Entrevista realizada por Sofía Solari, publicada en Página 12 el 22/11/2018
García Linera sostiene que, a diferencia de otros países, en Bolivia el modelo económico no está en debate, porque “la derecha no tuvo la capacidad de interpelar las estructuras de crecimiento”. Habla de los desafíos de la izquierda.
Este es un corto invierno para las fuerzas progresistas, augura el vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera, en conversación con PáginaI12, en su corta y aclamada pasada por Buenos Aires. El pensador boliviano intervino en el Primer Foro Mundial de Pensamiento Crítico de Clacso y delineó las claves para el regreso de las izquierdas en la región. “En lo práctico las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas”, afirmó. Linera junto al presidente indígena Evo Morales lideran un proceso transformador en Bolivia que va por su cuarta elección.
–En estas dos semanas en curso Buenos Aires es sede dos eventos importantes. El primer foro de pensamiento crítico de Clacso, pero también del G-20. ¿Qué cuestiones se disputan en cada uno de esos espacios?
–Yo veo al encuentro convocado por Clacso como un gran escenario de construcción de un horizonte colectivo frente al conjunto de problemas y retrocesos que se presentan en el mundo –y que se irán agudizando–. De este encuentro la izquierda mundial tiene que sacar lecciones tanto de los logros pero también de las derrotas. Y en cambio el encuentro del G-20 va a ser el encuentro de un capitalismo esquizofrénico, carente de horizonte compartido y lleno de confrontaciones porque los países que alaban la iniciativa privada, como Estados Unidos, ahora hablan de protección. Y los países que tenían una fuerte presencia estatal en la economía ahora hablan de globalización y librecambio. Entonces el encuentro de Clacso es en cierta medida el esfuerzo más racional que tenemos hasta ahora de buscar salidas y alternativas, desde el ámbito de lo popular, a este derrumbe de certidumbres y horizontes compartido por parte de las grandes potencias mundiales.
–¿Hace falta una actualización de las categorías para entender este nuevo desorden?
–Necesariamente necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que nos permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para proponer algo en el mundo. Ahora hay un gran desorden, un caos de sentido y para sobrepasar este momento necesitamos una gran dosis de creatividad.
–¿A qué se debe la pérdida de horizonte y este caos de sentido?
–Es que se agotó la narrativa y se agotó el combustible de la acumulación neoliberal que surgió en los años 70. La lógica de un mundo dirigido a procesos cada vez más globalizadores y de aperturas de fronteras que se supone que iba a generar bienestar y progreso para todos, no funcionó. Los primeros malestares aparecieron en América Latina donde las fuerzas progresistas intentaron dar una respuesta a ello. Pero después vimos cómo llegaron los descontentos a las articulaciones centrales de la economía mundial. Lo vimos en Grecia, España, Francia e Italia, y últimamente en Gran Bretaña con el Brexit y en Estados Unidos con Trump. Entonces, la idea de que la globalización era el medio mediante el cual la humanidad iba a progresar fracasó, es una promesa fallida.
–Sin embargo, Bolivia parece ser el único país de América latina que logró mantener un gobierno progresista que además tiene un gran crecimiento económico. ¿Cuáles son las claves para entender este proceso?
–Una de las claves de la sostenibilidad de un gobierno progresista es y tiene que ser la economía. Al mismo tiempo esa es quizás una de las debilidades que se ha mostrado en esta primera oleada. En el caso de Bolivia, parte del éxito radica en esta preocupación de la economía, fruto de que nuestra generación vivió la derrota de la izquierda hace 20 años precisamente por una mala gestión económica que abrió paso a que la derecha avasallara durante 20, 25 años. De aquella experiencia apuntamos cuatro cuestiones centrales. Primero que el Estado controle como propietario los principales sectores generadores de excedente económico: hidrocarburos, electricidad y telecomunicaciones. Segundo: redistribuir la riqueza pero de una manera sostenible de forma que los procesos de reconocimiento y ascenso social de los sectores subalternos populares e indígenas tenga una sostenibilidad en el tiempo. Tercero: apuntalar el mercado interno; cuarto: articulación entre el capital bancario y el productivo, lo que implica que el 60 por ciento de los ahorros de los bancos se dirige al sector productivo, generando mano de obra. Y por último, estabilizamos la moneda y bolivianizamos los ahorros.
–En el último tiempo aparecieron en escena las fake news. ¿Qué lectura hace de este fenómeno?
–No considero que las redes fabrican victorias. Si no que lo que hacen las redes es debilitar fortalezas del opositor. Me parece que la pregunta que tenemos que hacernos en este momento es: “¿qué condiciones latentes hay en la sociedad que pueden ser explotadas y radicalizadas mediante las redes?”. Lo que es interpelado con las redes es un conjunto de componentes del sentido común neoliberal: el miedo, el individualismo, la competencia, el gregarismo, el racismo y la salvación externa. Este sentido común popular está latente desde hace mucho tiempo y el momento progresista no lo pudo anular, simplemente los fracturó temporalmente.
–Además se ve un uso de la información personal con fines políticos...
– Todo ese tema nos agarró a los gobiernos progresistas en pañales, como quien dice. Porque quienes son más hábiles para manejar esos temas son los que usan los algoritmos en las empresas, los que ya hacen negocios. Cuando entras al celular, esas empresas ya saben tus compras, tus preferencias. Hay un algoritmo que es utilizado para incentivar a comprar otra cosa. Mientras nosotros estamos pensando como mostrarnos buenas gentes en las redes, otros supieron utilizar las emociones para generar animadversión contra los compañeros. “¿quiénes tuvieron esa facilidad?”, fueron las personas que se movían ya tiempo atrás en el uso de los algoritmos para fomentar las compras empresariales. Ahí el sector empresarial nos llevaba ventaja por lo menos de media década. Lo que hicieron fue traspasar el uso económico de las redes al uso político, mientras que nosotros recién estábamos descubriendo el uso político de las redes de una manera muy ingenua. Y eso ha contribuido a que estemos atrasados en esta batalla.
–¿Cómo se puede fortalecer la democracia y no permitir que los gobiernos sean víctimas de golpes blandos como los que sucedieron en la región?
–No puedo hacer consideraciones particulares de lo que sucede en otros gobiernos, pero si sé que no es posible ser permanentemente impune ante los agravios, ante la gente. Los abusos que se están incrementando en América latina no pueden ni van a ser indefinidos. La gente tiene tolerancia, es flexible, pero eso no es un cheque en blanco para un uso indefinido de esas tolerancias morales de la gente. Los agravios se acumulan, los abusos se sedimentan y habrá un momento en que la gente se canse de los abusos y de los maltratos. Y ahí es cuando estallan las protestas, las resistencias y las indignaciones morales que mueven a sociedades. Entonces, todo gobernante tiene que saber que no se puede abusar indefinidamente de la buena fe de las personas y que la gente tarde o temprano despierta, rompe los moldes, las tolerancias y pasa factura al gobernante.
–El año que viene hay elecciones presidenciales en Bolivia, sin embargo hasta ahora la oposición va fragmentada. ¿Cómo ve ese escenario?
–Nosotros tenemos una ventaja y es que la derecha en Bolivia no tuvo la capacidad de interpelar las estructuras de crecimiento de nuestro país, es decir que lo que está en debate en las próximas elecciones no es un modelo económico, como si pasa en el resto de la región. Si no que el debate gira en torno a quien le da continuidad a nuestro proyecto económico. Esa es nuestra ventaja y lo que tenemos que transmitir, que Evo es el único que puede garantizar la continuidad.
–¿Qué opina de Trump?
–Me provoca curiosidad. En cierta medida Trump es una respuesta anómala a un malestar popular y laboral norteamericano que el ala demócrata no supo entender, no supo captar. En el fondo los populismos de derecha son el resultado de una audaz y agresiva política progresista y de izquierda. Y en cierta medida (Bernie) Sanders expresaba lo que se estaba gestando, un malestar frente a la globalización. Un malestar frente al incumplimiento de las expectativas de la globalización y la izquierda en vez de articular ese malestar y canalizarlo progresivamente, se volvió cómplice de esas políticas. Y al hacerlo provocó que el ala de los republicanos canalizara ese malestar pero hacia el ala más pervertida, buscando la explicación de la frustración o de la falta de empleo de cierto sectores no en la globalización sino en los migrantes, en los extranjeros. Algo parecido al fenómeno de Trump, pasó en Italia y estuvo a punto de suceder en Francia. Por eso esto es un llamado más de atención a las fuerzas progresistas porque era la izquierda la llamada a armar un relato movilizador de ese descontento y no lo hizo.
–¿Cree que en la región tenemos para largo rato con la vuelta de estas derechas neoliberales?
–No es lo que esperamos. Este es un corto invierno para nosotros porque la vuelta al mando de las fuerzas neoliberales carece de expectativas de mediano y largo plazo. Los gobiernos que están dirigiendo ahora la política latinoamericana no han fundado su regreso en el diseño de un horizonte de esperanzas, de expectativas, sino que han basado su regreso en una muralla de resentimientos y de odio, y ese no es un combustible que dure mucho. Despierta emociones muy intensas, despierta pasiones muy acentuadas pero también pasiones y emociones efímeras. La derecha está ahora en un momento de impasse histórico. La derecha planetaria y las derechas continentales no saben el rumbo que van a tomar, se apegan de manera casi ciega y desesperada a viejas prácticas y viejas decisiones que están empeorando la economías de sus países -que están generando más malestar que el que quisieron resolver- y no tienen otro libreto. Esta es una derecha tacticista y no puede mantener indefinidamente una sociedad en una situación de incertidumbre estratégica. Ninguna sociedad aguanta. Esta es una derecha sin brillo y que no puede generar adhesiones fuertes y duraderas.
–¿Qué camino deben tomar ahora las izquierdas?
– En principio las fuerzas progresistas tienen que crear la capacidad de remontar el ruido y volver a redefinir un camino más o menos claro y preciso de cómo superar este conjunto de adversidades que ahora agobia a la gente. En lo práctico las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas. Porque la izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador agrupando a los agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de sus acciones hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio ya no funciona. Y ahí es cuando tienen que complejizar el discurso. Y la otra cuestión clave es que las políticas de movilidad social de los sectores populares tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo porque cuando no lo son, los sectores sociales que ascendieron fácilmente pueden adoptar el punto de vista de los sectores más conservadores que desde un inicio se opusieron a estas políticas de movilidad social. Y entonces se da la paradoja que gobiernos progresistas pierden por la votación de personas que habían logrado ascender socialmente gracias a la política económica de los gobiernos progresistas.