Por el Colectivo MARAMBIO
Volvemos después de un largo paréntesis. Meses pasaron entre nuestra última editorial y ésta, meses que pesan como años que no se traducen en experiencia aquilatada sino más bien en compleja acumulación de ansiedad y desasosiego al percibirnos lejos de encontrar las respuestas que permitan ponerle freno a la barbarie.
Ojo, no se nos malinterprete: no es que en estos meses no hayamos ensayado respuestas desde el campo popular ante la ofensiva permanente de una ultraderecha convencida que vino a cambiar la historia para darle un golpe definitivo al proyecto nacional, popular y democrático y a las conquistas acumuladas a lo largo de los últimos 70 años. Por el contrario, a días de asumido el nuevo gobierno se dio la movilización a Tribunales, a semanas el primer paro de la CGT con movilización masiva al Congreso; en abril se produjo la histórica marcha universitaria -posiblemente la movilización callejera más importante desde el 83 a la fecha-, el segundo paro general de la CGT, la marcha del 1º de Mayo, las movilizaciones al Congreso en oportunidad de los debates de la ley Bases en diputados y senadores.
El problema es que la acción callejera no fue ni es articulada en función de alimentar un proyecto político que pueda aparecer como alternativa a la ultraderecha y a la derecha tradicional que orbita cual satélite oportunista alrededor del mileismo y su ofensiva. Es difícil que el movimiento nacional y popular pueda reconstruir su iniciativa en pocos meses, después de una derrota como la de noviembre de 2023, con la entronización de una figura, una prédica y un discurso como el de Milei. Lo disruptivo del triunfo de LLA no se explica solo por errores circunstanciales, tácticos y/o coyunturas globales influenciando negativamente sobre los resultado económicos y sociales, sino por efectos multicausales y profundos de prácticas desarrolladas al menos durante los últimos 40 años y que no fueron superadas durante la década ganada con la región gobernada por proyectos populares con los que nos identificamos y por los que seguimos militando.
A lo disruptivo, políticamente incorrecto y brutal de lo que plantea la derecha no se le debería responder con y desde la misma lógica política con la que se accionó desde la recuperación de la democracia.
Existe un contexto internacional en el que los fenómenos políticos de ultraderecha proliferan: mal de muchos, consuelo de sonsos. Pero Milei no es un loco suelto, hay muchos y algunos ocupan o disputan posiciones de poder en países centrales desde las cuales elaboran discursos anti globalistas y nacionalistas que hasta parecen antiimperialistas; se muestran como neoliberales extremos enemigos del estado y los impuestos pero a veces son proteccionistas; exacerban el odio hacia el diferente por migrante, por pobre, por negro, por musulmán o por gay y apoyan con goce el genocidio de Israel en la franja de Gaza; hablan de paz entre Rusia y Ucrania e intentan mostrarse como el espacio que puede frenar una tercera guerra mundial para lo que no vacilan en juntarse con Xi Jinping, Putin y Zelensky pero le dan aire a la industria armamentista y son los primeros defensores del fortalecimiento de la OTAN. Discursos esquizofrénicos que esconden bajo un menú de propuestas “personalizadas”, elementos comunes a todas las formaciones ultraderechistas como el endiosamiento del mercado y la sumisión frente a los poderosos, el ansia por destruir el estado o limitar su capacidad de regulación, la eliminación del concepto de justicia social o estado de bienestar como ejes reguladores de acciones políticas concretas, la represión como respuesta a cualquier atisbo de resistencia popular, el desprecio por herramientas de decisión democrática.
En la Patria Grande la disputa geopolítica está en un momento álgido: por un lado las ultraderechas están a la ofensiva envalentonadas con el triunfo de Milei en Argentina y la posibilidad de que Trump resulte electo en USA; por el otro y en forma simultánea, experiencias políticas populares parecen consolidarse en México, Brasil y Colombia. Es en ese marco en el que se desarrollaron las elecciones en Venezuela, a esta altura fallidas tanto para el chavismo como para la ultraderecha. Es innegable que el chavismo tiene sus estructuras militantes profundamente enraizadas en sus comunidades, lo que le ha permitido resistir de un modo admirable el bloqueo del imperio, pero también lo es que parece existir un desgaste producto de los años en el poder con sus secuelas de burocratismo y corrupción y la crisis económica desencadenada por el bloqueo y parcialmente solucionada con recetas ortodoxas encabezadas por el ajuste. Para los movimientos populares es importante que el chavismo conserve el poder en Venezuela (a juzgar por las reacciones de China y Rusia también lo es para el multipolarismo a nivel global), pero simultáneamente se pagará un alto costo sino se pueden despejar las sospechas de fraude y no respeto de la voluntad popular.
Si a la preocupante situación internacional y la tragedia a la que nos empuja día a día el gobierno de Milei, le sumamos la mierda en toneladas que se desprende del accionar de los que en algún momento consideramos propios -encabezados por Alberto mal presidente pero también machirulo, golpeador y viejo pajero-, resulta que se hace difícil hasta respirar…ni hablar de pensar y militar para buscar respuestas colectivas, no que nos saquen del pozo en el que caímos -es demasiado-, sino que al menos nos permitan dejar de caer.
Varias veces dijimos que la derecha tradicional cuando asume el poder político choca con su “problema” de gobernanza: el neoliberalismo en funciones genera un ejército de excluidos que constituye la base social y electoral sobre la que se apoyan los proyectos nacionales y populares para recuperar cuotas de poder político. La condición para que tal recuperación pueda darse es que las instituciones de la democracia de baja intensidad que supimos conseguir, se mantengan mínimamente “vivas”. Al menos así ha sido hasta hoy, en que para la ultraderecha en funciones de gobierno el problema de gobernanza pasa a constituirse en una justificación más de su accionar. Y a las bestias, en pos de lograr sus objetivos, no les tiembla ni les temblará el pulso para terminar con lo poco que queda en pie del sistema democrático.
Seguramente no lo podrán hacer con la misma celeridad con la que está destruyendo la capacidad del estado para amortiguar las ansias depredadoras de los sectores dominantes, con la misma celeridad con la que están destruyendo el aparato productivo y entregando recursos naturales estratégicos, con la misma celeridad con la que están sometiendo a la comunidad científica y a las universidades públicas nacionales al ahogo presupuestario que cuestiona seriamente su capacidad de supervivencia, con la misma celeridad con que condenan al hambre a un porcentaje mayoritario de la población argentina.
¿Por qué no lo podrán hacer con la misma rapidez?: en primer lugar, porque a pesar de sus deseos pareciera que existe en nuestro pueblo, en los organismos defensores de los DDHH, organizaciones sociales y gremios y en una parte de la política y sus organizaciones una reserva combativa y democrática que puede plantearle resistencia al experimento económico, social y político en marcha. En segundo lugar porque la “casta” política existe y cuida los espacios ejecutivos y legislativos que ocupa, al tiempo que entrega vergonzosamente al país votando leyes que solo cipayos extremos pueden aprobar y firmando pactos espurios a cambio de migajas. Pero la “casta” tiene límites y juega el juego de la negociación, del regateo, que va a durar mientras el gobierno tenga algo que ofrecerles. Y al gobierno le va quedando poco, con lo que las negociaciones con diputados y senadores colaboracionistas y con gobernadores dadores de “gobernabilidad” se va empiojando: del resultado de las elecciones del 2025 dependerá que la ultraderecha pueda consolidar su hegemonía dentro del espacio del neoliberalismo o ser absorbidos por lo peor de la “casta” que supuestamente vinieron a combatir. De lo que no hay dudas es que en algún momento van a pagar un costo por los insultos y maltratos que propinaron a aquellos con los que tienen profundas afinidades ideológicas.
El mileismo quiere conformar una sociedad pasiva ahogada por la tristeza y la soledad frente a la desaparición del otro que nos contenía y con el conformábamos la patria, una sociedad deprimida, ajena a las pulsiones vitales de la respuesta colectiva, la solidaridad y la justicia: del campo nacional y popular depende que no lo consigan y no de aquellos que se dicen oposición, pero abrevan en el mismo campo de ideas que los libertarios. Gobiernos fallidos propios y ajenos ayudaron a que el presidente sea Milei, sin embargo el peronismo sigue existiendo y siendo expresión de las reservas solidarias y democráticas de nuestro pueblo, existió la década ganada y aún en medio de la derrota y los escándalos se conserva un núcleo firme de voluntades que ronda el 30 % que apoyan o se sienten parte del campo nacional, popular, democrático y feminista.
Uno de los ejes del discurso ultraderechista es la antipolítica: sus voceros lo alimentan a diario y por estos días con mayor virulencia gracias a los argumentos que generosamente les brindan supuestos integrantes de nuestro propio espacio. Paradojalmente, desde la antipolítica, la ultraderecha ha logrado lo que nosotros varias veces nos planteamos como necesidad y no pudimos plasmar cuando fuimos gobierno: recuperar la política como herramienta transformadora -la política en la dimensión que expresa la disputa de la porción de poder que se dirime dentro de los marcos de la democracia formal-. Ellos lo están haciendo en un sentido hiper regresivo y circunstancial: desocupación, pobreza, marginalidad y hambre creciente les aseguran un apoyo popular escaso en un futuro que deseamos sea próximo. Cuando la falta de apoyo se manifieste electoralmente, en la lucha callejera y/o en estallidos más o menos anárquicos, recurrirán a herramientas seguramente alejadas de la decisión y sentimientos populares.
Pero lo anterior nos deja algunas enseñanzas: la primera es que si existió espacio para la radicalidad ultraderechista debe existir también, con mayor razón, para la radicalidad del campo nacional y popular. La contrapropuesta desde el peronismo no debe ser defender lo que ellos están bombardeando sino poner sobre la mesa propuestas redistributivas discutiéndolas en los espacios legislativos e implementándolas en los ejecutivos aun tomando en cuenta las limitaciones que impone el gobierno nacional. Rodear las propuestas de pueblo revalorizando el rol de la militancia, dándole protagonismo a sindicatos, organizaciones sociales y nuevas figuras dirigenciales procurando construir una nueva mayoría hegemonizada por lo más avanzado del movimiento, pero con la capacidad de dialogar a izquierda y derecha para aglutinar espacios y figuras insultadas y menospreciadas en forma reiterada por la incontinencia verbal de Milei y sus acólitos.