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Por Víctor León Donoso

 

Llegaba la noche y se anunciaban los primeros cómputos del plebiscito, eran una victoria aplastante del Apruebo con casi el 80% sobre un 20% de Rechazo. Mucha gente a pesar de las restricciones sanitarias producto de la pandemia, salía de sus casas a congregarse a las plazas o avenidas, con el fin de reencontrarse, gritar, festejar. Se escuchaban bocinas de caravanas de automóviles que paseaban por las ciudades y juegos de artificio en el cielo.

Hace mucho tiempo no se vivía una alegría tal a este lado de la Cordillera de los Andes, desde el estallido social de octubre del año pasado nos hemos sentido más cohesionados, pensando y reconociendo los problemas que agotan a la población, provocando empatía hacia los otros. Por ello el triunfo del plebiscito provocaba alegría y claro las causas son muchas para justificar este júbilo y emoción contenida.

En primer lugar el plebiscito colocaba fin a la Constitución redactada bajo la dictadura de Pinochet, la que consagra el modelo neoliberal. En ella estableció el camino para la privatización de la educación, salud y pensiones. Como escribía el historiador Sergio Grez: “Fue elaborada por un grupo de personalidades de derecha, completamente a espaldas de cualquier consulta ciudadana, buscando expresamente fijar en ella un contenido ideológico abiertamente conservador y mercantil. Fue aprobada luego de un plebiscito fraudulento, sin las garantías mínimas de discusión ni libre participación”.

Segundo; el proceso era un fuerte simbolismo por el ejercicio de la soberanía. A lo largo de la historia de Chile se han sucedido varias constituciones como en 1823, 1826, 1828, 1833, 1925 y 1980 las que han sido acompañadas por guerra civil, inestabilidad política o golpes de estado. Siendo escritas por un grupo pequeño que representaba a la elite, dejando fuera a la ciudadanía en estos doscientos años de república.

Tercero; el plebiscito es uno de los logros políticos debido al estallido social, el cual develó lo vulnerable que era el modelo chileno. Un país que mostraba estadísticas macro económicas positivas como crecimiento del PIB de 3.9% en 2018 o PIB per cápita de € 13.457, escondiendo claramente cifras reveladoras como que más del 50% de los chilenos gana sueldos inferiores a € 450 al mes. Con remuneraciones tan bajas hacen que las tarjetas de crédito sean muy comunes en la población, provocando el endeudamiento de las familias chilenas que alcanza el 74,5% de los ingresos. Un 10% de la población concentra el 66,5% del total de la riqueza del país, mientras que el 1% más adinerado se queda con el 26,5% de la riqueza.

Cuarto; los síntomas de apatía y desconfianza en las instituciones se reflejaban en la desafección política del 58%, colocando a Chile dentro de las cifras más altas del planeta. Los síntomas de malestar social eran evidentes desde el año 2011: movimiento estudiantil, movimientos regionalistas (2012), movimiento No + AFP (2016), movimiento feminista (2018) y Estallido Social (2019).

Por último, se abre un nuevo camino que es el proceso constituyente donde el próximo abril deberemos elegir a quienes nos representen en la denominada Convención Constituyente, que tendrá nueve meses para redactar una nueva Carta Magna. Hoy estamos en el momento donde surgen candidatos para la Convención y claramente la clase política aún no toma lectura de la lejanía que tiene la ciudadanía con ellos. Según encuestas de los últimos días, un 64% señala que preferiría votar por una persona que no milite en un partido político.

El próximo año será crucial para verificar si el triunfo abrumador del Apruebo se traduce en una Constitución que de esperanzas para establecer un Chile menos desigual, más justo y equitativo. Donde sus ciudadanos nos sintamos parte de un nuevo pacto social.