Desde el sur de Chile, el compañero Victor León Donoso, nos comparte sendas notas acerca del levantamiento popular en desarrollo del otro lado de los Andes.

 

 

Chile nuevamente despertó

Mientras escribo la nota, escucho el sonido de cacerolazos y consignas “Chile despertó”. Durante los últimos días en gran parte del territorio se ha demostrado el descontento a través de distintos tipos de manifestaciones. Todo comenzó en Santiago, a causa del alza del precio del boleto de metro, lo que terminó en grandes movilizaciones.

Desde hace varios años, algunos historiadores y sociólogos planteaban que un levantamiento social era predecible, por la excesiva desigualdad que afecta a la sociedad chilena, sumado a políticas neoliberales que han precarizado las condiciones de vida.

 

Al realizar una revisión histórica, en varias oportunidades han existido levantamientos sociales de importancia como: la huelga portuaria de Valparaíso en 1903, la huelga de la carne en 1905, la masacre de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, las marchas del hambre en 1918 o la revolución de la chaucha en 1947, entre otras. En parte de ellos, son los estudiantes quienes inician manifestaciones que reflejan el descontento social y las jornadas de movilización se caracterizan por ser violentas y con consecuencias mortales. Por otro lado, la constante posición de la elite o la clase política, que da cuenta de su indiferencia o falta de empatía con las problemáticas de la sociedad.

 

Quizás el hecho más recordado durante los últimos días, ha sido lo ocurrido en abril de 1957, denominado “La Batalla de Santiago”: en el contexto de procesos inflacionarios y crisis económica durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, éste decide subir el precio del transporte público, ante esta situación se convocan movilizaciones los primeros días de abril. Las acciones se concentraron en Santiago y Valparaíso, con mucha violencia. Los ataques se focalizaron a instituciones como bancos, tribunales de justicia y edificios donde funcionaba el Congreso Nacional. La prensa local publica una crónica el 29 de marzo, titulada “No están solos”, la que refleja el ambiente previo: “Puede decirse, sin temor a errar, que las nuevas alzas de la movilización colectiva, en estas ciudades, han sido gotas de agua que han rebalsado la paciencia de los sufridos habitantes que han soportado estoicamente numerosas alzas en diferentes rubros, que hacen más difícil la vida e ilusorios los aumentos de sueldos y salarios (…)

Estas demostraciones de protestas públicas no tienen origen comunista, conservador, radical, agrario laborista ni falangista. El único origen hay que buscarlo en la impotencia de los gobernantes para solucionar problemas que afectan especialmente a las clases más necesitadas, como son los estudiantes, la clase media y los obreros”.

En San Fernando los estudiantes del Liceo de Hombres, Escuela Técnica, Liceo de Niñas y Escuela Industrial hacen efectivo un paro, el que había sido convocado por la Federación de Estudiantes de Chile. Cerca de 2500 alumnos dejaron de concurrir a sus establecimientos.

En los disturbios que se registraron en Santiago, al menos dos sanfernandinos murieron, según la prensa local: uno Ricardo Pizarro Venegas, quien estudiaba en el Liceo Nocturno de la Capital, sobrino del profesor Washington Venegas, además Carlos Reyes Morales.

El periódico de San Fernando, La Región, publica el siguiente comentario el 4 de abril: “Consecuentes con nuestros propicios democráticos, no podemos aceptar los asaltos a casas comerciales, a vehículos particulares y de movilización colectiva, la destrucción de bienes nacionales y públicos, actos vandálicos que solo pueden tener como explicación la explosión violenta e incontrolable de una profunda y larga crisis de malestar colectivo”

Debido a las violentas protestas, el gobierno decreta Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Las consecuencias no fueron muy halagüeñas, 18 muertos y 500 heridos.

 

En el proceso que hoy vivimos, es difícil dilucidar las consecuencias o efectos que se sucedan a corto o largo plazo: se evidencia en una crisis de legitimidad de las instituciones, importante desigualdad y una lejanía de los intereses de la ciudadanía, con las prioridades que tiene la elite o la clase política. Lo anterior evidencia la necesidad de un nuevo pacto o contrato social, el cual solo puede ser a través de una nueva Constitución política, fundada en el diálogo y la participación ciudadana. Es de esperar que existan cambios reales y no como se reitera a lo largo de nuestra historia la desconexión total entre los intereses o problemas de la ciudadanía y la clase política chilena.

 El baile de los que sobran

 

Hace escasos días, una noticia marcó mí quehacer: un amigo del barrio se había quitado la vida. Ítalo, compañero de las pichangas entre calles, de cazar lagartijas, o de disfrutar de una conversación y bromas. Pero claro, la vida luego nos separó, algunos pudimos seguir estudiando, mientras Ítalo, como muchos otros, no tuvo las mismas oportunidades. A unos les sonrió la vida y con esfuerzo triunfaron, otros deambulan por las calles con trabajos precarios y otros hasta sirvieron para la comercialización de la droga. Pero mi querido barrio, no es atípico, se replica en gran parte de los centros urbanos del país. Al hacer algo de historia, la situación ha sido permanente y la desigualdad social hasta discurre con normalidad.

 

El origen de la desigualdad en Chile, según varios historiadores, muestra su primer hito en la colonia española, la cual asignó tierras a los españoles y descendientes blancos, mientras los mestizos e indígenas ocuparon los sectores más bajos de la sociedad, sin mayor posibilidad de ascenso. La desigualdad ha sido permanente en nuestro territorio, un ejemplo son los estudios sociales que revelan que algunos apellidos como Larraín o Errázuriz se repiten al largo de la historia política de Chile, mientras apellidos mapuches son los más escasos en el parlamento.

 

Un siglo atrás el periódico El Imparcial de San Fernando, entrevistó a una pobre madre de tres hijos, a la cual le preguntaba: ¿de qué se alimenta Uds.? Y ella contestaba: “De mate. Mi marido gana algunas semanas algo, otras veces no. La carne no la vemos sino mui a lo lejos, el pan es lo que los niños comen y con lo que hacemos sopa. La papa es mui cara, tampoco la comemos. Lo único es pan y mate una vez al día”. Estamos claros hoy que las condiciones han mejorado, pero la desigualdad no.

 

En el Chile de hoy las cifras son elocuentes, mostrando a una sociedad en crisis: la mitad de los trabajadores en nuestro país recibe un sueldo igual o inferior a $400.000 al mes (INE, 2019), por tanto para sobrevivir deben endeudarse, estimulados por un modelo donde no se necesitan mayores requisitos para acceder a una tarjeta o préstamo. El 66% de los chilenos está endeudado (Banco Central, 2018), siendo que 4,5 millones de ellos se encuentran en situación de morosidad (Universidad San Sebastián, 2018). Estos datos son más fríos aún cuando se establece que las rentas menores a $655.443 no son suficientes para acceder a la vivienda nueva hoy más barata (La Tercera, 2018). Hogares emplazados en espacios urbanos se caracterizan por la segregación social, siendo notorio hasta en el paisaje que rodea a las habitaciones: mientras que las áreas en las que viven sectores de altos ingresos poseen parques y plazas con abundante vegetación que suele alcanzar hasta el 70% de la superficie de estos barrios como en Las Condes, en Lo Espejo los espacios verdes representan solo un 27% (UC, 2019).

 

Nuestros niños y jóvenes por supuesto no están ajenos a la desigualdad. En educación las cifras del Ministerio de Educación son elocuentes: establecimientos pertenecientes a la clase alta se diferencian de forma ostensible de los establecimientos públicos para las clases postergadas en lo que hace a los resultados de pruebas estandarizadas como SIMCE o PSU. Lo anterior dificulta claramente la movilidad social ascendente.

 

Todo lo anterior, se refleja en las dramáticas cifras en salud mental: Chile es el segundo país OCDE en el que más han aumentado los suicidios. Entre 1990 y 2011, el crecimiento fue de un 90%. Para la ONG Mente Sana, en nuestro país más de un millón de personas sufre de ansiedad y cerca de 850 mil padece depresión. En el grupo etario mayor de 60 años se concentra la tasa más alta de suicidios en el país, evidenciando en abandono a este grupo, los que se ven afectado principalmente por bajas pensiones.

 

Es triste ver como una canción ícono de hace más de treinta años, que reflejaba las precarias condiciones sociales, aun está vigente y se transforma en un himno: “Nos dijeron cuando chicos. Jueguen a estudiar. Los hombres son hermanos y juntos deben trabajar. Oían los consejos los ojos en el profesor. Había tanto sol sobre las cabezas. Y no fue tal verdad porque esos juegos al final. Terminaron para otros con laureles y futuros. Y dejaron a mis amigos pateando piedras”