Publicado en El Cohete a la Luna el 1º de abril

Por Ricardo Aronskind 

La derecha quiere transformar el país. ¿Y la oposición?

 

A alguna gente que tiene pasión por el punto medio le gusta decir que los gobiernos de derecha generan crecimiento y los gobiernos de izquierda distribuyen.

El esquema, basado en algunos casos de países centrales donde las burguesías hacen lo que tienen que hacer (invertir e innovar), señala que los conservadores promueven reglas de juego que alientan las inversiones productivas y que luego los sectores progresistas, en base al esquema productivo ampliado que heredan, impulsan las redistribuciones para que la sociedad sea un poco más equitativa.

Adoptando este enfoque, se puede darle a cada fracción política su mérito, bendecir la alternancia de las derechas e izquierdas como un proceso sano y necesario y concluir el relato en un salomónico espíritu donde ambas partes son necesarias y complementarias en la construcción de sociedades más prósperas y felices.

Desde ya que ese esquema tan simpático y optimista necesita ser verificado en la realidad para ver su capacidad de explicación de los procesos latinoamericanos, o específicamente argentinos.

Aplicada mecánicamente, y usando el lenguaje convencional (que naturaliza la cosmovisión de la derecha), los gobiernos moderados-centro derecha por sus prácticas austeras y previsibles favorecerían el crecimiento, y los gobiernos populistas-progresistas aportarían el elemento distributivo, aunque fueran poco efectivos en promover el crecimiento.

 

En ese esquema teórico se contrabandea la idea de que primero debe venir el crecimiento para poder distribuir o, como dicen sin sonrojarse, “no se puede distribuir lo que no se produce”, como si la sociedad, en cada momento, partiera de cero.

 

La Argentina real

Cuando se baja del limbo de los esquemas cómodos y ajenos y se estudia la Argentina, se encuentra que el tema es mucho más complejo: hay crecimiento en períodos populistas y crecimiento con pies de barro en períodos liberales. Hay cierta redistribución progresiva en períodos populistas y redistribución claramente regresiva en períodos liberales.

Los conservadores son escasamente eficientes en materia de impulso a la inversión productiva (salvo que vengan de la mano de negocios de las multinacionales) y muy eficientes en las redistribuciones contra los sectores populares. Los populistas buscan redistribuir en forma progresiva (aunque tienen dificultades para vencer las resistencias sociales a la redistribución) y han logrado promover el crecimiento productivo, aun cuando han tenido poco impacto en las transformaciones de la matriz productiva.

 

Las transformaciones de fondo

Hay una dimensión específica que el pensamiento económico latinoamericano planteó hace muchas décadas, vinculada a la necesidad de modificar las estructuras productivas/institucionales y culturales, para hacerlas más complejas y sofisticadas, que se pierde cuando la discusión se limita al eje crecimiento-distribución.

Ese eje, pensado para países centrales, da por hecho que cuando se crece se van incorporando nuevas actividades de punta, nuevas tecnologías, nuevos saberes y productos, nuevos estilos de vida, lo que se llama habitualmente producción de modernidad.

En la periferia no ocurre de esa forma, y el debate crecimiento-distribución, por más interesante que sea, tiene el inconveniente de dejar de lado la importancia de la transformación productiva para salir del atraso económico y social.

En esa dimensión, la de promover cambios de fondo difícilmente reversibles, se puede pensar lo que ha ocurrido con los gobiernos neoliberales y populistas locales. Repasando la historia reciente, se observa que han tenido mayor capacidad transformadora los neoliberales que los progresistas/populistas.

Mientras los primeros vienen promoviendo el cambio de estructuras, en un sendero de subdesarrollo creciente, desde la dictadura del 1976, pasando por los ’90 y llegando hasta el gobierno actual, los gobiernos progresistas o populares se tuvieron que encargar, en base a las estructuras económicas y de poder recibidas de las experiencias previas, de mejorar las condiciones económico-sociales, reactivar la economía y producir mejoras distributivas.

La derecha argentina viene siendo mucho más transformadora de estructuras, en su propio beneficio y en contra del país, que lo que han podido lograr o revertir los gobiernos no neoliberales que se han intercalado entre estas experiencias.

La transferencia de las grandes empresas nacionales al capital extranjero, el debilitamiento estructural del Estado, la contracción de la industria y su desintegración parcial, la desfinanciación del desarrollo científico y tecnológico, el mega-endeudamiento externo con la consecuencia directa del ingreso del FMI a la toma de decisiones locales, son algunos de los ejemplos estrictamente económicos.

En lo social el mar de pobres e indigentes tiene un punto de partida indubitable: las políticas económicas de la derecha. La marginalidad y la violencia que tan útiles resultan para promover la fascistización social, no tienen ningún otro origen que los arrasamientos productivos y el retroceso de lo público característicos de esas experiencias.

Desde la perspectiva de la distribución del poder social, cada gobierno de la derecha ha producido vuelcos que fortalecieron el poder corporativo en desmedro de los intereses mayoritarios. Incrementaron su poder de chantaje y veto sobre los gobiernos que no les responden abiertamente.

En ese sentido no debería pasar desapercibida la notable reflexión de Cristina Kirchner sobre su propia gestión de gobierno: “Yo siempre sostuve que el que ocupa la Casa Rosada, si midiéramos al poder como un todo del 100%, quien es presidente de la República podrá tener el 20%, 25% del poder. Y es mucho. El otro 75% son las corporaciones económicas nacionales e internacionales”, señaló crudamente en un reportaje efectuado hace pocos meses. Los gobiernos de derecha apuntan a cambios estructurales permanentes que hagan difícil o imposible la implementación de políticas no alineadas con las estrategias de acumulación del gran capital local y extranjero.

Por lo tanto, el verdadero eje para descifrar las políticas económicas de neoliberales y populistas sería: proyectos socialmente cruentos de transformación de estructuras productivas y estatales a favor de la concentración de la riqueza y el ingreso, versus períodos de alivio, intentos de reparación social y búsqueda de reorientación del país hacia un rumbo más productivo, con logros limitados, que no alcanzan a compensar los cambios introducidos por el neoliberalismo.

Si retomamos las mejores tradiciones intelectuales latinoamericanas y apuntamos a un verdadero proceso de desarrollo productivo con transformación social desde las capacidades propias, se vuelve muy preocupante una alternancia en la cual la impronta estructural –que no es siquiera de crecimiento sino de negocios por desposesión— la establece la derecha, mientras que los ciclos progresistas populistas —desde que se inició el actual período democrático— quedan constreñidos a reparaciones en el contexto de un engranaje estructural que básicamente no puede dar respuesta a las expectativas sociales de inclusión y progreso.

 

Política y políticos

Vale la pena reflexionar sobre estos vaivenes y sobre la puntualización hecha por la ex presidente, porque muchos políticos se están lanzando a establecer un conjunto de tratativas para lograr la unidad opositora. Como es frecuente en la sociedad argentina, el debate político aparece desconectado de la consideración de las características de la estructura profunda de la sociedad y del poder real.

Es probable que muchos dirigentes se ilusionen con reeditar un “Kirchner II”, no en cuanto a una figura política en particular, sino en relación a un conjunto de políticas que podríamos rotular de keynesianas, que vendrían a impulsar la actividad económica, evitar el cierre de nuevas empresas, contener el desempleo y en lo posible no seguir profundizando el endeudamiento y la extranjerización. Es razonable que surjan propuestas que incluyan estrategias de reparación del tejido social, o que se piense en los necesarios estímulos para rescatar a miles de pymes en peligro.

Sería deseable que quienes aspiran a desplazar al gobierno neoliberal se detengan un instante a pensar el sentido de su acción política. Hoy mismo la derecha gobernante vuelve a apostar a cambios estructurales: desde un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea a la atomización sindical, mientras implementa el desmantelamiento de controles y registros públicos y acelera un endeudamiento que ate al país a los condicionamientos de las finanzas internacionales, sin olvidar el fomento de la concentración mediática para manipular en forma masiva a la población.

La pregunta es si a esta altura de la historia, un corte transitorio del ciclo político neoliberal sin una agenda alternativa de transformaciones estructurales no puede ser absorbido como un momento más en el ya largo trayecto de retrocesos que viene recorriendo el país.

No se está discutiendo lo obvio: redistribuir es imprescindible y crecer es necesario. Pero transformar estructuras es una condición necesaria para cambiar el rumbo declinante que la derecha la viene imprimiendo a la Argentina.

Si la idea es disputar sólo el 25% del poder, el resultado parece estar cantado.