Por Capitán Cianuro

Jeannette Jara lidera las encuestas tras imponerse en las primarias de la izquierda, mientras una de las abanderadas de la derecha, Evelyn Matthei, ha mostrado ligeras confusiones y omisiones que podrían evidenciar un desgaste mental progresivo. Aunque su entorno busca minimizar estos episodios, sus interrupciones discursivas y olvidos relevantes generan inquietud sobre un eventual cuadro neurodegenerativo en desarrollo.

 

La derecha chilena enfrenta hoy un problema estructural y profundo. Más de un millón cuatrocientas mil personas acudieron el domingo 29 de junio a las primarias de la izquierda, demostrando que dicho sector mantiene capacidad de convocatoria y un mínimo de cohesión, mientras la oposición permanece desorientada. Actualmente, la derecha cuenta con tres candidatos: dos ligados a la ultraderecha, uno hijo de un nazi, otro con un delirante discurso al estilo Milei, y una figura tradicional, Evelyn Matthei, quien comienza a evidenciar señales preocupantes de deterioro cognitivo, síntomas ya visibles incluso para sus adherentes.

Para criticar las primarias de la izquierda, la derecha alega baja participación, olvidando que en 2017 realizaron primarias donde resultó electo Sebastián Piñera, con una concurrencia dos mil personas menos a la actual primaria, hecho que entonces fue aplaudido por la prensa conservadora como “representativo”. Si se repitiera el patrón donde el ganador de primarias se convierte en presidente –como el caso también de Gabriel Boric– habría que asumir que Jeannette Jara será la próxima mandataria.

Hace un mes, antes de las primarias, Evelyn Matthei encabezaba las encuestas, apareciendo como favorita. Sin embargo, su deterioro cognitivo es cada vez más evidente: se pierde al elaborar comentarios, balbucea ideas y sufre lapsus reiterados, aunque no exista un diagnóstico oficial. Su sector lo sabe y busca bajarle el perfil.

Lo realmente grave para la derecha es que, con tres nombres en carrera, dos de los cuales son representantes fial a la ultra derecha, sus posibilidades de gobernar se desvanecen. Carecen de propuestas reales y solo promueven odio y miedo, replicando consignas como “los comunistas se comen a los niños”. Paradójicamente, son capaces de devorarse entre ellos con crueldad. Basta recordar al padre del senador Macaya (UDI), símbolo de la doble moral pinochetista, condenado por pedofilia.

El problema de fondo es mayor. Todos sus “no” se han convertido en condena social: votaron contra el proyecto de ley de las 40 horas laborales, el aumento del salario mínimo y mejores jubilaciones. Han torpedeado sistemáticamente las iniciativas del gobierno del Presidente Boric, protegiendo a la élite y repitiendo el mantra “Chile se cae a pedazos”, pese a que las cifras desmientan tal discurso. Su estrategia busca instalar miedo para que ilusos los vean como alternativa, un método similar al incendiario discurso de Milei, cuyas consecuencias hoy sufren sus votantes mientras la casta permanece intacta.

Esta derecha carece de proyecto de país y solo ofrece vetos y rechazo a cualquier cambio. Si bien esta estrategia sirve para bloquear reformas en el Congreso, jamás conquistará mayorías sociales que exigen respuestas concretas en seguridad, desigualdad y futuro económico. Incluso sus propios militantes critican el escenario. Matthei, “la mujer de las tijeras de podar”, comienza a quedarse sin respaldo y claramente la dejarán caer. Su desgaste mental y político ya no puede ocultarse: sus respuestas en entrevistas quedan inconclusas, carece de coherencia interna y su lenguaje corporal refleja fatiga evidente. Es complejo observar cómo una figura que alguna vez representó capacidad técnica y de gestión hoy divaga, como si su mente se encontrara cada día más nublada o lejana; podría ser estrés, quién sabe.

La derecha chilena debería preguntarse si realmente desea llevar a La Moneda a una figura en ese estado. ¿Aspiran a tener un Joe Biden chileno, con sus limitaciones y confusiones para ejercer el poder? Es una interrogante legítima que muchos en su sector se plantean en privado, pero que nadie se atreve a formular en público. La lealtad ciega y el cálculo electoral pesan más que el bienestar del país.

Por otro lado, los otros dos candidatos ultraderechistas tampoco ofrecen un panorama alentador. Sus discursos apelan al miedo, la rabia y la nostalgia de un Chile que ya no existe. Prometen orden a costa de derechos, crecimiento a costa de mayor injusticia y seguridad a costa de represión. Con ese menú, difícilmente entusiasmarán a una ciudadanía profundamente desconfiada de promesas vacías y liderazgos autoritarios.

En definitiva, la derecha chilena enfrenta su propio laberinto. Sus liderazgos se disputan sin comprender que el problema es de fondo: su proyecto político está agotado, sus ideas anquilosadas y sus figuras más relevantes, deterioradas. Más que generar propuestas, administran miedos; más que convocar sueños, siembran odio; más que proyectar futuro, se aferran al pasado.

Frente a un oficialismo desgastado y una izquierda que tampoco vive sus mejores días, la derecha tenía la oportunidad de presentarse como una alternativa seria y moderna. Sin embargo, eligió la decadencia: liderazgos cansados, ideas añejas y un discurso de odio que profundiza su desconexión con la sociedad. Si la derecha chilena no reacciona pronto y asume la urgencia de liderazgos lúcidos, ideas renovadas y un verdadero proyecto de país, solo le quedará ver cómo la historia la deja atrás, convertida en un recuerdo borroso de lo que alguna vez pudo ser.

Mientras tanto, Jeannette Jara representa lo opuesto. Aunque su militancia comunista será usada para encender la hoguera del discurso anticomunista, ella avanza con firmeza y claridad. Sabe que si su contendor político la nombra sin fundamentos, la instala en campaña, facilitándole el camino para convertirse en la próxima presidenta de Chile.

Desde el retorno de la democracia, para la derecha todo gobernante ha sido “comunista resentido”, su argumento predilecto ante quien discrepe. Como el “Chilezuela” ya no les rindió frutos frente a Gabriel Boric, hoy reeditan el discurso anticomunista.

Veremos en noviembre qué tan anticomunista es Chile, país donde la dictadura se vanagloriaba de haber derrotado al comunismo de raíz. Son tiempos complejos, pero hay que confiar en la sabiduría del pueblo, salvo que los miedos de comunicación hayan penetrado tan profundamente que termine eligiendo a un ultraderechista negacionista y admirador de los sionistas: una combinación perfecta de decadencia.

 

En lo personal no lo creo, pero tampoco puedo predecir el futuro. Solo espero que Jara sea una Michelle Bachelet 2.0, con su propio sello, liderando con firmeza el conglomerado de la izquierda chilena y manteniendo equilibro de estabilidad y crecimiento con mayor justicia social.

 

 

 

Jeannette Jara Román  (50) es administradora pública, abogada y política chilena, actual candidata presidencial de la coalición oficialista Unidad por Chile. Militante del Partido Comunista desde 1999, se formó como dirigenta estudiantil en la Usach y fue presidenta de su federación en 1997. Ha ejercido como fiscalizadora y dirigenta sindical en el Servicio de Impuestos Internos, subsecretaria de Previsión Social durante el gobierno de Michelle Bachelet (2016-2018) y ministra del Trabajo y Previsión Social en la administración de Gabriel Boric (2022-2025), donde lideró la reducción de jornada laboral a 40 horas y la Ley Karin anti-acoso laboral.

De origen popular, criada en la comuna de Conchalí RMP, Hija de un mecánico y una ama de casa, es la mayor de cinco hermanos. Destaca por su estilo dialogante, enfoque social y su énfasis en representar “al Chile real”. El 29 de junio de 2025 ganó las primarias de su sector con más del 60% de los votos, convirtiéndose en la primera candidata comunista a la presidencia en democracia, con un programa centrado en derechos laborales, seguridad social, salud pública y salario mínimo digno.