Por Nahuel Canteros (*)

 

La real academia española propone dos definiciones para la palabra monstruo: ser fantástico que causa espanto. Ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie. En Argentina, cada diecisiete de octubre, el pueblo festeja el Día del Monstruo. Una tradición de desviados que causan espanto desde 1945, cuando, espontáneamente, miles de monstruos conquistaron las calles -nada más ni nada menos que en el microcentro de la aristocracia porteña- para exigir la libertad del padre de los monstruos. Ese que había promovido el empleo registrado, los Convenios Colectivos de trabajo, las obras sociales, las vacaciones pagas, las indemnizaciones, el Estatuto del Peón Rural.

Lo de monstruo es un parafraseo de cómo Borges y Bioy Casares veían a los sectores populares en el siglo veinte. En mil novecientos cuarenta y siete escriben un cuento titulado “La fiesta del monstruo”, donde desnudan la imagen que tenían del fenómeno popular que generaba el primer peronismo. La trama consiste en la narración de un 17 de octubre, más precisamente en el relato del viaje hacia la Plaza de Mayo de un grupo de monstruos. Veamos un fragmento del cuento:

Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur y nos precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos que, en camiones idénticos procedían de Fiorito y Villa Domínico, de Ciudadela, de Villa Luro, de La Paternal, aunque por Villa Crespo pulula el ruso y yo digo que más vale la pena acusar su domicilio legal en Tolosa Norte.

Estos monstruos que provienen de los barrios periféricos de Buenos Aires, carentes de valores civilizados -a decir de Borges y Casares- terminan el cuento apedreando a un judío que se niega a saludar a la figura del monstruo: Perón. Así lo narran en el cuento:

El primer cascotazo lo acertó, de puro tarro, Tabacman, y le desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro. Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo. Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó, porque estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima.

La construcción literaria que producen del peronismo es un correlato de la que en el siglo XIX había generado Sarmiento con su célebre “civilización y barbarie”. Los bárbaros y los monstruos son aquellos que, no siendo agraciados por los privilegios de clase, constituyen una subalternidad a ser civilizada. La propuesta civilizadora, sin embargo, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, fue el trabajo casi esclavo y la negación de cualquier derecho humano. 

¿Quiénes son estos monstruos? ¿De dónde vienen? ¿En qué vientres se engendraron estos seres fantásticos? 

En gran número los monstruos son los hijos y los nietos de los inmigrantes que Alberdi había llamado para poblar el suelo argentino en el siglo XIX. Él -que esperaba manos laboriosas para trabajar la tierra y así desarrollar el modelo agroexportador- se encontró con inmigrantes que buscaban el trabajo mecánico de la Europa industrial y los derechos allí negados. Los hijos de los inmigrantes pasaron a ser los hermanos de quienes Sarmiento no se cansó de llamar barbarie: gauchos, indígenas y criollos. Monstruos y bárbaros unidos, tomando las calles de la aristocracia porteña. Monstruos y bárbaros con casa propia, trabajo estable, autos y ahorros. Con seguros colectivos e individuales, beneficiarios de subsidios en las tarifas de los servicios. 

Veamos a estos monstruos a través de los ojos de otro famoso escritor nacional. Julio Cortázar, en su relato “Las puertas del cielo”, describe el comportamiento de los sectores populares. Les atribuye una monstruosidad viviente en la milonga, en los conventos, en la periferia de la ciudad. Detengámonos en el siguiente párrafo del texto: 

Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den tantos juntos. Asoman pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres casi enanas achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadro o negros… de dónde salen, qué profesiones los disimulan de día, qué oscuras servidumbres los aíslan y disfrazan… Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor a talco mojado contra la piel, a fruta pasada, uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos, después lo importante, lociones, rimmel, el polvo en la cara de todas ellas, una costra blancuzca y detrás las placas pardas trasluciendo. También se oxigenan, las negras levantan mazorcas rígidas sobre la tierra espesa de la cara, hasta se estudian gestos de rubia, vestidos verdes, se convencen de su transformación y desdeñan condescendientes a las otras que defienden su color.

Esa voz monstruosa que emerge, que mete las patas en las fuentes de la plaza de la república, que copa la Avenida de Mayo y Diagonal Norte. Esa voz que cruza en botes el riachuelo, que llega en camiones desde la zona sur de Buenos Aires; es una fuerza transformadora que hace eco y retumba en cada rincón de la patria. Es un grito que encuentra en la representación política un medio para transformar la realidad de las mayorías. Para instruir dentro del sistema capitalista reglas de juego que tiendan a mejorar la vida de los sectores populares. La justicia social, principal bandera de los monstruos, hace mella en el sistema capitalista proponiendo otra forma posible de relación humana. Donde la igualdad de posiciones y oportunidades, los derechos laborales y el bienestar social son el horizonte de la monstruosidad.

Perón, en su último discurso, dice que lleva en sus oídos la más maravillosa música, que es la palabra del pueblo argentino. Podría haber dicho que la más maravillosa música era la voz del pueblo, el grito del pueblo, el canto del pueblo. Pero no, eligió el término palabra, del latín parábola, que significa comparación o semejanza. ¿Y qué se compara o asemeja? seguramente las posiciones que antes del peronismo eran detentadas por la aristocracia terrateniente. La palabra del pueblo toma estatus y pasa a ser, sonoramente, una nueva forma de disputa política. Cuando Perón afirma que la palabra del pueblo es la más maravillosa música culmina con su tarea política. Que comenzó dándole voz a los monstruos, y terminó haciéndoles saber que aquello que habían conseguido no lo iba a poder silenciar, ni siquiera, el estallido de las bombas.

Basilio Argimon.

(*) Nahuel Canteros (1993), nacido y criado en el Conurbano Bonaerense. Ganador del segundo premio en cuento (2021) de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de Tres de Febrero. Ganador del sexto premio del Concurso Nacional de literatura de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN). Participa en dos antologías de editorial Camalote, “Infancias” (2022) y “Fe” (2024). Asimismo, en una antología de SADE (2021), en “Constelaciones” (2020) de Escrituras Indie y en la antología “Relatos Históricos: la más maravillosa música” (2024) de UPCN.