Por Andrea Cardoso

Las recientes elecciones en el Perú han tenido en vilo a variados sectores de nuestra región, así como también la -quizás- tardía confirmación del resultado final que anunciaba un empate técnico entre los dos candidatos, José Pedro Castillo Terrones por el Partido Político Nacional Perú Libre y Keiko Sofía Fujimori Higuchi por Fuerza Popular.

Finalmente, si nada lo impide, el próximo 28 de julio, asumirá Castillo como presidente del Perú quien ganó las elecciones con el 50,125% de los votos contra un el 49,875% de Fujimori. Momento y mandato esperanzador, teniendo en cuenta quién es, de dónde viene y en qué consiste su propuesta política. Pero, sobre todo, quizás, por la derrota que implica dejar de lado – aunque solo de la presidencia – al fujimorismo, ni más ni menos que de la mano de Keiko, la hija del ex presidente Alberto Fujimori quien gobernara desde una impronta cruel y neoliberal entre los años 1990 y 2000.

Lejos de realizar un análisis político electoral, nos interesa invitar a la reflexión del papel de los pueblos indígenas de la regiones andinas y amazónicas, en tanto han dado su apoyo a través del sufragio a Pedro Castillo y han expresado un “Fujimori nunca más”, a través de uno de los slogans utilizados en manifestaciones durante estos años.

Este amplio y heterogéneo sector electoral ha evidenciado una memoria colectiva viva y en constante movimiento respecto de las políticas públicas impulsadas por el Fujimorismo. Por un lado, la mal llamada política de planificación familiar llevada a cabo desde mediados de los años noventa: una campaña en manos del Estado a la que resulta mejor llamarla esterilización forzada de mujeres campesinas e indígenas, que dejó centenares de mujeres sin posibilidad de tener hijos e hijas y a muchas con graves lesiones. Al día de hoy, siguen en pie las denuncias y visibilización de lo sucedido, no solo en la justicia sino también a través de las redes sociales y medios audiovisuales.

Por otro lado, Fujimori es y debe ser asociado al inicio de un neoliberalismo estatal por medio de desregulaciones, apertura económica, financiarización de la economía y privatizaciones, todas medidas comunes compartidas por una amplia gama de gobernantes de América Latina desde los años setenta (iniciada por Pinochet en Chile). Particularmente en el Perú, este recorrido fue proseguido por las posteriores presidencias de Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y, desde ya, de haber ganado Keiko Fujimori, se seguiría en esa misma línea. Si bien este tipo de modelo afecta a distintos sectores de la sociedad peruana y de la región, en lo que respecta a los pueblos indígenas, simboliza una disputa por el territorio en tanto son medidas que priorizan la inversión privada y trasnacional para la exploración y explotación de los bienes comunes de la naturaleza en detrimento de las cosmovisiones indígenas.

Particularmente en la reciente elección presidencial, la estrategia de Fuerza Popular ante los anuncios de los resultados que daban a Keiko como perdedora fue la de anular el voto de un gran número de campesinos e indígenas poniendo sobre la mesa un nuevo acto de racismo, discriminación y subestimación al sufragio en determinadas regiones. Enhorabuena, los y las representantes de organizaciones indígenas han salido a denunciar esto y visibilizar una vez más esta expresión racista en el pedido de nulidad por presuntas irregularidades y confirmar su apoyo a Castillo.

El triunfo se celebra, claramente, pero la atención deberá estar puesta en cada rincón de la gestión peruana, pues el Fujimorismo sigue teniendo sus bancas en el congreso, a la vez que tiene a favor a los grandes medios de comunicación, y como sabemos, hasta el momento nunca ha dado el brazo a torcer. Asimismo, ansiamos que las voces campesinas e indígenas sean escuchadas y que realmente, la presidencia de Castillo desande los caminos neoliberales optando por un país inclusivo, justo e igualitario.