Por Raúl Egitto
Me conmueve ir a votar. Cada vez que concurro a ejercer mi voto, no dejo de pensar en los hombres y mujeres que lucharon para recuperar la democracia. Se dejó la vida para que los argentinos y argentinas podamos concurrir a las urnas. Cuando estoy en la fila, pienso en que mesa deberían votar los desaparecidos. Siempre me aparece la imagen de Julio López. Pienso también en mi vieja que disfrutaba tanto ir a votar y lamentablemente sus condiciones de salud ya no se lo permiten.
No quiero aburrirlos, pero siempre pienso en nuestros patriotas: En San Martin cruzando los Andes, en Belgrano creando la bandera, en Juana Azurduy que perdió a sus cuatro hijos en la guerra de independencia y peleo embarazada para liberar a esta querida Patria. Me siento en deuda y muy pequeño ante hombres y mujeres gigantes. Confieso que a veces se me ponen los ojos vidriosos mientras voy avanzando en la fila para ejercer mi voto.
Pienso en las Madres y en las Abuelas que tanto me han enseñado en estos años. Todos estos pensamientos me sirven para esperar mi turno con el peso de la historia y no darle cabida a la gilada que protesta porque tiene que aguardar un rato para poder ingresar al cuarto oscuro y en ocasiones agreden verbalmente a las autoridades de la escuela.
La fila es siempre una cabal expresión de la democracia y la diversidad: Hombres y mujeres de distintas edades, profesiones, sectores sociales. A muchos y muchas votantes, los conozco hace bastante tiempo, desde que vote por primera vez en 1985. Cada dos años nos encontramos en la misma mesa, cada vez un poco más viejos y cada uno con su distinto itinerario de viaje en la vida. A veces me encuentro con algún exalumno en la misma fila y en esta ocasión compartí la fila con un estudiante. Disfruto todo: buscar mi mesa, entregar mi documento, decir mi número de orden, entrar al cuarto y depositar mi sobre en la urna. Los sellos en mi DNI anterior y el troquel que me entregan ahora como constancia de haber votado, los guardo como un tesoro. Saludo y agradezco a todos y todas las autoridades de mesa.
Desde la elección anterior, concurro con la camiseta de la selección argentina, con el número 10 que dice Maradona. Quiero que Maradona concurra a votar. Un diminuto tributo a quien me dio tantas alegrías y me ayudo a seguir respirando en tiempos difíciles. Nadie percibe la camiseta porque concurro con un buzo que dice “Yo amo Morón”.
Por último, quisiera decir unas palabras sobre las escuelas que se extienden a lo ancho y a lo largo de nuestro país. En ellas son recibidos diariamente con los brazos abiertos, por maestros y maestras, millones de estudiantes. Allí sucede un episodio clave en nuestras vidas: la enseñanza y el aprendizaje. Siempre me pregunto qué docentes habrán tenido los candidatos a cargos de gran responsabilidad institucional.
En estos 40 años, las escuelas públicas han cuidado la democracia. Han abierto las puertas para todos los comicios desde la recuperación de la democracia en 1983. En sus salones de clase, los ciudadanos eligen a sus representantes, en sus pupitres se depositan las urnas. Los mismos bancos en los que se sientan los estudiantes a escuchar explicaciones del docente, son utilizados por autoridades de mesa y fiscales, sirven de apoyo para desplegar las boletas electorales o brindan reposo a las personas mayores que necesitan descansar. Las sillas son objetos multifuncionales para lo que la democracia necesite en su día de fiesta.
Los patios de las escuelas hospedan a los y las argentinas que van a votar. Las puertas de las aulas se abren una y otra vez como un baluarte de la democracia. En los pizarrones muchas veces se realiza el escrutinio final. Las escuelas públicas -especialmente- han sido y son el corazón de la democracia.
No estoy exagerando. Los que desprecian la escuela pública deberían ser más cuidadosos y respetuosos de su historia. Cae en la escuela pública la historia de la democracia. Las escuelas públicas tienen una grandeza extraordinaria: Aunque un candidato afirme “nada bueno salió del sector público” y utilizando un pizarrón amenace con eliminar el Ministerio de Educación por supuesto adoctrinamiento, las escuelas públicas dan muestras de su entereza con una sabiduría entretejida en su historia. Con un umbral ético ejemplar son tan generosas que le dan una mano a quien las ataca y le cuidan los votos a quienes no cuentan con los fiscales necesarios para afrontar una elección nacional. Raro adoctrinamiento el de las escuelas públicas.
Llego el tiempo de entrar al cuarto oscuro. Me toca un aula que se llama Martin Miguel de Güemes. Introduzco mi voto en la urna. Camino a casa, creo que se acercan nubarrones, pero salgo fortalecido y tarareando la canción que un niño había escrito en el pizarrón del aula que hacía de cuarto oscuro ““sube sube bandera del amor”