Por Eduardo Abalo
Luego de dos años ya no quedan dudas que estamos frente a una reactualización de la línea divisoria que atraviesa toda nuestra historia y que reinvierte los valores de la dicotomía formulada por Sarmiento entre civilización y barbarie. Una vez más el proyecto antinacional avanza sobre los derechos y conquistas de la mayor parte de la población. Los objetivos, beneficiarios y perjudicados se mantienen inalterables con el paso del tiempo, aunque el contexto y el clima de época los inducen a modificar algunos, solo algunos, mecanismos para llevar a cabo sus designios. De todas maneras el revanchismo, la represión y la persecución política están en el ADN de la derecha autóctona. En definitiva, aun permanece incólume la sentencia de que, en la Argentina, el liberalismo económico ha coexistido mucho mejor con el autoritarismo que con el liberalismo político.
Sin embargo, y a diferencia de otras expresiones políticas de derecha que han implementado proyectos económicamente neo-liberales y políticamente conservadores, el macrismo cuenta con la inédita legitimidad que le da haber llegado al poder por el voto popular y desde una nueva identidad política sin vínculo con las identidades políticas centenarias que han dominado la política nacional o en todo caso aprovechando de ellas su penetración territorial pero para construir algo nuevo, cooptándolas o fagocitándolas. Lo inédito de su construcción ha llegado a seducir incluso a parte de los escribas del progresismo políticamente correcto, que le atribuyen al macrismo valores sinceramente democráticos, con un nivel de superficialidad equiparable al de aquellos compañeros que equiparan al macrismo en forma directa y sin escalas con la dictadura.
Una de las caracterizaciones más interesantes realizadas sobre el accionar político de Cambiemos, pertenece a Horacio González y la realizó en una de sus columnas de octubre en Página 12, que citamos a continuación.
“Dictablanda, democradura, se dijo alguna vez para intentar definir situaciones mixtas en cuanto a tal o cual identidad gubernamental. Preferimos el de estado de excepción, que es también un concepto incierto, como todos los demás, pero que reconoce su capacidad de pensar en sí mismo esa excepcionalidad. El predominio de un esquema de construcción de un enemigo nefasto, misterioso y ubicuo es uno de los fundamentos y motivos centrales del estado de excepción. La ley pasa a ser una excepción y la excepción un estado permanente de autojustificación de cada acto de gobierno. No precisa institucionalidad, sino fórmulas de lenguaje, no precisa descubrir hechos verídicos, precisa nombrar lo que los encubre, no precisa parlamento, sino denuncias de corrupción ante un tribunal de prelados mediáticos, no precisa pruebas sino acusaciones de asesinato, no precisa investigar, sino sembrar pistas falsas, no precisa tocar timbre sino crear el arquetipo de un Timbre tras el cual habita un hombre aislado, uno solo, como Henry Thoreau, pero no para la desobediencia civil, sino con el trapo de piso y la escoba presto a limpiar la Plaza de Mayo contra los destrozos del “enemigo interno””.
LATINOAMERICA
Al igual que en otros países de la región en lod que se desarrollaron experiencias nacionales y populares, venimos de gozar de lo que Garcia Linera denomina “ampliación de la democracia política”. Una de las características fundamentales de ese proceso está dado por el ascenso político, al inicio del nuevo siglo, de los sectores subalternos por diferentes vías para asumir el control de un Estado que parecía vedado desde la retirada de las dictaduras militares. Hasta entonces la democracia estaba restringida al ejercicio de derechos individuales.
De acuerdo al vicepresidente boliviano, “Por más de diez años, desde los inicios del nuevo siglo, el continente ha vivido, de manera plural y diversa, el período de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno recuerda desde la fundación de nuestros Estados en el siglo XIX, en procesos unos más radicales que otros, algunos más urbanos y otros más rurales, con distintos lenguajes, pero de una manera muy convergente.”
Es tendencia en algunos sectores proclamar a los cuatro vientos cuales fueron las transformaciones llevadas a cabo en 12 años de gobiernos populares, culpabilizando a las víctimas de las políticas de este gobierno. Son los mismos que no se muestran muy favorables a reflexionar acerca de las propias responsabilidades en el cambio de humor social, desconociendo que lo suyo no es más que un ejercicio de onanismo político además de resultar piantavotos. Una pregunta ineludible, entre tantas, al observar cómo se van desarticulando uno a uno los pilares que fue edificando el período anterior pasa por el tipo de características que deberían tener los proyectos transformadores para no desmoronar sus construcciones ante la primera puesta en cuestión.
Aquí cobra valor una de las críticas más honestas al período del gobierno nacional y popular: aquella que plantea como un serio problema el haber constituido un “sujeto de consumo” y no un “sujeto político comprometido con un proyecto”. Ese sujeto no duda en sostener paradigmas contradictorios entre sí, si evalúa factible poder “cambiar“ para seguir consumiendo.
Al respecto creemos que la lucha ideológica y cultural son centrales. Al fijar la mirada en nuestra América no podemos menos que observar con detenimiento aquellas experiencias que con mayores o menores sobresaltos sostienen experiencias de transformación resistiendo los embates despiadados de los enemigos del pueblo. Venezuela y Bolivia deben darnos las herramientas analíticas necesarias que nos permitan discernir transformaciones coyunturales y estructurales y la manera adecuada de llevarlas a cabo, no para hacer una copia de experiencias irrepetibles sino para repensarlas teniendo como horizonte las particularidades de nuestra patria, sabiendo que está sujeta a determinaciones socio históricas inmodificables pero que su futuro aun está por escribirse.
No negamos la enorme importancia ni el papel determinante de los medios en la conformación de la agenda social y, en última instancia, del imaginario de buena parte de la sociedad. Pero los análisis que se centran en ese aspecto llevan consigo el efecto no deseado de caer en la desmovilización, el apatismo y el descreimiento cuando de lo que se trata es de hacer todo lo contrario. Resulta imposible analizar todas las variables que intervienen en la conformación de una coyuntura como la actual, son inabordables. A la manera de tipos Ideales se hace necesario seleccionar aquel o aquellos aspectos que según nuestro criterio tienen mayor importancia, aunque sin desconocer su complejidad. Resulta indudable que nos encontramos en una etapa de pérdida de derechos que hasta hace tres años considerábamos difícilmente modificables. Y luego del 22 de Octubre la ofensiva neoliberal tiende a profundizarse para lo cual se van explicitando proyectos de reforma laboral, previsional y fiscal que como denominador común tienen la conformación de una sociedad desigual librada a los instintos primarios de los sectores dominantes que claman venganza luego de 12 años de lo que entienden como circo plebeyo. Frente a este cuadro resulta imprescindible resistir el avasallamiento desde el campo popular, en principio rompiendo con la atomización a la que pretenden llevarnos por medio del miedo, la estigmatización y la criminalización. Pero también priorizando los puntos en común por sobre las diferencias teniendo en cuenta que en tiempos como los actuales nadie sobra.