Después de Ernesto Laclau, el Populismo alcanzó una nueva complejidad teórica. Laclau produjo una ruptura con las categorías socio-históricas en las que el Populismo era pensado, para pasar a construir una teoría posmarxista y posestructuralista del mismo. Mencionar este contexto nos da una idea de la nueva complejidad del término.
Una primera aproximación exige considerar el siguiente punto de partida: en Laclau, la sociedad está organizada materialmente por el lenguaje, que es la materialidad y la condición primera del vínculo social. Pero el lenguaje está construido de tal modo que, si bien configura la realidad (no hay realidad prediscursiva), no puede nombrar la totalidad de la realidad. A eso que el lenguaje no puede nombrar lo llamamos lo “real”. Es un agujero en la realidad que sólo puede ser contorneado por un Límite. Dicho límite puede ser nombrado únicamente de manera incompleta e inconsistente, a saber, la hegemonía, la construcción de Pueblo, en suma el Populismo. En este aspecto, después de Laclau, el Populismo es una teoría política de cómo se engendra la significación cuando el lenguaje es una estructura incompleta para representar la totalidad de la realidad.
Esta compleja cuestión revela que el Populismo no sólo no es para Laclau una anomalía de la política, ni un conjunto de técnicas retóricas demagógicas, ni un modo de evitar la “lucha de clases”. Por el contrario, Laclau considera que en la estructura del lenguaje mismo está implícito el Populismo, ya que siempre habrá antagonismos porque la estructura del lenguaje no puede cerrarse en una totalidad. Por tanto, las brechas, las fallas, contaminan todos los vínculos sociales dando lugar a antagonismos irreductibles, que sólo pueden ser abordados por un lógica de articulación hegemónica que dé nombre a esas fallas, que asuma la brecha y que, en definitiva, se haga cargo políticamente de los antagonismos que instituyen lo social. Al igual que el inconsciente, que era considerado como una bolsa de instintos oscuros y desconocidos, hasta que encontró su estructura lógica y ética en el cruce de lenguaje y la pulsión, a partir de Freud y Lacan. Como sucedía antes de Marx, la Economía era un mero intercambio que encubría su hecho clave: la extracción de plusvalía. Así como con la Técnica en Heidegger, que, después de su meditación, ya no es un conjunto de instrumentos que deshumanizan al hombre, sino el resultado de una “historia del ser” que comenzó en Grecia. Como en estos ejemplos, el Populismo de Laclau se propone como una ruptura radical que lo separe definitivamente de las concepciones que lo mantenían capturado en una indeterminación que valía para ejemplos políticos e históricos absolutamente incompatibles.
Pero si bien el concepto de Populismo fue despejado en su estructura y en una nueva lógica, Laclau en su proyecto de construir una ontología general de lo político, de un modo ambivalente, aceptó que el Populismo era una estructura que puede emerger en cualquier proceso político, tanto en la izquierda como en la derecha. Por mi parte, intento apoyarme en una nueva definición de populismo, donde pretendo enfrentar a Laclau con el propio Laclau, aclarando que esta es una operación que permiten sólo los grandes pensadores. Sin ignorar las categorías sociohistóricas que constituyeron a la tradición populista, ni desconociendo el modo en que los propios Laclau y Mouffe situaron al populismo como un momento que de modo irremediable se reparte a izquierda y derecha. Mi posición es que el populismo es siempre posmarxista y que se contrapone a los aspectos esencialistas de algunas lecturas marxistas leninistas con respecto al sujeto histórico. Las condiciones formales de la heterogeneidad, la diferencia, la dislocación, la frontera antagónica, todos términos tributarios del “agujero de la realidad” a la que hacíamos alusión al principio de este texto, sólo existen en el interior de una lógica emancipatoria de nuevo cuño, que asuma de entrada el carácter no objetivable ni totalizable de la realidad. En otros términos, se trata de una emancipación siempre inconclusa, abierta y que siempre debe recomenzar. Por ello son tan difíciles de sostener en su apuesta, dada la tendencia mortífera de todos los grupos sociales a cerrarse sobre sí mismos de un modo mortificante e identitario. Por esta razón, considero que el Populismo no tiene nada en común ni con el fascismo, ni con las técnicas retóricas de las demagogias, en la medida en que son recursos que, de un modo u otro, se sostienen en la conquista de una identidad sin fallas, sin brecha ni agujero, amenazada por las “impurezas o excesos de lo extranjero”.
Por todo esto, sería muy importante, mas allá de las diferencias, asumir la ruptura laclausiana. Es definitivamente importante dar un combate con respecto al término populismo y no regalarle a la derecha y a la socialdemocracia neoliberal la equivalencia que lleva a poner a Trump, Podemos, Le Pen o al peronismo en el mismo lugar homogéneo. A mi juicio, no sólo es un error teórico, lo es también en lo político y ético.
El Populismo es Marx más la construcción contingente de un sujeto de la emancipación a partir de los antagonismos instituyentes de lo social. Donde debe incluirse siempre el análisis de la lógica del Capital y su reproducción ilimitada. Si no se incluye el análisis de la construcción populista en el marco histórico de la estructura del poder capitalista contemporáneo, es imposible construir y asumir los verdaderos antagonismos. Por esta razón, considero que el verdadero populismo sólo puede ser de izquierda. Una izquierda para la que la palabra revolución y su sujeto histórico ya no tienen eficacia simbólica alguna y, por tanto, la nueva radicalidad, el ir “a la raíz de las cosas”, es pensar una nueva lógica emancipatoria, puesto que ya no dispone de entrada de un sujeto asegurado.
En definitiva, el proyecto populista emancipador debe intentar inventar y construir un sujeto con todos aquellos que son alcanzados por la terrible erosión de los vínculos sociales generados por la marcha incesante del Capitalismo.
* Psicoanalista y escritor.