Por Bárbara Pistoia, publicado en http://www.polvo.com.ar el 10/09/2019
Empezó como una noticia inventada en Twitter y en menos de 24 horas pasó a ser un rumor consistente que necesitó otras 24 horas más para ser una confirmación: Maradona volvía al fútbol argentino como DT de Gimnasia. No es casual que semejante resolución se haya dado con esta velocidad y vértigo. Es Maradona, el comandante de las pasiones terrenales a lo largo y ancho del planeta, es la representación del milagro y el hombre de las mil vidas, el que en todas y cada una de esas vidas persiguió desafíos y dio giros épicos e impensados sobre el relato que él mismo escribió, pero, sobre todo, lisa y llanamente, es Maradona, humano, demasiado humano, el amante del amor popular.
Que vivimos tiempos de confusión total en cuanto a conceptos y lecturas sociales, culturales y políticas no es novedad, de hecho, no son pocas las veces que esa confusión es usada de manera no inocente, transformándose más bien en un móvil para instalar y regenerar intereses.
Así, por ejemplo, el manual de la buena feminista advierte que el amor a Diego es sacrilegio, lo que permite el juicio público a quienes lo profesan. Gran reflejo del machismo considerar a las mujeres de acuerdo con sus consumos, hábitos, formas, elecciones y efectos que atraviesan las ideas y emergen de lo corporal como algo inevitable, como algo que es, que sucede y punto. Gran reflejo del machismo que surge, ni más ni menos, de las que se creen heroínas en esta historia que promete un futuro feminista, como si el tiempo de las mujeres hubiera comenzado con ellas. Como si el mapa de las contradicciones humanas hubiera empezado, suceda y termine en El Diego.
Una buena forma de traducir los señalamientos feministas hacia las mujeres que adoramos a Maradona es con otros posicionamientos. Hay dos que me interesan especialmente rescatar.
Por un lado, las reacciones que generó en su momento el spot de Nike en pleno debate nacional por el aborto. El corto publicitario emocionó y deslumbró con su final épico, dándole protagonismo flameante al pañuelo verde, con algunas mujeres —todas respondiendo a ciertas iconografías femeninas, claro— que avanzaban triunfales contra todos, y subrayo el contra todos aunque eso no sería lo más grave sino la estigmatización que el corto propone sobre la clase obrera, estigmatización que fue totalmente naturalizada. Esta visión, esta forma de lectura que lleva a celebrar un final hollywoodense y a ignorar el clasismo también es la que manda a la hora de repasar la vida y obra de Diego Armando Maradona, el D10S que nació del barro del sur de la Provincia de Buenos Aires, del que nunca renegó.
Y por otro lado, en ese simplismo acusador y ese reclamo incesante para que se lo deje de bancar, también hay una anulación de las mujeres que lo rodean, una apropiación del sentido de cada una de ellas. Porque el feminismo aleccionador no advierte o no le interesa que en su aleccionamiento invade el espacio de reflexión y de elección de las otras, además de ejercer un ninguneo arrasador, una idea imperceptible y ficticia que, again, cae en la trampa y termina siendo paternalista. Por lo que tampoco es casualidad que todos los dedos se levanten cuando lo que está en juego son las pulsiones. Lo desconocido, lo intransferible, lo que nos abarca y desborda aparece en el discurso actual como algo direccionable a partir de algunos mandamientos que intentan convertir la experiencia propia, con todo lo que eso significa, en fórmula. Desde esa normativización moderna en nombre de un supuesto bien es que nos llevan puestas a todas, y esto incluye a las que son parte de la vida personal de Diego, las que lo eligieron, eligen y elegirán, las que son para siempre.
Cada vez que ciertos sectores salen a explicar sus percepciones de la violencia y lo que se debería hacer frente a ello ignoran el amor y el perdón de sus hijos, los nunca fáciles lazos familiares; ignoran de sobremanera el amor de sus mujeres, las definiciones de sus mujeres, las que también perdonaron, abandonaron, volvieron, lo dejaron de nuevo y rehicieron su vida, muchas veces ellas mismas propusieron que todo este devenir suceda adelante de las cámaras, porque también desde ese pony aleccionador al que se suben algunos feminismos ignoran la ambición, la complejidad y el deseo de todas esas mujeres.
Diego, entonces, también es usado como una máquina de generar noticias, personajes, rating, fama, dinero y doctrina. Mientras su nombre y su humanismo es explotado, nosotros podemos amarlo y ansiar protegerlo, hacerle saber que no está solo. ¿Por qué pretenden que no lo hagamos, por qué quieren empujarnos a ese lugar triste y desolado, individualista y moralista? Nuestro pecado infantil es querer que Diego dure para siempre, porque Diego es la voz de todos nosotros. Es el que no se calla nunca, es el que nada teme, es el que todo lo puede, pero también es el que cuando entra a una cancha llora y se desarma frente a la adoración popular. Porque él también adora.
En plena presentación en El Bosque los periodistas destilaron su ignorancia. No necesitamos a Diego para saber que nunca están a la altura, pero Diego expone todo a otro nivel. Mientras Gimnasia festejaba esta apuesta admirable e inteligente, en la que enciende la fe de propios y nos invita a todos irremediablemente a abrazar su lucha por no descender, los periodistas se preguntaban asombrados cómo es que había tantos niños emocionados si nunca lo vieron jugar. Como si el fútbol no fuera tradición y cultura, como si Diego no fuera encuentro, celebración y el que nos hizo Campeones del Mundo. Como si Victor Hugo nunca hubiera pronunciado las palabras más bellas jamás oídas: “en un recorrido memorable, en la jugada de todos los tiempos, barrilete cósmico, de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina”.
Que el periodismo es un campo minado por las operaciones ya lo sabemos todos, y el deportivo es además ese brazo sutil y consistente que juega peligrosamente a la falsa neutralidad del entretenimiento para construir poder real, concreto, directo sobre las definiciones más trascendentales que hacen a nuestro país. Así, cientos de miles de hinchas todavía no logran ver que lo deportivo es inevitablemente político esencialmente porque es un elemento clave en la formación, organización y buena salud de cualquier sociedad que aspire a un desarrollo cultural sólido, pero también porque el poder pasa por ahí.
Concentrándonos solo en el fútbol, es de una ignorancia profunda ya no tan solo desconocerlo como la herramienta de inclusión que es, sino también como el lenguaje universal que compone. Por eso no es ingenuo que los pseudo intelectuales lo menosprecien. O que los propios periodistas deportivos alimenten rivalidades ridículas e insólitas como un versus entre Maradona y Ginóbili para saber quién es mejor. Atrás de todos esos discursos, siempre atrás de todos esos planteos está el desprecio a lo popular y el derrape de moralina. Con Diego, además, hay un pase de factura innegable: no traiciona sus raíces, no traiciona su ideología, no traiciona su pulsión, y para más festeja sus raíces, su ideología y su pulsión.
No hay una sola baldosa en esta tierra en la que Diego no sea reconocido, en la que Diego pueda ser padre, amigo, hermano, compañero, marido, novio, amante, abuelo, tío, trabajador, hombre sin ser llevado al titular, sin ser convertido en morbo. Frente a la vista de todos cae, pero también así es que encarna sus propias búsquedas de redención. Tal vez la que mejor define esto es su hija Jana, quien en plena jornada de la presentación como DT twitteó: “Yo sé que hay muchas actitudes reprochables hacia mi padre y que tuvo errores, incluso conmigo, pero estos últimos años estuvo remendándolos. Todos nos equivocamos y aprendemos en esta vida. Solo eso”.
El odio expresivo y enfático hacia Maradona, el regodeo en sus contradicciones, el ansia por verlo en decadencia, la burla sobre su persona, su figura y sus enfermedades, la referencia a su condición social y todo ese manifiesto de superioridad que arengan en miles de potencias y maneras los detractores, difamadores y/o attentionwhoristas de turno es otra forma de imposibilidad y habla más del que lo porta y promueve que de él. No, no tienen que amarlo a Diego. Nosotros no pretendemos eso, sabemos que el amor no se obliga, no se obliga a ser, pero tampoco a que no sea. Acontece. Pero es a través de sus argumentos obstinados, de esa obscena necesidad de atención individualista (aunque la sientan distintiva) frente a la gran masa enamorada que su figura reconfirma su vigencia y su espíritu salvaje se vuelve imprescindible, emotivo, vital.
Diego es lo más real que dio este país. Y aunque estén los que no puedan verlo, es para siempre, porque el pueblo lo ama y él ama al pueblo. Los pueblos del mundo lo aman y él ama a los pueblos del mundo.
Para un maradoniano no hay nada más liberador que otro maradoniano. Y que se lea bien el parafraseado, no hay nada más liberador: esto es la fraternidad que comprende y goza del amor que no se explica, la carne viva, la matrix de la doble moral prendida fuego, la fiesta popular, la fe en constante renacimiento.
“Gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas”.