"Néstor Kirchner: no les tengo miedo. Un militante que respetó su pasado", una biografía del Flaco escrita por Gustavo Campana y publicada por la editorial Colihue.
No fue el primero que cargó con la obligación de mitigar el dolor y contener la angustia de los desterrados. Tampoco fue el último en encabezar uno de los tantos cíclicos regresos del pueblo a casa. Pero el destino le dio un mandato, justo cuando los contratos sociales habían sido dinamitados por la crueldad de las corporaciones. Una misión con resultado puesto, fracaso seguro. Trabajo que para sus pares era tan imposible, como suicida.
El archivo confirma que la tozudez de los condenados no tiene fecha de vencimiento y paralelamente, asegura que siempre se necesita de la claridad y la valentía, del que sabe que la osadía lo convertirá en el objeto del deseo más preciado del enemigo.
La herencia de liderazgo para conducir en la revancha, aparece vacante en la tormenta. Capitanía demonizada, hierro caliente, protagonismo maldito para los que eluden por generaciones el compromiso de ser David frente al Goliat más despiadado.
Néstor fue otra oportunidad, cuando la política estaba muerta y el país no tenía destino.
El hombre inesperado que se convirtió en el Presidente indispensable, en aquella Argentina mal herida post 2001, era parte de una generación que había heredado las mejores tradiciones de un campo nacional y popular, dispuesto a recuperar las banderas tantas veces como sea necesario.
Rompió el libreto que el poder real había escrito para nuestro destino y ensanchó la ilusión hacia la Patria Grande, convencido que no había otra salida que la unión continental para romper los mandatos de achique, ajuste y deuda.
A principios del siglo XXI el modelo de país estaba en vidriera, era un producto discontinuado sobre el que habían lanzado un feroz proceso de liquidación y la incertidumbre reinaba en soledad en la mesa de millones de familias. Los bolsillos vacíos, el hambre y la falta de trabajo, encabezaban la desesperación. Los que no podían distinguir a su verdadero enemigo entre la bruma, cuando creyeron haberlo encontrado en los sirvientes del establishment, salieron a la calle a sumar gotitas de un mar embravecido que amenazaba con ahogar a los procesos históricos que les habían dado derechos, patria y justicia. Fueron por la política, la misma que había instalado sufragio universal y secreto, leyes obreras, industria nacional, voto femenino, independencia económica y grito soberano sobre tierra ocupada, entre centenares de sueños utópicos convertidos en realidad.
Kirchner inició el nuevo tiempo de la identificación de los verdaderos culpables y en medio del “que se vayan todos”, les puso nombre y apellido a los que nadie echaba. Identificó desde la Rosada al poder real, que siempre se oculta detrás de las miserias políticas de traidores y verdugos. Lejos de ocupar el lugar que los “dueños” soñaban para él, reinstaló palabras eternas que se habían convertido en descarte. Porque no les tuvo miedo, el Flaco recuperó al Estado venciendo al absurdo sofisma del mercado sanador. Porque no les tuvo miedo, sembró esperanza en los pibes, relanzó la pelea de los veteranos y transformó sus convicciones en eternidad. Una ráfaga. Apenas un ratito, entre 2003 y 2010.
Fragmento del Capítulo 1
MEMORIA: Para terminar con el país amnésico
Julio 2003. “Probamos con el perdón y fracasamos. Probamos con el olvido y fracasamos. Probemos con la justicia”. Néstor regresaba de Estados Unidos, luego de visitar a Bush en la Casa Blanca.
En vuelo recibió el pedido de Baltasar Garzón: extraditar a 46 militares argentinos. El juez español reiteraba el pedido realizado en diciembre de 1999 y demorado en el Ministerio de Exteriores argentino.
Kirchner le ordenó a Alberto Fernández, que Zannini derogue el decreto de De la Rúa que lo impedía. Para Néstor no existían matices: eran juzgamos en la Argentina o se autorizaba la extradición para que se puedan tramitar los procesos en el exterior. Pero por supuesto, el Flaco se disponía a jugar muy fuerte para que nuestro país deje de ser un reino de impunidad para genocidas.
La solicitud del juez español apuró la derogación de las leyes de perdón y con esta máxima, el presidente marcó el rumbo de su gestión en materia de derechos humanos: juicios por pactos de silencio y condenas por impunidad.
El 17 de diciembre de 2001, cuando a la Alianza le quedaban 48 horas de vida, De la Rúa aportó con el Decreto 1581, su granito de arena al legado de su familia política: “En los pedidos de asistencia judicial o extradición de tribunales extranjeros, la Cancillería argentina los rechazará porque son hechos ocurridos en el territorio nacional o lugares sometidos a la jurisdicción nacional".
El cuñado del senador vitalicio convertido en Presidente, era el contraalmirante Basilio Pertiné, agregado militar en Estados Unidos durante la última dictadura y luego en la década del ’80.
El texto ordenaba que todos los pedidos de extradición formulados por tribunales extranjeros en causas sobre violaciones a derechos humanos cometidas en el país, serán rechazados; mientras que las solicitudes de arresto provisorio se enviarán al juez competente.
10 de junio de 2003. México autorizó la extradición a España del ex oficial argentino Ricardo Miguel Cavallo, reclamada desde hacía tres años por Baltasar Garzón.
Estuvieron cara a cara 19 días después: “Usted no está aquí como militar de su país, sino como presunto genocida”, dijo el juez. Por primera vez, un país pretendía juzgar crímenes contra la Humanidad cometidos en otro Estado, en nombre de la “justicia universal”. Enero de 2006: La suma de las penas por cometer 7 asesinatos, 152 casos de lesiones y 407 secuestros, torturas y desapariciones en la ESMA, englobados como genocidio y terrorismo totalizan 17.000 años de cárcel. Esa es la condena que pidió la fiscal de la Audiencia Nacional de España, Dolores Delgado, para el represor Ricardo Miguel Cavallo, preso en una cárcel común en las afueras de Madrid, desde junio de 2003.
A principios de julio de 2003, el Gral. Martín Balza arremetió con una declaración sobre el caso Cavallo, que pintó de cuerpo entero, el nuevo tiempo: “No asumimos como país, la responsabilidad de juzgarlo”.
El 25 de julio de 2003, 41 represores pedidos por Baltasar Garzón a Canicoba Corral, quedaron a disposición de la justicia, con extradición a la vista. Se iniciaba en Buenos Aires, un proceso legal que podía ser muy largo. Entre ellos, apellidos como Bussi, Astiz, Lambruschini y Anaya. Otros ya estaban en prisión, Videla, Massera, Suárez Mason y Lami Dozo.
Kirchner derogó el 25 de julio, el decreto-De la Rúa que disponía el rechazo de cualquier pedido de extradición de militares y cinco días después, planteó su deseo de juicios en la Argentina. El 1 de septiembre, Canicoba Corral dispuso la liberación de los militares detenidos, porque España finalmente no pidió la extradición. Videla, Massera y Suárez Mason, siguen presos acusados de robos de bebés.
Capítulos claves, que se transcurrieron a toda velocidad en el arranque del mandato, para empezar a poner las cosas en su lugar después de mucho tiempo. Ley 25.779 para determinar nulidad y declarar insanablemente nulas las “leyes de la impunidad”: Punto Final (23.492) y Obediencia debida (23.521).
El 20 de agosto el Senado terminó con las leyes de perdón y el 1 de septiembre de 2003, la Cámara Federal porteña reabrió las causas ESMA y Ejército, basada en que el Congreso anuló las leyes de perdón. Investigaciones frenadas 16 años, tras sancionarse la Ley de Obediencia Debida. Dos días después, los fiscales pidieron detener a 41 represores de la última dictadura y el 16 de septiembre, Astiz quedó preso.
El Congreso votó una norma muy similar a la que en 1998 presentaron los frepasistas, Alfredo Bravo y Juan Pablo Cafiero, renovada en el texto que presentó Patricia Walsh en 2003 desde el bloque de Izquierda Unida. Y ese mismo día, el Parlamento otorgó jerarquía institucional a la “Convención sobre la imprescriptibilidad de los Crímenes de Lesa Humanidad”, redactada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en 1968.
La militancia a principios de la década del ’70, seguía gritando “liberación o dependencia”. Cuando volvió la democracia, la fragmentación social que provocó el terrorismo de Estado, relegó el reclamo madre a segundo plano. El lugar de privilegio en las consignas de lucha, fueron entonces las banderas de los derechos humanos.
Dos décadas después del regreso del voto, los tres poderes y las libertadas, Néstor profundizó la pelea por “memoria, verdad y justicia” y cuando logró reinstalar el “castigo a los culpables”, entonces fue por “liberación o dependencia”.
Hay que recordar cuatro palabras claves. La sociedad Jaime De Nevares-Elías Sapag, fue clave para dejar sin llave la puerta de salida de la Obediencia Debida hacia nuevos juicios. En 1987 había casi 500 causas que acusaban a cerca de 300 oficiales y sólo la tercera parte de ellos estaba retirado. Buscaban una ley que los convierta de una vez por todas y para siempre, en víctimas indirectas del terrorismo de Estado (“Fueron decisiones de mis superiores. Solo cumplía órdenes”).
El obispo le marcó al senador, que tenía a dos sobrinos desaparecidos, cuáles eran las palabras que tenía que sumar al texto oficial. El representante del Movimiento Popular Neuquino, fue clave para que exista una ley imperfecta y condicionó su voto positivo. Solo levantaría la mano, si el texto oficial permitía seguir juzgando a los que cometieron “crímenes atroces y aberrantes”, especialmente el “robos de bebés”.