Por Anibal Pitelli -ex-intendente de Chivilcoy-, publicada en EL PAÍS DIGITAL -10/09/2018-
La Argentina implosionada, corroída por el capital financiero y la impericia del gobierno de Macri, no solo tiene en vilo a todo un país, no solo sumerge en la pobreza y sufrimiento a millones de argentinos, sino que no nos deja ni un minuto para reflexionar de otras cosas.
Pero resulta que aún al borde del abismo –una vez más- debemos intentar poner algo de luz sobre lo que cada uno representa. En este caso lo hago sobre la expresidenta.
Creo oportuno decir que el destinatario principal de estas líneas es el vasto, variopinto y heterogéneo conglomerado de argentinos que se reconocen a sí mismos como peronistas. Sean simpatizantes, militantes o dirigentes.
¿Hay algo que no se haya dicho de CFK en los últimos 20 años? Creo que no. Se ha dicho todo. ¿Vale la pena recordarlo? No hace falta.
Solo decir que muchos de los elogios que propios y extraños han derramado sobre ella no se comparan en absoluto con la mayor catarata de insultos, improperios, amenazas y descalificaciones que una porción mas o menos importante de la sociedad le ha dedicado y le dedica a diario. Yo no registro a nadie a quien se lo haya maltratado como a ella en la vida política argentina. Me cuentan que con Eva –Evita– fue igual o peor. Y puede ser. Pero no es este tiempo. Ni fue mi tiempo.
Entonces, ¿qué más decir de ella, qué otra virtud o defecto podremos agregar que la rescate o la condene y que no se haya dicho?
Pues bien, ni una ni otro. Solo intentaré desarrollar algo que creo que, de manera incipiente pero sostenida, se viene consolidando en vastos sectores de la sociedad. Sabrán disculparme sociólogos, analistas y consultores por tomar riesgo y entrometerme en un campo que no es el mío. Pero mi experiencia política –humilde por cierto– me lo permite.
Cristina empieza a dejar de ser Cristina. Está rompiendo todos los límites personales tanto para sus defensores como sus detractores. Cristina comienza a ser un símbolo. Una representación simbólica de un colectivo que claramente supera su propio pensamiento y sus propias acciones. Cristina ya es como un grito de guerra.
Me recuerda sin dudas al Perón vuelve. Cristina representa a una generación que la política siempre desdeña, una generación que conoció nuevos derechos. Cristina es cada uno que hoy se siente perseguido y oprimido. Cristina son los pibes y las pibas por el aborto legal. Cristina son los postergados eternos de un sistema que aún con ella no pudieron progresar.
Los representa de manera inconsciente. Y opera sin quererlo. En ella y en ellos.
Por virtudes propias, y sobre todo por tremendos errores ajenos, pronunciar su nombre despierta todas las pasiones. Y profundiza una grieta que ella no ha inventado. En todo caso la visibiliza, cristaliza.
Decir Cristina es la mayor amenaza no solo para el gobierno, sino también para los que solo han conseguido privilegios económicos a costa del sufrimiento de la mayoría.
Ella genera enorme resistencia, pero a la vez, es la resistencia. Resistencia al negacionismo, resistencia a los intentos de borrar años de conquistas sociales y políticas. Resistencia de los que no se resignan a ver, una vez más, cómo se esfuman los sueños de sus hijos.
Aunque inequívocamente me identifico con ellos, sé que a su vez ella es para muchos otros la representación simbólica de todos los males de la Argentina. Nadie duda del rechazo que genera. Pero justamente, lejos de desmentirme, confirma que por ambos extremos de opinión, su presencia tiene en la vida política una centralidad casi excluyente.
Por cierto, queda claro que detrás del “vamos a volver”, muchos expresan el deseo de que sea ella, y solo ella, la que se cargue a todos. Flaco favor le hacen a Cristina y al proyecto nacional y popular.
Y también queda claro que detrás del “no vuelven más”, muchos otros expresan el deseo irracional de borrar de la faz de la tierra todo lo que huela a peronismo. Flaco favor que le hacen a la Argentina.
No confunda el lector estas líneas con una apología cerrada de CFK, dado que ella –el personaje real, no el símbolo- deberá extremar sus esfuerzos para capitalizar esto. No en favor propio, sino en función de lo que está representando. Aumentar su simbología positiva y disminuir su negativa.
Deberá emprender diálogos sinceros con mucha humildad y autocrítica e intentar, de una buena vez, liderar a todos. Aún con desconfianza, con diferencias, con recelos personales, con pequeñas (o grandes) traiciones. Y aún sin ganas.
Porque a mayor representación simbólica, mayor responsabilidad.
Asimismo, creo que dirigentes y militantes del peronismo, con las enormes diferencias que pueden tener con ella en términos políticos o personales, no deben desconocer esta dimensión simbólica. Por una razón sencilla. No podrán ganar en 2019.
No hay ninguna posibilidad de derrotar al actual gobierno el año próximo si no se produce una apropiación, también simbólica, de aquellos valores que ella representa.
Camino difícil por cierto, pero no intransitable. Porque es difícil explicarle a alguien que ya es un símbolo, y que además mide 35 puntos, que debe correrse en pos de otros dirigentes que miden mucho menos. Y porque es difícil explicarle a los otros, que aún con riesgos de regreso a errores del pasado, prescindir de Cristina puede sumergir al peronismo en una crisis terminal de representación.
Con ella (aunque más no sea simbólicamente), todo. Sin ella, poco y nada.
Si hacemos el esfuerzo por alinear estos planetas –permítanme la humorada–, ¡SÍ, SE PUEDE!
Se puede. Pero además se debe. Solo así podremos reconstruir los puentes con toda la sociedad.
Creo que este es el camino. Pero que se entienda bien. Que todos hagan lo que les parezca mejor. Porque en realidad, no es arreglar o no arreglar con Cristina. Es mucho más que ello.
Porque Cristina es mucho más que Cristina.