el historietista del Corto Maltés-, el pintor Luis Felipe Noé y el artista gráfico Leonelo Muñeza. No pude terminar la carrera porque caí en cana y la vida me llevo por otros rumbos, pero allí conocí gente muy valiosa como el publicista y compañero Braga Menéndez. Y todo lo que aprendí agrandó y enriqueció el bagaje de conocimiento que pude aplicar a la militancia cuando fue necesario.

-…mientras tanto se acercaba el 25 de mayo!...

Sí, en los días previos, con el Cata y el negro Carompa, que eran estudiantes de arquitectura, fuimos a pintar los inmensos pasacalles de la Orga sobre el piso del Hall central de la Facultad. Eran pesadísimos, cada poste tenía que ser llevado por tres compañeros. En la base del poste se ponía una lata de duraznos vacía atada a un tahalí donde entraba el poste. Un compañero con una soga tiraba de adelante y otro para atrás para compensar la fuerza del viento. En total 12 compañeros, una escuadra completa.

La tarde del 24 de mayo la UB permaneció cerrada para no dar ninguna señal de que se pensaba hacer y tampoco desinformar a los compañeros vecinos que no estaban organizados. Las consignas estaban dadas de una semana antes: los pibes de la secundaria tomaron algunos colegios y los compañeros enfermeros y empleados de hospitales impulsaron los conflictos postergados y en el revuelo se tomaron hospitales por si los milicos se resistían a entregar el gobierno y había refriegas que dejaran heridos graves. Con mi grupo nos tocó fabricar banderas argentinas que en esa época no se vendían por la calle como ahora, eran difíciles de conseguir porque sólo se producían para las escuelas y reparticiones públicas.

El 25 empezó a las 3 a.m.: todos los grupos de la vieja columna Norte tenían que alcanzar las estaciones del ferrocarril y concentrar allí para empezar a subir a los trenes. En nuestro caso teníamos que concentrar en Villa Adelina y esperar, los trenes empezaron a retrasarse y en esa época no teníamos ningún medio de comunicación porque no existían, salvo el mismo telégrafo de las estaciones del ferrocarril que los compañeros de la Unión Ferroviaria operaban solidariamente para transmitir las noticias entre las estaciones. Los grupos de compañeros desbordaban los andenes desde Villa Rosa hasta Boulogne. Desde las 4:30 era un descontrol y no había manera de largar los trenes de forma segura de tanta gente colgada de cualquier punto donde se pudiese apoyar la punta de un pie: arriba de los techos de los vagones había compañeros sentados en riesgo para sus vidas y muchos conductores y guardas se negaban a salir en esas condiciones.

Pudimos subir a un tren a eso de las 5:30. Apretados como sardinas en lata, los criterios organizativos se nos fueron al carajo. Uno propone y Dios dispone decían los viejos. Llegamos a Retiro y el hall del ferrocarril Belgrano estaba lleno y había compañeros hasta la calle. El Torvo junto al Cata, La Tana y el Negro Carompa, nos estaban esperando con los pasacalles cerrados. Llegaron dos trenes más: éramos tantos que hacía calor y encima se sumaban los compañeros que venían del ferrocarril San Martín. No se podía esperar más, la misma masa de compañeros empujaba para el lado de la terminal de la línea Mitre, donde algunos grupos ocupaban la plaza rodeando la Torre de los Ingleses. El ruido de los bombos comenzó a despertar a la gente que estaba en el hotel Sheraton y el encendido de las luces de las habitaciones inspiró la musa popular, surgiendo la consigna: “que lindo, que lindo, que lindo que va ser, el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”. La masa espontáneamente empezó a moverse para el lado del hotel y algunos grupos de compañeros se arrimaron hasta sus puertas para chumbarles su bronca a los pobres muchachos que trabajaban de abrepuertas disfrazados con jaquet y galera. Algún mamado, que nunca falta en toda fiesta popular, quería llevarse una galera que había logrado arrebatar en el tumulto, pero los compañeros de seguridad lograron poner orden y se empezó a armar la columna sobre la avenida Leandro N. Alem. Cuando el empuje se hacía difícil de contener, se avanzaba 50 metros y se paraba. El Torvo iba adelante, con todos los referentes de grupos con los viejos brazaletes rojinegros de la primera JP. A lo ancho de toda la avenida la columna era una masa desbordante de entusiasmo y bronca, donde la consigna sobre Trelew encendía los ánimos cuando parecía que el desborde se iba a largar espontáneamente para la Plaza de Mayo. Llegamos a avenida Corrientes con las primeras luces de ese hermoso día peronista y vimos bajar por Corrientes una columna de autos Fiat 125 que traían compañeros armados con ametralladoras Halcón sobresaliendo por las ventanillas. Mientras hacían la V a modo de saludo, un rugido de alegría se levantó con la bruma de esa madrugada: era la columna de las FAR que venía haciendo la seguridad de los presidentes cubano y chileno. Cuando evoco éste momento, la emoción me empaña los lentes: lindo haberlo vivido para poderlo contarlo.

Mucho tiempo después, estando los dos en cana, Kildare, un médico compañero que estaba en el mismo ámbito de la JTP con el Bronce Camps en la UB Combatientes Peronistas, me contó que esa custodia estaba a cargo de un primo del Che, porque los cubanos lo conocían y era militante de las FAR -que era la Orga de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo con más contacto con Cuba-. Después de ese episodio, marchamos a paso firme hacia la plaza y pudimos llegar hasta el vallado junto al cordón de la vereda que separaba la plaza de la calle Balcarce, donde estaba armado el palco oficial que alojaría a autoridades e invitados al acto.

Las vallas eran bajas y fácilmente se las podía pasar por arriba cuando la presión de la multitud se hacía difícil de soportar. El palco estaba sobre la vereda de la Casa Rosada y una torre de madera con un gran escudo argentino ocupaba un vértice del mismo. La parte alta de la Torre llegaba cómodamente hasta el barandal del balcón de la Casa de Gobierno que está más cercano a la explanada de la Calle Rivadavia, que en aquellos años no tenía ningún tipo de reja o protección de seguridad. Una vez que la calle Balcarce estuvo llena, los manifestantes empezaron a subirse al palco para echar una mirada curiosa sobre la multitud que llenaba la plaza y los pocos guardias de la vieja policía municipal no pudieron impedir que se les llenará el palco de entusiastas curiosos. Una vez que el palco estuvo lleno hasta la asfixia, empezaron a treparse por la torre de madera como hormigas. Cuando la torre también se colmó de curiosos, alguno descubrió que el barandal del balcón le ofrecía pasar al mismo, que estaba vacío. Ningún joven peronista podía resistir la tentación de pisar el balcón de la Rosada y mirar hacia la plaza. El ejemplo del primero fue rápidamente imitado y muy pronto el camino de hormigas trepaba por la torre, pasaba al balcón y era sacado por la policía y despachado hacia la calle Balcarce por la puerta central de la Casa de Gobierno. Un paseíto por la Rosada era muy tentador aún a riesgo de ser guiado por la Policía Federal. Cuando las autoridades cayeron en la cuenta que las nuevas generaciones peronistas eran más irreverentes e incorregibles, cerraron las puertas internas del balcón -que quedó lleno de gente imposibilitada de acceder al interior del edificio gubernamental-. A esa altura estaba perdida toda organización y era tal el desborde de la multitud que Belgrano compartía su caballo de bronce con jóvenes peronistas y hasta el techo de la catedral comenzó a cubrirse riesgosamente.

Con el Flaco Cacho, compañero de mi grupo original, decidimos dar una vuelta a la casa Rosada para ver si había alguna posibilidad de ingresar por atrás, para no perdernos lo que era una alegre fiesta peronista. Sobre la avenida Paseo Colón había muchos coches estacionados y unas pocas decenas de personas, tal vez un centenar: por precaución mirábamos desde la vereda de la plaza Colón cuando llegaron un par de autos y bajaron algunos uniformados de gala con custodios de civil. Un compañero reconoció entre la custodia a un torturador que lo había picaneado y se le fue encima, en el tumulto y revoleo de trompadas y patadas el tipo perdió la pistola que había sacado para defenderse y los valientes jefes que custodiaba lo dejaron de seña en la vereda y se metieron adentro de la Rosada cerrando la puerta tras su ingreso. Alguna varilla de madera que sostenía un estandarte se quebró en la pelea y pasó a ser una chuza (*2) montonera que demostró rápidamente la eficacia de sus antecesoras. El servicio que se defendía desesperadamente perdió el saco en la pelea y fue chuseado varias veces en el cuerpo pero logró escapar corriendo hacia la plaza Colón: varios de los manifestantes salimos a cortarle el paso, pero jamás vi alguien lastimado y sangrando correr tan velozmente hacía un retén de la Guardia de Infantería que estaba oculto detrás de los árboles, en uno de los vértices de la plaza –en el cruce de avenida Paseo Colón y Rivadavia-. Un rafagazo de ametralladora partió desde el retén de la Guardia de Infantería, pensábamos que estaban utilizando postas de goma hasta que el segundo rafagazo le pegó a dos compañeros que corrían apareados al flaco Cacho y a mí. Un matorral de jazmines nos permitió cubrirnos al zambullirnos en él y el tercer rafagazo nos pasó por arriba. Retrocedimos arrastrándonos y pudimos ver que los compañeros heridos eran rescatados y llevados hasta una posta sanitaria de la Cruz Roja que estaba bajo la Recova de Leandro N. Alem. La furia de los compañeros se ensañó con los autos de los milicos que fueron aplastados por gente que saltó sobre ellos hasta reducirlos a la mitad de su altura, mientras otros grupos munidos con pedazos de baldosas vainilla atacaban a pedradas los carros de asalto de la Guardia de Infantería, que se defendía tirando gases hacia la Recova. Un sargento que arrojaba gases subido sobre al estribo de un carro de asalta fue golpeado por un pequeño adoquín de cantero que voló desde la mitad de la calle y refilando la chapa del vehículo impactó en su casco: cayó desmayado.

Enseguida apareció un grupo de motos de la Policía Federal por Alem, pero un par de compañeros estiraron un pasacalle como si fuese una red y atraparon al primer motociclista que venía adelantado: cayó y un grupo de manifestantes se le tiro encima golpeándolo y desarmándolo. El segundo motociclista intentó dar la vuelta y en la coleada de su rueda trasera también volcó y salió corriendo dejando la moto en el piso de adoquines. La primera moto fue prendida fuego. Por un rato el enfrentamiento se detuvo pero cada tanto volaba algún piedrazo contra los carros de asalto. Por uno de los laterales de la casa de Gobierno empezó a bajar el regimiento de infantería de Marina que estaba desplegado a lo largo de la Avenida de Mayo en pleno proceso de cambiar su rol de Guardia de Honor a cuerpo represivo: llegaban en formación de marcha con bayoneta calada y a paso redoblado siendo repudiados por la silbatina general y algún escupitajo. Terminaron formados delante de los carros de asalto de la policía. Este regimiento de infantería de Marina había sido traído desde Puerto Belgrano y acantonado en la ESMA un par de meses atrás y se decía que era la carta de presión de la Marina que no quería entregar el gobierno. La ESMA había sido sublevada unos meses antes por un grupo de oficiales dirigidos por Julio Urien, en oportunidad del regreso de Perón. La cosa pintaba feísima: retrocedimos por Alem y subimos rodeando la manzana para ir hacia la plaza que desbordaba de gente que bajo el atronador ruido de los bombos y bombas de estruendo no tenía ni idea de lo que pasaba a cien metros.

Cerca del mediodía, el sol caía sobre nuestras cabezas y el calor se hacía pesado. El “ya van a ver, ya van a ver, cuándo venguemos los muertos de Trelew” volvía de a ratos sobre la plaza, el “5×1, no va quedar ninguno” era cantado unánimemente, el “se siente, se siente, libertad a los combatientes” se empezaba a escuchar con mayor frecuencia seguido del “vamos a Devoto, todos a Devoto” que no tenía mucho coro, como si la multitud no quisiera ponerle punto final a la fiesta. Con el flaco Cacho nos encontramos en la disyuntiva de bancar el hambre y la sed o buscar algún lugar para descansar. Los feriados de aquella época eran totales, no había un kiosco o bar abierto, la nada total nos llevó hacia Retiro donde nos cruzamos con un grupo de cadetes que andaban con uniforme de gala e intercambiamos algunos insultos. Uno de los cadetes amagó sacar el cortaqueso (*3), pero los otros lo frenaron y la cosa no pasó a mayores. Evaluamos que nos habíamos salvado dos veces en un sólo día y eso era suficiente: no convenía seguir tentando la suerte. Nos volvimos para el barrio y a la noche vimos por el noticiero los enfrentamientos en la puerta de la cárcel de Devoto. Me sentí aliviado de no haber ido a pesar de las ganas de estar en ese momento histórico que pensaba irrepetible. Creía que no vería nunca más una salida de compañeros de la cárcel y no imaginaba que yo mismo sería protagonista de una salida.

 

-¿Los días posteriores a la asunción de Cámpora fueron de alegría después de 18 años de proscripción?, ¿cuándo empezaron a manifestarse signos de preocupación por el enrarecimiento el clima político, en particular por la agudización del enfrentamiento interno en el peronismo?

Los primeros días del gobierno popular nos encontraron levantado las persianas de las Unidades Básicas todos los días, era un respirar hondo y profundo y sentir por primera vez que éramos libres. Yo había nacido en la patria libre, justa y soberana pero no la había conocido. Todavía me emociono al recordar ese aire a primavera que tenía el otoño, con unos soles hermosamente peronistas. La felicidad de mi madre en sus sonrisas y los abrazos de alegría de mi padre. Una enorme esperanza nos llenaba el corazón. “Los días más felices fueron, son y serán peronistas” es una consigna llena de una conceptualidad científica, palpable como la jubilación, el aguinaldo, las vacaciones o la Universidad gratuita, porque como nos enseñó Jauretche en “El Paso de Los Libres”: “o es pa’ todos la cobija, o es pa’ todos el invierno”. Pero la alegría nos duró poco: el 9 de junio fuimos a honrar por primera vez a nuestros queridos muertos en los basurales de José León Suárez. Teníamos la felicidad de tener al “Gordo” Gabino, sobreviviente de esa masacre, como intendente de San Isidro. El homenaje iba a estar presidido por el Gobernador Oscar Bidegain, hombre de la “Resistencia”, pero cuando la columna de la JP llegó caminando desde la ruta 4 se topó con una columna formada por el Comando de Organización y la Alianza Libertadora Nacionalista que intercambiaban consignas con la JP Brigada. El fachaje gritaba “ni yankis, ni marxistas, peronistas” y los Brigadas respondían “trasvasamiento generacional como manda el general”. Al llegar nosotros le agregamos “Perón, Evita, la patria socialista” y todo el resto nos respondió en unidad política inmediata: “Perón, Evita, la patria peronista” y algún forcejeo entre las columnas enfrentadas terminó a las trompadas para pasar a los tiros inmediatamente y el desbande general con corridas entre los balazos cruzados. Con el “Torvo” pudimos rescatar a Rubén, un pibe de la UES que se había quedado gritando como poseído agitando una bandera delante de los fachos. “Voy a seguir gritando la patria socialista aunque me caguen a tiros, fachos hijos de puta”, gritaba mientras yo lo agarraba de un brazo y El Torvo le quitaba la bandera y lo arrastraba del otro brazo. En la confusión sentí que alguien nos gritaba “mátenlo a ese zurdo hijo de puta” mientras levantaba la bandera caída en el piso. Caminamos unos treinta metros arrastrando a la fuerza a Rubén y los fachos cayeron en la cuenta que no éramos de ellos, que estábamos cuidando al zurdito y empezaron a tirar otra vez, nos lanzamos a la carrera alcanzando la columna que corría hacia la ruta. Un compañero de las FAP se dio vuelta y rodilla en tierra cubrió la retirada con un par de tiros que frenaron el entusiasmo del fachaje. Alcanzamos la ruta 4 y Rolando, el más veterano de nuestro grupo, se lanzó al medio de la ruta y con un cadenazo paró una camioneta y nos subimos todos.

En octubre de 1973 fue el Operativo Dorrego: una acción solidaria de las tantas que hizo el peronismo en su historia ante un desastre natural. La fuerza movilizada de los militantes acudiendo en ayuda de los inundados del interior de la provincia de Buenos Aires. Un par de miles de jóvenes militantes cavando zanjas, limpiando casas inundadas, repartiendo comida o artículos de limpieza fue interpretada por la derecha como un entrenamiento de milicia pro-cubana. Es cierto que la organización era parecida a las brigadas solidarias que los cubanos hicieron luego en muchas partes del mundo. Pero lo que les molestaba era la fuerza popular organizada –les sigue molestando como lo demuestra la demonización actual de la Campora-. Les provocaba espanto la fuerza del pueblo organizado solidariamente, porque era la demostración palmaria de lo que el pueblo puede. Por eso necesitaban denostar la experiencia. La perfidia es la base cultural de la derecha, enumerar todo lo bueno que el pueblo hace porque pone en evidencia el egoísmo rapaz de esa clase y los “asonsados” que desean parecerse a ellos compartiendo sus mezquinos prejuicios. No pude participar del Operativo Dorrego por compromisos de trabajo y estudio, ganas no me faltaron. El aspecto negativo de la experiencia fue que los desfiles de los compañeros con las palas al hombro por las calles céntricas de los pueblos fue una exposición gratuita para que los servicios les sacarán fotos y los usarán como evidencia durante las sesiones de tortura -como prueba de culpabilidad ideológica-. Muchos pibes y pibas solidarios con el sufrimiento del prójimo pagaron con su vida ese gesto de orgullo ingenuo.

 

-A la luz de la reflexión histórica que el paso de los años y la experiencia posterior permitió: ¿crees que las organizaciones juveniles y la izquierda peronista confundieron al enemigo principal priorizando la disputa interna y subestimando la capacidad de daño de la oligarquía y el partido militar?

No hubo opción: la maniobra de pinzas estaba pensada desde la estrategia imperialista que Churchill le da a los Yanquis cuando les traspasa la hegemonía imperial del mundo (*4). No pudimos escapar a esa estrategia porque estaba ejecutada por sectores internos del propio movimiento peronista, que en su unidad política en un frente policlasista de Liberación Nacional albergaba la potencia de esas contradicciones secundarias. El liderazgo a distancia de Perón no pudo resolver esas contradicciones y el imperialismo las hizo estallar inmediatamente después de la asunción de Cámpora. Es evidente que estaba planificado que para anexar el cono Sur al patio trasero debían destruir al peronismo como alma del proyecto antiimperialista y para eso debían aplicar la doctrina Churchill y eso era posible aún cuando el peronismo alcanzará el gobierno simplemente azuzando sus contradicciones internas.

-¿Cómo imaginabas el futuro en esa coyuntura donde la revolución parecía estar al alcance de la mano, habiendo superado 18 años de proscripción, con las organizaciones revolucionarias en crecimiento y ocupando espacios institucionales de conducción?, ¿el miedo frente a la posibilidad del fracaso de la experiencia política o el miedo frente a la necesidad de ponerle el cuerpo a la lucha eran condicionantes de la actividad política?

Las militancias juveniles estaban atravesadas por la idea eurocéntrica del futuro. La historia es una construcción del imaginario europeo y en esa cultura de época el futuro estaba lleno de la noción positivista de la historia. El futuro siempre iba a ser mejor, como si un determinismo positivista germinara la historia. La educación formal era positivista y todos los movimientos políticos a nivel mundial estaban influenciados por esta idea del futuro como venturoso. El existencialismo sartreano de la postguerra había influenciado solamente en algunos círculos intelectuales de la clase media/alta, pero la reconstrucción europea acotó su influencia y el peronismo con su pujante estado de bienestar la obstruyó totalmente en nuestro país. Aquí no había una realidad que convalidara ningún tipo de pesimismo. El meliorismo como noción de la historia nos atravesaba desde el despertar hasta el acostarnos por la noche. Se estudiaba para progresar, se trabajaba para progresar, se militaba para alcanzar ese progreso en el sentido histórico que se anhelaba. La revolución social que procuraba el anarquismo estaba en la genética política de los trabajadores peronistas. La lucha revolucionaria era la herramienta para cambiar la realidad que se vivía. El peronista era y se sentía un sujeto de la historia, no era un sujeto pasivo, un espectador. En consecuencia, los jóvenes estábamos convencidos de que “la revolución” estaba a la vuelta de la esquina. La “resistencia” fue una guerra política de desgaste pero el onganiato y la noche de los “bastones largos” desataron la furia revolucionaria. Los jóvenes de clase media urbana universitaria se pensaban en modo europeo y su militancia estaba atravesada por las discusiones entre las opciones del comunismo soviético o maoísta. El trotskismo era marginal, con alguna presencia universitaria pero casi inexistente en la acción sindical. La segunda mitad de la década del sesenta tenía como opciones políticas la lucha conspirativa del Partido Comunista que sostenía la necesidad de alcanzar un desarrollo de las fuerzas productivas que generará un fuerte proletariado industrial que a su vez posibilitará la lucha de clases o la lucha armada revolucionaria popular que inspiraba el modelo cubano. Los jóvenes de clase medía tenían como modelo casi místico al Che Guevara y su ideario del Hombre Nuevo. Los jóvenes peronistas nos inspirábamos en Dardo Cabo y el nacionalismo popular revolucionario.

El miedo nunca paralizó a los jóvenes que aún con modos indirectos cuestionaban a la dictadura: usando minifalda o el pelo largo. Trelew sembró terror y odio en medidas similares, pero los levantamientos populares como el de Rawson doblegaron el miedo que intentaron imponer y la vuelta de Perón constituía la carta de triunfo.

Personalmente sentí miedo varias veces, era inevitable. Una de esas veces fue después del enfrentamiento en José León Suárez, cuando Miguelito -un compañero de la UES- fue advertido por un militante del CdO acerca de que en Ezeiza nos iban a estar esperando. Los diez días transcurridos entre uno y otro evento varias veces me plantee la conveniencia de ir o no a Ezeiza a recibir al General en su retorno definitivo a la patria. Fue el sentido histórico del acontecimiento el que me decidió a correr el riesgo. El gordo Gabino aportó colectivos de las líneas municipales para trasladar militantes de la zona norte del conurbano hasta el punto de reunión próximo a Ezeiza. El Torvo era el referente de nuestro sector de columna y a mí me tocó ser seguridad de nuestro micro. Los hechos de Ezeiza son demasiado conocidos y sólo puedo aportar que el tiroteo desde el palco se desato cuándo la columna de La Plata, donde marchaba un joven Néstor de anteojos y gaban verde-oliva, alcanzó la zona cercana al palco. Los custodios del palco se sintieron amenazados por la presencia de la columna Sur y empezaron a disparar contra el Jeep donde iba José Luis Nell -el jefe de la columna- y a partir de ese momento se desató la masacre. Esa misma noche volví a sentir miedo, cuando nos tocó acompañar al Torvo –junto a Miguelito y el Pato- al diario Crónica a denunciar lo que había pasado ya que en nuestro grupo hubo un compañero muerto. Nos atendió Américo Barrios, que nos escuchó y redactó personalmente la denuncia. Ahí pude comprobar lo que tantas veces escuché acerca de que Crónica estaba relacionado con el Peronismo de la resistencia. El velorio del Chilenito –el compañero caído, un pibe que se ganaba la vida lustrando zapatos en la estación de Villa Adelina-, fue bastante pesado: tuvimos que poner seguridad arriba del local y en la vereda. Hubo muchas coronas: las de la JP, la de la intendencia, la del Partido Justicialista, la de la CGT, la del Consejo Deliberante, la de Montoneros. Cuando apareció ésta última llamó la atención del centenar de asistentes al sepelio y selló la identificación de los grupos de militantes que nos congregábamos en la UB con ésta organización. Un par de semanas después se cerró la UB porque el dueño del local no quiso alquilar más. Nos costó reagruparnos, pero un compañero que atendía el bar de su suegro en la zona nos permitió usar el mismo bar como lugar de reunión y reorganizarnos. El sector de derecha se agrupó bajo el liderazgo de Rucci y nosotros en la Coordinadora de la JP.

El miedo… ser militante peronista implicaba asumir riesgos. Ser peronista era riesgoso: vivíamos la clandestinidad como algo natural, fueron 18 años de proscripción. Cárcel, tortura y muerte eran la medida del compromiso militante. El odio furibundo de los gorilas determinaba que la prudencia y el ocultamiento fuesen una actitud frente a la vida. Nunca vi a mi padre tener miedo, más bien era un tipo temerario. Lo vi enfrentar a la policía montada y derribar un caballo de una trompada -aclaro que es una técnica que muchos paisanos conocían y se jugaban apuestas entre ellos-. Mi viejo no era Superman, pero me educaba políticamente en la acción directa, aplicando aquella máxima de que “mejor que decir es hacer”. Alguna vez en el año 73 escuché algunos compañeros que venían de la Acción Católica plantear el problema de la violencia y el miedo durante un seminario sobre materialismo dialéctico que Paco Urondo nos daba a los militantes del nivel más bajo, previo a la fusión de distintas organizaciones en una. Los militantes que eran hijos de peronistas no tenían dudas respecto a que la lucha era violenta porque la oligarquía es violenta, cruel y asesina. No era cuestión de gustos o estética de la acción política, era la forma de hacer valer derechos. La oligarquía argentina es hija cultural de los ingleses y por eso cultiva la perfidia. Tiene a su servicio a psicópatas que disfrutan de ejercer su poder. La crueldad la ejercen solapadamente a través de paranoicos dispuestos a tener un patrón que les palmee el hombro y les haga creer que ellos también pertenecen un poquito a la casta de los no despreciados. Ser negro, cabeza, peronista, era y creo que todavía es, una actitud revolucionaria por confrontación ideológica desde la estética, que es donde se discute palmariamente el derecho al goce. El oligarca creé que tiene derecho al goce por pertenecer a la nobleza y el peronista por derecho humano de amor e igualdad. Siempre el peronismo militante puso el saber popular al servicio de la formación de sus cuadros porque la supervivencia estuvo y está en la masividad. Si el sentimiento de justicia e igualdad que nos legó Evita es para todos todo y para los más necesitados más, no podía ser que los conocimientos no fuesen compartidos. Tremendos intelectuales como Galeano o Paco Urondo andaban por los barrios del conurbano dando su saber a pibes que soñaban con hacer la revolución sin saber que la estaban viviendo.

Nunca me propuse tener una vida alejada del peligro de la vida política, porque eso hubiese sido dejar de ser ciudadano, no ejercer mi derecho a una vida digna. En mi familia, tanto materna como paterna, nunca existió el no compromiso político. Á principios del año 71 estaba la alternativa de irse al sur y vivir en comunidad: era una alternativa no violenta pero igualmente antisistema. Pero el punto era que los incipientes rockeros éramos igualmente apaleados, perseguidos y algunas veces encarcelados. Antes del 73 ya había sido detenido y golpeado deportivamente por la policía por lo menos tres veces. No había alternativa a la violencia. Pensado desde la lejanía de los años creo que era una provocación para que la respuesta juvenil fuese violenta y encauzar la salida política hacia el estallido de las contradicciones secundarias. "El Luche y Vuelve" fue la respuesta política de la militancia juvenil a lo que la generación de nuestros viejos no supo o no pudo hacer. La ciencia es certera cuándo la experiencia avala el desarrollo sistémico de un producto, pero el ímpetu, la bronca y la furia son condiciones que no ayudan a un desenlace favorable de la acción política. Por eso la provocación es una de las herramientas preferidas y diría excluyente de la derecha. La violencia ejercida por las patotas sindicales golpeando, apretando y en no pocos casos matando a trabajadores de base que se oponían a conducciones burocráticas sindicales enquistadas desde la intervención militar del 55, se integró al modo de “actuación” de la derecha.

Recuerdo el caso del Sindicato de Ceramistas que fue recuperado por los trabajadores que desplazaron a la conducción traidora encabezada por Salar -que era el hermano del jefe de personal de la fábrica Lozadur –: los trabajadores de Lozadur “pagaron” precio a su combatividad con numerosos delegados muertos y desaparecidos durante la dictadura, la mayoría mujeres-. Este tipo de hechos fue el preámbulo de la violencia en la lucha interna del peronismo. Si no había una militancia sindical combativa como la de la JTP, las comisiones Obreras de base hubiesen surgido igual, como paso en junio y julio del 75 donde muchos sindicatos e incluso seccionales enteras de la CGT fueron tomadas y cambiadas las conducciones por asambleas masivas de obreros. Todo el 73 fue un in crescendo de la violencia y salir a pintar paredes o a hacer pegatinas requería una acción y logística de tipo militar en el estricto sentido del término: se tomaba militarmente una zona para poder pintar o pegar carteles sobre una avenida de tránsito intenso. Lo mismo ocurría con las estaciones de trenes y con los mismos trenes. Toda acción de propaganda requería esta planificación y los militantes se fogueaban rápidamente mientras las jefaturas de columna evaluaban a los compañeros para el encuadramiento. Era una militarización defensiva como había sido la Resistencia, pero con capacidad ofensiva en caso de ser necesaria. Así fue como llegamos al 1º de mayo del 74.

-…llegamos entonces al 1º de mayo de 1974

Las contradicciones internas del peronismo potenciadas por la derecha sindical, el lopezrreguismo y la inteligencia yankiee hizo caer al gobierno de Cámpora primero, al de Bidegain en la provincia de Buenos Aires y al de Obregón Cano en la provincia de Córdoba después. La caída de Bidegain se hizo sentir en muchos municipios donde el sindicalismo de derecha, con la UOM como jefatura política, fue dando golpes palaciegos y sacando a intendentes que llegaron por apoyo de los sectores juveniles como el gordo Gabino en San Isidro. Usaron una versión primitiva del instrumento que actualmente usa la derecha internacional: las fake-news. Difundían noticias falsas sobre actos de corrupción de los intendendes y forzaban a los consejos deliberantes a juzgarlos y destituirlos reemplazándolos por concejales apoyados por la derecha política sindical y del PJ. La pérdida de gobernaciones e intendencias resintieron la logística operativa y hubo que recambiar las políticas de desarrollo barrial. Por ejemplo: un tendido de agua para un barrio marginal que antes se tramitaba en el municipio ahora se debía resolver por medio de la organización vecinal y la acción directa. Esto generaba discusiones internas entre los compañeros que criticaban este tipo de acciones como desviaciones ideológicas anárquicas o asistencialistas y los que las impulsábamos por aquello de que donde hay una necesidad hay un derecho y los derechos no se declaman sino que se conquistan. Según fueran las conducciones de columna veían con buenos o malos ojos a los compañeros que sacaban de la mochila el bastón de Mariscal. En mi caso habré sido bien visto, porque siempre me tocaba organizar y dirigir acciones de propaganda. El 1º de mayo me tocó hacer seguridad y luego entrar como observador adelantado de la columna para reportar la situación a la conducción. Estas dos tareas me permitieron tener un panorama de los hechos de ese día bastante distinto a lo que habitualmente se relata. Haciendo seguridad en el tren, el gordo Titi me avisa en la estación Padilla que tengamos cuidado al llegar a la estación Balneario -hoy estación Scalabrini Ortiz-, porque un grupo de la JUP de Exactas iba a tratar de subir en el furgón delantero con ánimo de pudrirla en la plaza. Aparentemente ya los habían neutralizado en trenes anteriores y se habían corrido hasta la estación Aristóbulo del Valle para tomarnos de sorpresa. Logramos impedir que suban pero de todos modos más tarde llegaron a Plaza de Mayo. Los días previos al 1º de Mayo habíamos propalado, con pintadas y volantes, la consigna "¿qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué pasa General, que está lleno de gorilas el Gobierno popular?". Hay que recordar que luego de la renuncia de Cámpora y tras el interinato de Raúl Lastiri presidente de la cámara de diputados y yerno de López Rega, en octubre del 73 asume Perón después de elecciones donde gana con el 64% de los votos. El accionar del ERP con sus ataques a cuarteles militares desestabilizó la situación de la izquierda peronista justificando los ataques de la derecha sindical a los supuestos infiltrados que éramos la JP y la JTP. Recordemos que Bidegain se ve obligado a renunciar después del intento de copamiento por parte del ERP del cuartel del ejército en Azul. Tengo la impresión, por conocimiento de alguno de ellos, que ese grupo de la JUP de Exactas estaba operado por militantes del PRT que querían agudizar nuestras contradicciones internas para lograr sacarnos protagonismo en la Universidad y quedarse con los militantes más críticos de nuestro propio espacio.

Volviendo a la Plaza, el sector izquierdo de ella debía ser ocupado por nuestras agrupaciones, el sector del centro por las agrupaciones juveniles que respondían a sectores del llamado trasvasamiento generacional -que trataban de no cuestionar a Perón y ser sus herederos históricos- y el sector derecho por el sindicalismo que respondía a las 62 Organizaciones lideradas por la UOM. Todo estaba acordado con las diferentes corrientes internas del peronismo. Entre a la plaza, miré y fui a dar mi reporte al jefe de la columna, que se encontraba a unas cuantas cuadras por Diagonal Norte. Cuando la columna Norte entró a la plaza ocupó el lugar acordado, dejando la calle Rivadavia para ser ocupado por la columna Sur que estaba viniendo desde La Plata. De repente aparece el grupo de la JUP de Exactas por la calle Reconquista y va situarse frente al palco que estaba en la explanada de la Casa Rosada. En éste palco Isabel Perón y el brujo López Rega tenían organizado conmemorar la Fiesta del Trabajo eligiendo a la Reina del Trabajo de entre las postulantes de cada sindicato que participaba de la movilización: una verdadera pelotudez!. Cuando Isabel da comienzo al acto con la marcha del día del Trabajo cantada por Juanita Larrauri, empezó la silbatina. El Brujo, que oficiaba de locutor del simpático evento, intentó calmar las aguas pero la silbatina se convirtió entonces en una consigna que decía: "No queremos carnaval, Asamblea popular". Isabel se enojó y comenzó a pedir a los gritos que la multitud se callara: los provocadores encontraron en su enojo la oportunidad e impusieron una consigna gorila de izquierda que decía: "si Evita viviera, Isabel sería copera". Cuando Perón salió al balcón estaba obviamente furioso por los insultos a su esposa y vicepresidenta de la nación. El discurso de Perón retando a la juventud, fue respondido con un estruendoso "¿qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué pasa General…?”. La furia del reproche de Perón hizo que muchos compañeros de la resistencia se ofendieran y rompieran filas, algunos llorando y puteando al General. "¿Para esto dimos la vida por vos?, ¿para esto pasamos cárcel y tortura?". No pudimos contener el desbande de compañeros enojados que empujaban hacia Diagonal Norte. “¡Negro, no tenemos orden de retirada!”, me gritaba el Cata, pero era imposible oponerme a esos hombres y mujeres que yo conocía desde niño. Todavía se me empaña la vista cuando recuerdo el dolor compartido. Pedro Marlon, con su cicatriz que le cruzaba la cara y sus achaques por los años de cárcel, Susana que lloraba el sacrificio de su padre fusilado en José León Suárez. Me fui detrás de la marea que abandonaba la Plaza. La derecha, al ver la concurrencia de la plaza reducida a la mitad, empezó a corrernos para supuestamente castigar lo que oportunistamente consideraban un desplante a Perón. Lorenzo, el jefe de la columna Norte, ordenó un contrataque que cubriera la retirada de la columna: Quique Juárez encabezó el grupo de la JTP de la UB Combatientes Peronistas que al grito de “Montoneros Carajo” cargó contra la patota que se nos venía encima tirando palos y piedras. Logramos pararlos y la columna llegó a 9 de Julio y Corrientes, completando la dispersión mientras la policía nos tiraba gases lacrimógenos y diarreicos.

Una digresión que viene a cuento: Isabel Martínez de Perón era vicepresidenta y la figura central del acto de elección de la Reina del Trabajo. Pedía a gritos a la multitud que se callara y la escuchara: huelga la comparación con la actual vicepresidenta que logra imponer respetuoso silencio con sólo empezar a hablar. Siempre el respeto es un bien obtenido previamente, o como decía Don Ata, “un paisano escuchado crea silencio con sólo dentrar”.

Ese día tuvimos algunas compañeras que se retrasaron en la retirada y fueron golpeadas por pequeños grupos de derecha que acechaban a la columna en las calles transversales a Diagonal Norte. Es probable que esos grupos pertenecieran a las patotas que operaban desde el Ministerio de Bienestar Social que dirigía López Rega, operando en combinación con la Federal.

Perón llamó a un acto de unidad el 12 de junio tratando de recomponer la situación política con los sectores juveniles que le habían dejado media plaza de Mayo vacía el 1º de Mayo. Fuimos a la Plaza sin pasacalles ni ningún tipo de identificación, salvo un banderín con los colores argentinos en la punta de un mango de madera de 80 cm de alto por dos pulgadas de grosor. En medio de las dos primeras escuadras marchaba Miguel Lizazo, diputado nacional y referente de la JP. Entramos por Diagonal Norte como siempre, pero nos topamos dos cuadras antes de la plaza con un retén policial que no logró identificarnos hasta que estuvimos a un par de metros de ellos. Al darse cuenta de los miles que integraban la columna que avanzaba sobre ellos empezaron a gritar "se nos vienen los Montoneros, se nos vienen los Montoneros". Las segundas y terceras líneas de las escuadras usaron los palos de madera como si fueran horquillas de juntar pasto y muchos policías fueron levantados en el aire como si una pala humana los arrastrará haciéndolo flotar para caer dentro de la columna donde otros compañeros los desarmaban, les sacaban la gorra y la chapa y finalmente los expulsaban de la columna. Sin más incidente que éste llegamos a la Plaza y pudimos escuchar el que sería el último discurso de Perón, en el que el General aclaró: "que no había regresado para consolidar la dependencia" sino para lograr la unidad de todos los argentinos. A modo de despedida –aunque en ese momento no lo sabíamos- pronuncio la famosa frase "llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino". Regresamos a los barrios esperanzados con que nuestro querido Viejo estaba tragando su enojo y reconsiderando su relación con nosotros, la “juventud maravillosa”.

-El acto de unidad del 12 de junio fue pocos días antes de la muerte del General…

La salud de Perón se deterioró rápidamente y se nos fue rápido después del acto del 12 de junio dejándonos políticamente en orfandad. El hombre que había resumido en su persona todos los anhelos de justicia e inclusión social se fue como un abuelo sabio tras una riña familiar de noche navideña. Sólo Perón podía contener políticamente las contradicciones secundarias del Frente Nacional que hegemonizaba el peronismo. Creo que el haber optado por el sindicalismo en la disputa interna respondió fundamentalmente a quitarle al imperialismo el más grande ariete político desde el cual puede operarse contra un Gobierno popular: la fuerza organizada de los trabajadores. El uso de un marginal como López Rega para contener los desbordes de una juventud justificadamente envalentonada fue una maniobra riesgosa que se le fue de las manos y demuestra lo que sabiamente decía Martín Fierro: "nadie se muestre altivo aunque en el estribo esté, pues suele quedar de a pié el gaucho más advertido". Nunca pensé que Perón podía morirse, hasta la noticia irreversible de su fallecimiento mantuve firme la esperanza en su recuperación. Cuando era chico, mi viejo me contaba que muchas veces soñaba que su papá salía de la cárcel para venir a abrazarlo. Nos aferramos a la esperanza que lo bueno es eterno pero todo termina, solía decirme. Y Perón se “terminó” –su presencia física- como a todos tarde o temprano nos pasará. Al mediodía de ese 1º de julio de 1974 las máquinas se detuvieron y dejamos de trabajar. En casa mi mamá lloraba y mientras la consolaba con un abrazo, su dolor me fue invadiendo y transformándose en mío. Me fui para la UB con un sandwich de milanesa en el morral de cuero donde solía llevar mi pistola Tala tipo Luger. En la esquina de la UB me esperaba Lorenzo, el jefe de la columna y Pato -mi segundo-, salimos a buscar colectivos para llevar gente al velorio. Pudimos arriar dos y llenarlos con los compañeros que llegaron primero. El punto de encuentro era en Córdoba y la 9 de Julio. ¿Sabés que no recuerdo por dónde fuimos?, solo el dolor compartido y el llanto inconsolable de las compañeras.

Durante el velorio del general se percibió que el cambio de etapa se iba a acelerar. La larguísima columna de la JP se extendía bajo la llovizna persistente como una imagen de la tristeza misma. En la cabecera estaba Carlitos Caride, un incuestionable dirigente de la primera juventud peronista de los 60. Ningún facho del movimiento se atrevería a cuestionario porque era uno de los más queridos por Perón pero tenía cuentas pendientes con la Federal por algún herido en algún enfrentamiento. Esa noche se lo quisieron llevar, la rápida acción envolvente de la seguridad de la columna los convenció de la imposibilidad de esa acción. Los 2 patrulleros con un grupo de oficiales eran nada frente a 150 milicianos que los rodeaban con cara de no salís vivo. Al rato paso un desfile de modernísimos patrulleros Peugeot con techos corredizos por el que se asomaban los policías ostentando aparatosamente sus ametralladoras en clara demostración de fuerza. Muchos no pudimos entrar al velorio porque se cerró antes que llegáramos al primer vallado ubicado en la mitad de la plaza Congreso. La retirada fue tan ordenada como triste.

-La decisión de la conducción de Montoneros de retornar a la clandestinidad: ¿te pareció acertada?

La clandestinidad fue una constante para los militantes del peronismo revolucionario. Nunca abandonamos las prácticas de seguridad porqué el macartismo creciente de los sectores de derecha del movimiento ameritaban que los cuidados se extremaran, cualquiera podía ser víctima de un loquito suelto que se creyera un salvador de la patria frente a la infiltración marxista.

Me paso personalmente: tuve la visita de un facho que se había integrado a las patotas del brujo López Rega en el Ministerio de Bienestar Social. Me conocía del barrio y de haber militado en la misma UB. Después del enfrentamiento de José León Suárez los caminos de los distintos sectores de la UB se bifurcaron, la UB se cerró y lo que antes eran opiniones macartistas pasaron a ser acciones violentas. Un revólver viejo y sin balas me salvó la vida ese día porque la exhibición en la cintura demostraba la resolución al enfrentamiento y lo convenció de que no le saldría gratis lo que tuviese en mente. Meses después fue detenido por el asesinato de dos abogados laboralistas del Peronismo de Base. Ese tipo de experiencias eran comunes y cualquier descuido podía ser fatal en ese contexto donde la derecha del movimiento pasó a ocuparse de la faz represiva. Claro que no tenía la magnitud que tuvo después del fallecimiento del general, el Viejo era el Líder de todos y en alguna medida contenía las contradicciones secundarias en un orden inestable.

La noche del 3 de julio, después de no haber podido ingresar al Congreso para darle un último adiós al General, volví a la casa de mi vieja con fiebre. Durante la mañana del 4 de Julio una patota de la Federal que operaba de Civil rodeó mi casa. Una joven vecina, enfermera y cordobesa, me salvó la vida cuando manoteó del cuello a uno de los canas y los obligó a identificarse al grito de "al pibe no te lo llevas". El cana, sorprendido, mostró su identificación y dijo que eran de la Regional San Martín de la Federal. Con éste dato, esa misma tarde, mi cuñado -que era un militante peronista retirado del ejército- los chapeo y lo que era una acción de chupadero terminó siendo una detención “legal”. Se presentaron mis abogados y me “blanquearon”. Éstos abogados me defendieron hasta que la represión terminó por correrlos a ellos mismos – a esa altura yo ya estaba detenido “legalmente” en la cárcel de Villa Devoto-.

Una semana después de aquel nefasto 4 de julio de 1974, me llevaron al Juzgado Federal Nº 2 de San Martín. El oficial de justicia era un cana de la Federal que había estudiado derecho y colonizaba la justicia desde adentro: lo supe tiempo después en la cárcel de Devoto, cuando me pude juntar con Alberto Camps y el Negro Maestre, que también estaban encausados en ese Juzgado. La carátula de la causa era “Acopiamiento de armas y munición de guerra”. Una acusación bastante pesada que ameritaba la prisión preventiva, aunque la interpretación era forzada y un año y medio después me dieron la absolución: para ese entonces estaba a disposición del poder Ejecutivo Nacional y no pude salir en libertad.

Pensar que un par de meses antes de mi detención habíamos ido al Juzgado Federal Nº 2 de San Martín a reclamar por la libertad de Alberto Camps y el Negro Maestre -hermano del secuestrado y desaparecido fundador de las FAR a principios de los 70, en la represión que se inicia con el secuestro y posterior desaparición de Marcelo Verd-, que habían caído presos al comienzo del 74. Durante esa protesta no podía imaginar que pocos meses después yo terminaría con una causa judicial en ese Juzgado.

La represión empezó el mismo día de la muerte del General y yo fui una de sus primeras víctimas. Creo que mi experiencia muestra que la vuelta a la clandestinidad fue una necesidad impuesta por las circunstancias y no una aventura política.

 

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(*1) un día le pregunté a mi viejo hasta cuándo se puede ser militante y mi viejo me contestó: “hasta que uno no puede treparse a un camión sin caerse o no puede alzar un tacho de pintura”. En estos tiempos de militancia “guasapera” yo le agregaría “hasta que te quedas sin anteojos”

(*2) la chuza era una antigua lanza de palo de madera dura, que se torneaba al fuego para hacerle una punta afilada. La dureza de la madera y su peso le permitían ser un arma de casa tipo jabalina

(*3) el “cortaqueso” era el sablecito que usaban los cadetes del ejército. Era una burla popular porque el arma ofensiva preferida de los paisanos era el facón caronero, que tiene una hoja de acero de entre 60 y 75 cm de largo. La lucha popular tiene esas cosas intuitivas de pelear hasta con el lenguaje por aquello que bien decía el Bebe Cooke : “los diccionarios los escriben las oligarquías” y el pueblo siempre supo dar la ahora tan mentada pero no menos necesaria “Batalla Cultural”

(*4) Extracto publicado de lo que se dio en llamar la “doctrina Churchill para Argentina”

 

 

ADELANTO PARTE 4: LA CÁRCEL, EL GOLPE, LA DICTADURA, MALVINAS, EL RETORNO DE LA DEMOCRACIA

 


 [ib1]Al ya dificultoso camino de la participación se le sumaban, a los jóvenes de la clase obrera, las estrategias participacionistas o clasistas de las direcciones sindicales