Por Mariano Ameghino

En este mundo protagonizado por trolls, tiktokers, viralizaciones, redes sociales y mensajitos de todo tipo, en el terreno por las disputas por el sentido se instalan narrativas, sin importar su veracidad sino apostando a su verosimilitud. Esto vendría a ser un juego de palabras entre una “verdad asimilada” y una “verdad sólida”. En todo caso se trata de construir un relato que lleve agua para un molino.

Pero más allá de esta introducción, yendo al terreno de la vida cotidiana, el otro día me tocó ir a la peluquería. No puedo evitar cada vez que se descontrola el cabello y tengo que visitar al peluquero del barrio, de recordar la anécdota de un caudillo, líder, muchas veces intendente de un municipio del conurbano que contaba como todos los lunes se reunía con los peluqueros de su ciudad. “Ellos son los que hablan en la oreja de la gente, si ellos saben las cosas buenas que estamos haciendo en el municipio, la gente los escucha, son fundamentales”. Lejos en el tiempo de los trolls y tiktokers, para este intendente charlar con los peluqueros era central en la construcción de poder político. Una especie de “baja línea” genuino e inocente.

 

-“¿Cómo anda el laburo, cómo anda todo?, ¿mucho quilombo en la universidad?” arranca Adrián, el peluquero,  mientras se debatía entre tijeras o la máquina de rapar cabezas. – “Bueno, te cuento”; arranco yo. – “Estamos tratando que los senadores aprueben la ley de financiamiento universitario y eso nos permitiría recuperar un 50% de nuestros salarios, estuvimos de paro y estamos organizando una marcha para Septiembre”. En breves palabras le contaba un poco algo de mi coyuntura, mientras nos poníamos de acuerdo que era mejor que me lo deje “bien corto”, total el pelo después crece.

 

En esto, Adrián, me dice: -“Igual es todo como lo muestran en la última de Francella, ¿la viste?” – “No”, le respondí. Pensé que me hablaba de una publicidad que el actor estaba protagonizando y no me di cuenta que estaba haciendo referencia a la serie “El Encargado”, que todos los viernes emite un nuevo episodio de la tercer temporada.

 

Es la historia de un inescrupuloso encargado de edificio que coimea, sub alquila, y saca todo tipo de ventajas de situaciones cotidianas. En las dos primeras temporadas ya habíamos advertido de su mensaje anti trabajador, estigmatizando y reforzando todas las leyendas negras sobre los encargados de edificios. Algunas críticas surgieron desde órganos sindicales, pero finalmente entre las comedias de enredos, chistes, internas de consorcios, las figuras del Puma Goity, Norman Brisky y el protagonista del secreto de sus ojos, la ficción le ganó al análisis subliminal que la historia trae consigo.

 

Pero en esta ocasión se cruzan algunos límites. Obscenos. Cuando el peluquero me pregunta por la lucha de los universitiarios y enseguida tendió el puente con el último episodio de la serie donde Francella hace de un trabajador de la propiedad horizontal que va reclutando a sus colegas, los hace renunciar a su lugar de trabajo para contratarlos en su empresa como autónomos, emulando la solidaridad sindical y alimentando el individualismo…. me generó la curiosidad sobre ¿qué tendrá que ver todo, esto que de por si me parecía vomitivo pero no dejaba de verlo viernes a viernes, con la frase fulminante de Adrian? –“Ahí te das cuenta como es el curro, todo se arregla”. ¡Pero la pucha!, ¿Qué me estará queriendo explicar el peluquero, que en cada corte me ha manifestado su cercanía con el movimiento nacional, y sus críticas a los que siempre nos sacan el pan de la boca, sus estrategias para pagar el alquiler, arreglar la puerta de vidrio, laburar, laburar y laburar? Pero esta vez el corte de pelo era protagonizado por Francella y un arreglo que ocurrió en el último episodio, donde sindicalistas, senadores, llegaban a un tipo de “acuerdo oscuro”.

 

Terminó el corte, le pague 7 lucas, de acuerdo al índice de inflación de los seres de a pié, porque a Adrián le aumenta todo y creo que la última vez me cobró 5; y quise llegar corriendo para ver el último episodio de la serie.

 

Quizá el lector de esta nota ya vio la historia, o quizá corresponda poner un subtítulo a la nota que diga “contiene spoilers”, pero poco importa.

 

El personaje de Francella se llama Eliseo, y en esta tercer temporada decidió armar una empresa de servicios para consorcios y así conquistar edificios del barrio de Belgrano ofreciendo un servicio más barato para los que tienen que pagar las expensas pero garantizando un ingreso económico mayor para los trabajadores y trabajadoras que dejan de ser empleados del consorcio y pasan a ser empleados que monotributean a la Sociedad Anónima, Soluciones Integrales Basurto. Y esa diferencia entre expensas más baratas y mejores ingresos a los encargados (no quiero decir salarios) se logra porque no habría aportes al sindicato, aportes patronales y mágicamente los ahora empleados de Basurto se convierten en seres felices que ganan más dinero por el mismo trabajo. Todo culpa de los sindicalistas chupa sangre. Hasta ahí la historia ya era perversa, inexacta y digna de ser refutada. Pero convengamos que la ficción nos suele hipnotizar y seguimos separando al artista de la obra y un rato de entretenimiento en este mundo tan complicado puede ganar un poco de nuestro tiempo. Pero para que Adrián me diga “Mirá el último capítulo y ahí vas a entender todo” me sacudió. Podemos marchar, parar, hablar con los sindicatos, representantes, rectores, estudiantes, hacer radios abiertas, pegar afiches, ir a las asambleas, pero el peluquero me aseguraba que ante mi expectativa que los senadores voten la ley de financiamiento universitario, él “me la bajaba”, “si mirás el último capítulo de Francella vas a entender como todo es un curro”.

 

Resulta que el grupo de trabajadores indignados por el accionar de Eliseo, que engaña, acusa, extorsiona para ir ganando edificios hacia su empresa, se organizaron y junto al sindicato llevan al personaje de Francella a una especie de comisión bicameral del congreso de la nación para investigar el caso. En otra inexactitud propia de la ficción, pero cargada de ignorancia, se confunde el rol del Poder Legislativo con el Judicial, porque no me pregunten cómo pero la comisión bicameral del Congreso estaba en condiciones de condenar a Eliseo por 9 años.

 

¿Pero qué pasó?. Antes del veredicto final de la comisión investigadora tiene lugar una reunión, “un arreglo”. Allí la senadora le explica a Eliseo que para la comisión él debe ser condenado pero que el sindicato tenía una propuesta para hacerle. Resulta que a partir del conflicto que tomó estado público muchos encargados de edificios del país habían decidido desafiliarse de su sindicato ya que a muchos les estaba gustando esa “libertad emprendedora” de trabajar para la empresa Basurto. Entonces le proponían al personaje de Francella que él tenga una zona franca por el barrio de Belgrano para seguir reclutando edificios, pero que no se metía con el resto de propiedades horizontales del país. Eliseo no iba a ser condenado y el sindicato no perdía más afiliados.

Claro, hasta aquí, más allá de lo obsceno e irrisorio que puede parecer toda esta historia debo confesar que la razón por la cual escribo estas líneas es porque una escena me hizo estallar de la bronca. Siempre estoy atento a la construcción de subjetividades que se realiza a través de la industria del entretenimiento. En el imperio Romano el pueblo parecía disfrutar como los leones se morfaban a los esclavos y en el siglo XXI seguimos creyendo que Hollywood ganó la segunda guerra mundial, que Vietnam no fue Vietnam y que los norteamericanos nos salvarán de todos los males alienígenas.

 

La bronca nace de lo que más arriba indiqué como un argumento ignorante. Llevar todo este conflicto al Congreso de la Nación y no al Palacio de Tribunales. Nada es inocente. “El arreglo” no se hace en la oficina de un juez de Lago Escondido sino en el despacho de una senadora, de apellido fonéticamente quisquilloso, “la senadora Capotorto”.

 

Pero en ese despacho, donde tiene lugar “el arreglo” que tanto interpelaba a Adrián, se realizaba bajo la atenta mirada que emanaba de dos hermosos retratos del 3 veces presidente Juan Domingo Perón y de la Compañera Eva Perón. ¿Es necesario?. La que organiza el arreglo en su despacho resulta ser una senadora peronista, se mancha la memoria de estos dos proceres colocando su figura en el decorado. Los sindicalistas tranzan, los senadores acompañan, Eliseo apoya. Gana el malo ¿?, y el episodio termina con la visita del Encargado de edificios a la Casa Rosada. Y encima en los artículo periodísticos se dice, que el viernes que viene Eliseo Basurto será recibido por Javier Milei. Digno representante del emprendedurismo precarizador, con una herramienta propia de la guerra híbrida detrás de la industria cultural nos quieren adoctrinar bajo el dilema que un mundo sin trabajadores organizados es mejor que el actual.  Pero por suerte parece que la temporada terminó el pasado viernes 23 y el anarcocapitalista no estará en la pantalla.

 

Emparentando al poder legislativo, especialmente a los parlamentarios peronistas, al sindicalismo como los verdaderos demonios de lo que acontece. Tanques mediáticos, que llenan nuestro tiempo de ocio, entretenimiento y que subliminalmente nos hablan a la oreja, como los peluqueros del intendente. Será cuestión de seguir construyendo herramientas de contrainformación para estar alertas que nada es inocentes, neutral o imparcial. ¿Quién financia estos mensajes?. ¿Bajo que intereses?. ¿Qué hacemos los receptores de estos mensajes?

 

Una columna de la revista ¿Qué pasó en 7 días? en 1958 publicaba una columna de Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz que se denominaba “Aprendamos a leer los diarios” (aunque el pueblo argentino ya aprendió bastante bien. Sirvan estas líneas de homenaje a nuestro compañeros y construyamos una lectura crítica de estos tanques mediáticos que mediante plataformas nos invaden colonialmente la cabeza