Por Esteban De Gori, publicado en la revista ANFIBIA 30/07/2024
El chavismo dice haber ganado las elecciones pero ni la oposición ni una decena de mandatarios de la región reconocen el resultado. ¿Quién le cree al Presidente?.
Esteban De Gori analiza la compleja trama política y cultural para entender la escena. El gobierno no quiere retroceder cuando al fin logró estabilizar la economía, amigándose con la élite empresaria y con la inflación más baja en cuatro décadas. Con 8 millones de exiliados y las instituciones políticas manoseadas, se hablaba hasta anoche de una derrota cantada que no fue.
Difícil de creer. Esa es la sensación. Ni la oposición, ni una parte importante de la ciudadanía, ni más de diez gobiernos de la región creen en el triunfo de Nicolás Maduro. El chavismo no quiere perder. No pierde desde hace 25 años. Y no está dispuesto a irse. Su ADN tiene una marca ineludible en las calles, en el ejercicio de la fuerza y luego en las urnas. Por tanto, puede transitar por estos universos y solo escuchará cuando parte del bloque gubernamental se quiebre y garantice calles, fuerza y urnas. El Consejo Nacional Electoral (CNE) lo dio como ganador con el 52,1 por ciento de los votos poco después de la medianoche. La decepción circuló por varias ciudades venezolanas y frente a embajadas en el extranjero. Esta mañana, el ambiente en Caracas es el de un feriado: las calles vacías, sin festejos oficialistas ni protestas opositoras.
Ayer el electorado se movilizó como nunca. La participación fue del 59 por ciento, mientras que en la última elección presidencial, en 2018, había sido del 46. La élite chavista está prácticamente entera y más cuando ha conseguido algunos logros económicos. Pese a las críticas internacionales, esa élite tiene lazos complejos y astutos que le dan cierta confianza futura. Desde 2013 hablan de un gobernante que conoce los resortes del poder para legitimarse al interior del chavismo y luego con el electorado del PSUV.
¿Qué harán María Corina Machado y la oposición? El desconocimiento de los resultados abre un nuevo curso de acción no tan claro. El más fácil es el apoyo internacional. Nada indica hoy que la oposición tenga su “primavera política” pero el malestar y dolor pueden ponerse en acción. La injusticia siempre “coagula” de alguna forma. Es posible que María Corina amplíe su figura, pero —si se confirma el 52,1 %-, quedan cinco años por delante de gestión de una frustración propia y ciudadana.
La candidata que no fue
Edmundo Gonzalez nunca fue candidato presidencial natural. Llegó con el apoyo de la lideresa que más ha crecido en el último tiempo. María Corina Machado se convirtió en una opción muy competitiva, sobre todo porque congregaba votos de quienes años atrás elegían al oficialismo, de jóvenes que no conocen otro régimen, de madres que duelan la partida de seres queridos y del escaso 1,4 por ciento de los migrantes habilitados para votar (que el chavismo se encargó de reducir al mínimo entre los ocho millones habilitados).
María Corina persiguió y midió al chavismo como pocas. Pese a su biografía política de guerra absoluta, logró moderarse y “desideologizó” su discurso. Interpretó el malestar y el pesimismo de una parte importante de la sociedad. Conectó con la fatiga, el rechazo y el malestar ciudadano. Pero no pudo “partir” a la dirigencia chavista desencantada ni atraer a algunos de sus dirigentes. Sí logró conquistar una parte de sus antiguos votantes. Cambió su estrategia pero no su persistencia. Leopoldo López y Henrique Capriles abandonaron la pelea después de ser hostigados. Ella persistió y les ganó.
La dirigenta, que no es una outsider, inició su trayectoria política apelando a una élite, una forma de ejercicio de la política tradicional venezolana que el chavismo siempre superaba con su “baño de masas” y su confrontación contra los poderes. María Corina cambió, salió de su lugar “de guerra total” y armó una propuesta para una ciudadanía cansada de simbolismos que han tenido poca eficacia en la vida real. Como en algún momento lo hizo el propio Chávez, recorrió cada rincón del interior venezolano y conectó realidades diversas. ¿Cuánto soporta una ideología, una identidad tan fuerte en estos tiempos?
María Corina Machado “ubicó” al chavismo en el momento en que este se moderó, se acercó a ciertos poderes empresariales y denotó bastante desgaste. Si quisiéramos encontrar algo potente en esta lideresa habría que observar cómo dejó de apostar por una élite para hablarle a las madres que han visto emigrar a hijos e hijas y desde allí mostrar el país, los servicios de salud y la educación deficiente y los padecimientos sociales de quienes deciden cruzar las fronteras para llegar a Colombia, Chile, Argentina, Estados Unidos o Europa.
El “nuevo” chavismo
Con la de este domingo, el chavismo enfrentó 31 elecciones. Dos veces Maduro estuvo en jaque: primero en 2013 contra Capriles, quien perdió por más de un punto, y ahora contra Edmundo González, quien anoche, según el CNE, quedó casi 8 puntos por debajo. La mayoría de los pronósticos estaban a favor de este ex diplomático, principal candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD). Hace pocos meses fue promovido por María Corina Machado para reemplazarla en una candidatura a la cual ella no podía acceder. El CNE la inhabilitó para competir y abrió un primer conflicto interno e internacional. Incluso Petro, Lula y Boric plantearon su preocupación y descontento.
Hay dos grandes imágenes que representan cómo Maduro fue cambiando su territorio de construcción de legitimidad. Hoy Venezuela tiene menos inflación que Argentina. Hace 39 años que no se registra una cifra tan baja (junio, 2024). Inclusive en la campaña electoral estadounidense, Venezuela es reconocida por Donald Trump como un lugar seguro. El presidente venezolano devolvió favores y se solidarizó con el candidato republicano por el disparo recibido. “Es otro Trump”, dijo Maduro.
El “nuevo” chavismo se redujo a un solo país, bajó sus aspiraciones regionales y fue sorteando con astucia las restricciones que aplicó Estados Unidos. La diplomacia bolivariana jugó muy bien en este nuevo bipolarismo, flexible y de entrada y salida. Chavez no se equivocó al elegir un colectivero (busetero) para maniobrar primero como Canciller y después como Presidente. Eso sí, las aspiraciones regionales cayeron a pique. Queda poco y nada del ALBA y Petrocaribe, ni del vínculo simbiótico con Cuba.
Pese a todo el gobierno chavista sobrevivió. Por ahora, ese régimen demostró no ser un uomo mortale. Sobrevive y ahora enfrentará la prueba que implica el desconocimiento de los resultados electorales por parte de la oposición. Y la preocupación que el gobierno de Joe Biden mantiene sobre los resultados comunicados por el CNE.
Estados Unidos no ha roto todos los vínculos con Miraflores, se apresta a negociar con los dientes apretados con el presidente de Venezuela al cual no dieron por acabado políticamente.
Si bien el proyecto político de Corina Machado y la oposición está dentro del vademecum del multipartidismo que reclama Estados Unidos, saben que Maduro y las fuerzas armadas garantizan la estabilidad. El llamado del dirigente chavista Diosdado Cabello a “lanzarse” a las calles para defender la elección, los motorizados oficialistas que recorrieron ciertas zonas electorales y el cuidado de las actas que propuso a la oposición abren un panorama conflictivo.
Maduro, se quede o se vaya del poder, es un actor clave para garantizar un gobierno estable. Incluso si en algún momento arriba la oposición. El chavismo es un sistema complejo de alianzas y de miradas sobre la gobernabilidad del Estado, de sus distribuciones y sus recursos. Diseñó un Estado durante 25 años, con subterfugios que le permitieron manipular sus normas institucionales y dar rienda a zonas de corrupción.
En la Casa Blanca creen que una negociación con el presidente venezolano puede limitar la acción de China. Lo cree la gestión actual y probablemente lo seguirá creyendo la próxima. En este juego relacional que es la geopolítica los actores fueron tomando distintas posiciones y se fueron alejando, acercando y transformándose mutuamente.
El capitalismo bolivariano
La oposición no vio el estallido del chavismo. Maduro dirigió un cambio de rumbo como lo hicieron hace décadas los comunistas chinos. La matrix chavista fue reformada desde adentro y Maduro fue su propio troyano. No entregó el fracaso de la revolución como hizo Gorbachov con Yeltsin. El chavismo (o su reinvención madurista) sobrevivió y su cúpula militar también. Logró “pacificar” a ciertos sectores empresariales y políticos prometiendo reglas de juego claras y competitivas.
El giro comenzó en 2020: se puso en marcha el capitalismo bolivariano. Su impulso fundamental fue la salida del rígido control de cambios y de divisas que restringía las transacciones comerciales. Dejó de llamar parásitos a los empresarios para acordar con ellos. La relación con La Polar, la empresa más grande de Venezuela, lo dice todo: Maduro se acercó a su dueño, Lorenzo Mendoza, lo más avanzado del capitalismo venezolano. Las empresas estatales también se fueron acercando a operadores privados, las tierras expropiadas por Chávez se fueron alquilando, las leyes laborales se negociaron con los empresarios (principalmente los despidos), aparecieron exenciones fiscales y promociones para la exportación. Hoy las góndolas están llenas, no hay desabastecimiento ni movilizaciones sociales que claman alimentos.
Pese a lo logrado en términos económicos, el descontento existe en una parte importante de la sociedad. Los impactos de la economía, la emigración, la corrupción y los gestos autoritarios han hecho lo suyo. Veinticinco años de desgaste.
Una generación entera de jóvenes no conoce alternancia y carga en sus biografías rupturas familiares por la migración: casi 8 millones de personas se fueron del país.
A las políticas públicas, algunas insuficientes como salud y educación, se sumaron las remesas, una especie de “política privada” que sostiene la vida cotidiana. La consultora Ecoanalítica indica que el 35% de los hogares venezolanos (marzo, 2024) recibe remesas, una cifra que suma 3000 millones de dólares al año. Esto se vuelve significativo si tenemos en cuenta que en 2023 la balanza comercial del país fue deficitaria.
Un escenario abierto
El escenario abierto ayer plantea una situación riesgosa. Nada dice que Maduro se vaya a ir fácilmente o que la oposición encuentre apoyos y mecanismos nacionales e internacionales para auditar el conteo electoral.
Una victoria electoral, aunque puesta bajo duda, será entendida por Maduro como un aval a una estabilidad tan anhelada hace años por el poder político chavista. De alguna manera, esta transformación quiso plebiscitar el gobierno. El acceso de la oposición es observado por Maduro como una interrupción a la estabilidad conseguida y la viabilidad de intereses que esta puso en marcha.
Por eso, indicó en la campaña electoral que el candidato opositor Edmundo Gonzalez y María Corina Machado traerían un “baño de sangre”. Gonzalez intentó mostrarse como el lado moderado de Corina y de su nuevo posicionamiento. De hecho, muchos votantes opositores provenientes del chavismo indicaban que él no era un María Corina “puro” y que garantiza cierta distancia.
Durante la campaña Maduro realizó gestos no pensando en lo inmediato sino en el futuro. De las 124 personas detenidas arbitrariamente durante el periodo de contienda electoral, según la ONG Foro Penal Venezolano, 69 ya fueron liberadas.
Maduro ha consolidado su triunfo con grandes jugadores internacionales. China y Rusia ya se han pronunciado a su favor. El gobierno de Bolivia manifestó su reconocimiento. El partido fuerte será en su propio país para ver si logra consolidar un triunfo bajo serias dudas y salir indemne de un posible pedido de revisión de actas por parte de la oposición.
Queda una pregunta flotando en el escenario actual de caos global y representativo de las democracias que albergan gestos autoritarios: ¿cuáles son los límites del sistema democrático?. La duda es cuánto aguanta esa formalidad pura sostenida por acuerdos con los sectores económicos poderosos y con la geopolítica, cuando se violan sistemáticamente las formas básicas de la convivencia democrática. El deseo de cambio choca con un sistema político que no ofrece alternativas progresistas competitivas.