Por Víctor León Donoso, desde Santiago de Chile

 

“Debe ser el pueblo quien se pronuncie, pues es el único que tiene autoridad para zanjar, terminar y comenzar una nueva etapa histórica […]. En el mundo libre, las Constituciones emanan de los pueblos” es una frase que planteó hace varias décadas el ex presidente  Eduardo Frei Montalva, evidenciando el concepto de que la soberanía radica o se aloja en la ciudadanía, algo que parecía muy lejano hasta hace apenas dos años en Chile. Viene a mi mente como hace unos años teníamos discusiones que parecían eternas sobre la necesidad de un cambio de Constitución frente a una elite atrincherada en negar cualquier cambio, todo tipo de mínima modificación. Paralelo a ello se vislumbraban síntomas evidentes que algo sucedería, como todo proceso histórico donde existen señales previas como el malestar ciudadano, acompañadas de un discurso despectivo de la elite sobre nosotros, a los que nos denominaban despectivamente los “patipelados”. Esto último insidía en la acumulación de tensiones que culminarían en una gran explosión popular, en la cual las mayorías de Chile desnudaron el descontento por la desigualdad y un modelo de desarrollo nefasto.

 El estallido social de octubre de 2019 cambia el curso de nuestra política clásica con el denominado “Acuerdo por la paz” (que a algunos no les gustaba), donde se abre la puerta a un plebiscito que tendría como fin la redacción de una nueva Constitución. Aparece entonces la pandemia explicitando la existencia de un Estado sin estructuras ni metodologías para asistir a la población en el contexto de la emergencia y de un poder ejecutivo inoperante e insensible, que contribuyó a aumentar las diferencias sociales.

En éste contexto se da la primer bofetada al establishment, el triunfo inapelable del Apruebo con un 78% de los votos –primer paso para enterrar la Constitución de Pinochet-. La segunda bofetada se produce unas semanas atrás con la elección de constituyentes (los encargados de redactar la nueva Carta Magna), donde la bancada de centro derecha que apelaba a un tercio de la votación para evitar cualquier cambio (cosa que han hecho durante las últimas décadas), se ve derrotada con un paupérrimo 24% de los representantes. Pero ojo, no son los únicos perdedores, a ellos se les une los partidos políticos tradicionales, que evidencian una profunda falta de representatividad popular cuyos síntomas comenzaron a evidenciarse hace varios años. Es lejano el año 1991 en el que la ciudadanía manifestaba un 19% de “mucha confianza” en los senadores y diputados. La llegada del nuevo siglo visibiliza la fractura del ciudadano con la elite política, en 2002 el 16 % tenía confianza en el congreso y un 9% en los partidos políticos, pero la caída es abrupta en 2015 cuando la confianza en el congreso pasa a ser de un 6% y en los partidos políticos de un 3% (fuentes CEP, encuestas nacionales). Por tanto los resultados de la elección de 48 independientes para la convención constituyente no debería parecer extraño, es más 22 de los 33 alcaldes electos en las regiones también son independientes.

Lo anterior revela una nueva ciudadanía alejada de la política tradicional. Es el caso de los adultos-jóvenes, una generación con más educación pero que vive con mayores dificultades para acceder a mejores condiciones de vida que para la generación de sus padres o abuelos. Fueron ellos los primeros en darse cuenta que el denominado crecimiento de Chile ha sido beneficioso sólo para una minoría poderosa y por ende están defraudados de lo acontecido en las últimas décadas.

 

Ahora se empieza a producir la reacción de las elites: amenazan a través de las editoriales de El Mercurio, principal diario conservador, con

·         el caos que pueden provocar los cambios -como históricamente se ha repetido en otros momentos bisagra de la historia de Chile-

·         con la posibilidad de mudar capitales a otros mercados. Sin ir más lejos hace unos días el presidente de la SONAMI (Sociedad Nacional de Minería) advirtió que nos quedaríamos sin minería si se continuaba con la idea de imponer un nuevo impuesto o royalty minero

La caída de la bolsa de Santiago al día siguiente de las votaciones es parte de la reacción, procurando infundir miedo, principalmente miedo a la debacle económica, como instrumento para frenar el avance de los cambios.

El proceso constituyente inédito que se abre en Chile plantea la oportunidad única de dar respuesta a las demandas de cambio que exigimos las mayoría. No debemos temer a las transformaciones, menos aun cuando están sustentadas en la soberanía popular y no en las ambiciones de las elites. Es claro que debemos estar atentos a la contraofensiva que planteará la derecha, p