El 30 de octubre, cuando frente a gobernadores y representantes de gremios y del poder judicial, enunció sus proyectos de reforma impositiva, laboral y previsional, Mauricio Macri redondeo su discurso con la frase "Es ahora o nunca el momento para ceder cada uno un poco… para garantizar 20 años de crecimiento sostenido de la Argentina”.
Ahora o nunca equivale a somos nosotros o nadie: nosotros diagramamos desde el presente 20 años de crecimiento, para los cuales es necesario construir una hegemonía política que garantice la continuidad durante 20 años del proyecto –superando la continuidad lograda por la única fuerza política que garantizó la gobernabilidad durante los últimos 30 años de democracia y demostrando al mismo tiempo que ya no es necesario el peronismo para gobernar (lo que le plantea un problema exigente a la derecha peronista que los Ritondo y los Santilli han logrado superar)-.
Se parece bastante a una épica: un nuevo partido de derecha que crece fuera del espacio de las mediaciones políticas tradicionales –al menos fuera de las planteadas por los sectores más conservadores del peronismo-, que ejerce el poder político en la etapa y lo hace respetando formalidades democrático/electorales que legitiman su acción de gobierno, que se plantea quedar 20 años en el poder y transformar la Argentina en el camino. Representan a los mismos de siempre, al poder real que nunca se fue pero que ahora ejerce también el poder político –cuestionado blandamente por el irigoyenismo y el alfonsinismo y duramente por el peronismo de Perón y por el kirchnerismo-.
Sus voceros más autorizados utilizan cínicamente como justificación de sus diferentes proyectos la necesidad de sacar de la pobreza al 30 % de la población que todavía pone su voto a alternativas populistas-autoritarias-corruptas o de izquierda, en la necesidad de transformar a ese 30 % de la población en ciudadanos con igualdad de oportunidades, en ciudadanos demandantes como sus vecinos cercanos de la clase media -como si el contenido de su voto no expresara una demanda sino simplemente un impulso irracional basado en el clientelismo político paternalista o la identificación fanática con un líder, típica de la vieja política que va muriendo desde el advenimiento del siglo XXI-. Pero sus políticas apuntan precisamente a lo contrario: no a eliminar la pobreza sino a incrementarla como una necesidad estructural casi de realismo político-económico, marginando a ese 30-35 % de la población en lo posible hasta el extremo de evitar que voten y de paso echarles la culpa por su incapacidad para aggiornarse y transformarse en “emprendedores” o “empresarios del yo”.
Para Onganía, su revolución no tenía plazos sino objetivos, lo mismo expresaron los representantes de la primera junta del golpe cívico-militar de 1976: es un avance que la derecha ponga plazos, sus versiones encabezadas por el partido militar no lo hacían. Sin embargo, unas u otras expresiones del poder real sueñan con el asentamiento de un sistema político que no cuestione su supremacía y la vigencia de sus “derechos” atemporales y no negociables, superando la rémora que, para los que se sienten los verdaderos “dueños” de la Argentina, significaron los gobiernos nacionales y populares de Perón, Alfonsín, Néstor y Cristina.
Lo anterior no significa que sean equiparables los gobiernos surgidos de golpes militares con el actual ni siquiera que representen idénticos sectores sociales o aglutinen tras de sí similares apoyos políticos o corporativos, negando los cambios abrumadores para la vida de la enorme mayoría de los habitantes del planeta que se han producido durante los últimos 50 años. Sólo que en tanto representantes de la derecha en diferentes momentos históricos todos apuntaron a construir su propia épica: parece no ser verdad que el macrismo está “más pendiente de la época que de la épica” y hasta sería contradictorio que así fuera para una fuerza que centra su penetración política en la generación de expectativas más que en realidades concretas –aún en aquellos sectores que deberían serle refractarios-.
Uno de los pilares en los que asientan su discurso es en presentarse como lo nuevo: “venimos discutiendo desde hace mucho qué animal del zoológico es Macri y Cambiemos y creo que ya todo el mundo entiende que es un animal que no estaba antes, un animal nuevo” decía hace unos días Marcos Peña en el marco de un reportaje que le realizaba Fontevechia para Perfil.
Son animales nuevos que manejan a la perfección lo que llaman instrumentos de la nueva política: marketing, ciencia comunicacional, redes sociales, campañas de estigmatización y destrucción del adversario político. Tienen la inédita capacidad de articular eficazmente el despliegue de sus avasallantes instrumentos comunicacionales con la acción de las distintas expresiones del poder real del que forman parte. Así los grandes conglomerados económicos que crecieron de la mano de la extensión del monocultivo de la soja, imbricados con las organizaciones patronales de la industria concentrada, el sector financiero, los monopolios comunicacionales, las empresas de servicios privatizadas en los 90, el partido judicial, parte del aparato sindical y del establishment político, legitimados en su accionar por el voto popular, avanzan imponiendo su proyecto sin grandes inconvenientes frente a la ineficacia de una oposición todavía sin reacción frente a las derrotas electorales de 2015 y 2017.
Pero cuando llegamos al proyecto nos damos cuenta que la novedad tiene límites y que las viejas y las nuevas derechas comparten algo más que su visceral odio hacia los sectores populares y sus representaciones políticas. Son neoliberales y el etiquetarlos no implica subestimarlos o pensar que podemos descansar en una supuesta inevitabilidad de la crisis que sus políticas económicas produciría, como trinchera a partir de la cual desatar una nueva ofensiva popular -como si las crisis se procesarán indefectiblemente por izquierda y a favor de desposeídos-.
Antes bien la etiqueta define un contexto y límites de lo que pueden hacer y de lo que seguramente no van a hacer.
Y la falsa novedad de una épica de la derecha penetra hasta espacios impensados: por ejemplo un comunicador progresista, José Natanson, escribía el día después de las PASO del 12 de agosto que CAMBIEMOS “expresa una nueva derecha: democrática, dispuesta a marcar diferencias económicas con la derecha noventista y socialmente no inclusiva pero sí compasiva”.
La frase anterior, que no proviene de las usinas de la inteligencia del bloque que detenta el poder y por ende forma parte de lo que podríamos llamar el “desconcierto del espacio opositor”, debe por eso mismo ser cuestionada y rebatida. Su formulación puede responder a diversas razones que seguramente no escapan a un combo del que forman parte el miedo, la obnubilación que provoca en algunos la eficacia de la maquinaria político-electoral macrista y/o la seducción que la moderna utilización de los instrumentos comunicacionales ejerce sobre aquellos cuyo gorilismo los hace permeables a críticas generalistas u operaciones efectivistas.
Natanson le asigna a CAMBIEMOS valores democráticos basado seguramente en que se trata de una derecha que se aviene a refrendar sus propuestas políticas sometiéndose al juicio popular por medio del voto. Puede coincidirse en que esto no es poco, tomando en cuenta los antecedentes de la derecha argentina y regional, sin embargo sólo alcanza una dimensión rescatable si comparamos la situación actual con la del 1983, recién recuperada la democracia: pretendemos analizar la nueva derecha, moderna y seductora con parámetros o varas que retrasan 35 años y que desprecian lo que hemos -en tanto pueblo- podido conquistar con el paso de los años, en medio de avances y retrocesos, para tener una democracia de mejor calidad.
Sinceramente preocupados por cierta subestimación o análisis incompleto o errado que hace del macrismo una parte de la oposición –en particular el kirchnerismo-, pierden de vista la experiencia de dos años de gobierno neoliberal, el contexto regional e internacional, la persecución a opositores o jueces no afines, el encarcelamiento de ex funcionarios utilizándolos para hacer del miedo un elemento central del accionar político, la presión hasta el límite de forzar su renuncia sobre la procuradora y hechos tan dramáticamente espantosos como la privación ilegítima de la libertad de Milagros Sala o la muerte de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en medio de brutales represiones de fuerzas nacionales.
Vinculado a lo anterior nos dice Horacio González en una de sus columnas de reciente publicación en Página 12:
“Dictablanda, democradura, se dijo alguna vez para intentar definir situaciones mixtas en cuanto a tal o cual identidad gubernamental. Preferimos el de estado de excepción, que es también un concepto incierto, como todos los demás, pero que reconoce su capacidad de pensar en sí mismo esa excepcionalidad. El predominio de un esquema de construcción de un enemigo nefasto, misterioso y ubicuo es uno de los fundamentos y motivos centrales del estado de excepción. La ley pasa a ser una excepción y la excepción un estado permanente de autojustificación de cada acto de gobierno. No precisa institucionalidad, sino fórmulas de lenguaje, no precisa descubrir hechos verídicos, precisa nombrar lo que los encubre, no precisa parlamento, sino denuncias de corrupción ante un tribunal de prelados mediáticos, no precisa pruebas sino acusaciones de asesinato, no precisa investigar, sino sembrar pistas falsas, no precisa tocar timbre sino crear el arquetipo de un Timbre tras el cual habita un hombre aislado, uno solo, como Henry Thoreau, pero no para la desobediencia civil, sino con el trapo de piso y la escoba presto a limpiar la Plaza de Mayo contra los destrozos del “enemigo interno””.
Cambiemos nos ofrece una democracia y un estado de derecho limitados y al hacerlo no son originales: Slavoj Zizek en uno de sus útimos libros “Problemas en el paraíso – Del fin de la historia al fin del capitalismo”, señala que frente a la gradual decadencia de EEUU y Europa la pregunta a formularse es quién sustituirá la hegemonía de éstas potencias en el capitalismo. La respuesta que dice encontrar entre los analistas de la cuestión es “un capitalismo con valores asiáticos”, en referencia no a los pueblos de Asia sino a la tendencia del capitalismo contemporáneo a suspender la democracia. Continúa señalando que “para entender cómo funciona la ideología en su máxima pureza en tiempos supuestamente post-ideológicos debemos observar no solo lo que se dice sino la compleja interacción entre lo que se dice y lo que no se dice: libertad de elección sin libertad de elección real. Los neoliberales prefieren el plebiscito permanente de los mercados globales al plebiscito popular de las urnas y sostienen que “liberados del control de los mercados las decisiones democráticas y parlamentarias son irresponsables”“.
Pero la nueva derecha no sólo es democrática sino que también pretende marcar diferencias económicas con la derecha noventista, nos dicen los amigos progresistas. Para sustentar lo anterior se basan por ejemplo en que han mantenido la AUH, que no han re-privatizado empresas re-estatizadas por el kirchnerismo aún aquellas que dan pérdidas como Aerolíneas o el sistema jubilatorio. Hay un primer elemento anómalo en el análisis y es que adjudica méritos políticos a Cambiemos por lo que no hace y hasta por lo que hicieron aquellos que intentan demonizar y estigmatizar: ¿por qué no pensar que en realidad no pueden avanzar sobre los aspectos anteriores simplemente porque no todo lo realizado durante los 12 años de gobierno nacional y popular tiene pies de barro y algunas de las conquistas se han naturalizado como derechos que serían defendidos por la población beneficiada?.
El segundo elemento anómalo es que parecen olvidarse de que en otros aspectos avanzaron y lo hicieron rápidamente. Sólo como ejemplo: la eliminación total o parcial de las retenciones agropecuarias, la apertura indiscriminada de las importaciones en algunas áreas o el aumento casi exponencial de las tarifas de los servicios públicos o de los combustibles.
Envalentonados por el resultado electoral de las elecciones de medio término avanzan ahora sobre sobre las reformas en las áreas que se mencionaban en la apertura de ésta nota: impositiva, laboral y previsional.
De la impositiva lo menos que puede afirmarse es que no será progresiva y si se la analiza en conjunto con las medidas económicas tomadas al principio de la gestión -en particular con la quita de las retenciones-, es francamente regresiva. Por otra parte desfinancia al ANSES y por ende se complementa con la reforma previsional que implica la parte más importante del ajuste por lo que significa: el recorte a las jubilaciones actuales y a las futuras y la apertura de una puerta hacia la exploración de la posibilidad de re-privatizar el sistema frente a la imposición de la mentira de la no sustentabilidad del sistema de reparto –aún cuando Macri lo negó enfáticamente en la presentación de los proyectos: ¿pero cómo creerle después de haber escuchado las promesas que lo llevaron al poder en el 2015?-.
La laboral es quizá la más negociable de las tres reformas, siempre que mientras lo hagan puedan avanzar limitando los montos indemnizatorios, dificultando la judicialización de los despidos, favoreciendo la tercerización y manteniendo inmune a la empresa que terceriza, eliminando las horas extras, creando bancos de horas, acomodando los periodos vacacionales según las necesidades de las empresas, favoreciendo la precarización con contratos basura para fomentar el empleo joven o perdonando deudas previsionales a los negreros. De la mano del ejemplo de Brasil, se trata de generar las condiciones que establece Fredic Jameson cuando analiza que “el desempleo debe alcanzar niveles deseables para favorecer la dinámica de acumulación y extensión que constituye la mismísima naturaleza del capitalismo como tal….”, para concluir que “el nuevo desempleo estructural es una forma de explotación….”.
Por suerte la nueva derecha no es socialmente inclusiva pero si es “compasiva”, vayan como ejemplo la eliminación de las pensiones por invalidez o el cambio de la fórmula de movilidad jubilatoria…