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Elababorada por el Colectivo Marambio

El jefe de gabinete Santiago Cafiero afirmó, en un reportaje publicado en el diario La Nación, allá por junio de 2020, que Alberto Fernández era el primer líder “posmoderno” de la Argentina. ¿Por qué traemos hoy a la palestra estás afirmaciones del Jefe de Gabinete de Ministros?: posiblemente porque frente al fallecimiento de Menem, los que tenemos más de 40 años recordamos debates de fines de la década del 80 vigentes en ámbitos militantes hasta los primeros años del nuevo siglo.

Por ejemplo, siendo Alfonsín presidente y mientras la Renovación disputaba con la ortodoxia el futuro del movimiento nacional y popular que había cambiado para siempre la historia de nuestro país, Carlos Chacho Alvarez abordaba desde la revista Unidos el vínculo posible entre peronismo y modernidad. Así señalaba, en un artículo publicado en el Nº 10 de la revista titulado “El peronismo, la modernidad y la crisis de la política”, que el peronismo debía repensarse, que las ideas-fuerza de liberación, de revolución social, habían perdido significación junto con otras también identificatorias del peronismo: la doctrina, el Proyecto Nacional, la Comunidad Organizada, el Pueblo. Al mismo tiempo realizaba una crítica a la postura o actitud de la Renovación de escaparle al debate ideológico para no quedar “entrampada” en las antítesis tradicionales de la política (*1). En abril de 2018, Abelardo Franchini escribe en Perfil un artículo denominado “Modernidad y postmodernidad: un camino lleno de desafíos”, en el que señala que: “…siendo los 80 la etapa propia de la modernidad, los 90 son la etapa superior -parafraseando a Lenin- del auge tecnológico y pasan a tener una importancia aún más evidente los medios de comunicación. En la postmodernidad los valores en boga son los anti-valores: transgresión, marginalidad, hedonismo y el exhibicionismo más impúdico”. Parecería que el primer presidente postmoderno de Argentina ejerció el poder hace 30 años y se llamaba Carlos Saúl Menem.

En un artículo publicado en Página 12 titulado “No a postmodernidad relativista”, Jorge Alemán dice: “El menemismo, más allá de sus aspectos bizarros y folklóricos, propios de la Argentina, acompañó el gesto de la globalización. Globalización fue el nombre benevolente y encubridor de la operación mundial en curso: el modo ilimitado de acumulación del Capital que hoy llamamos Neoliberalismo. El menemismo acompañó con todas sus fuerzas los motivos éticos-políticos de esta maldita globalización: el relativismo posmoderno.

Así fue que, montado sobre un movimiento nacional que siempre se enorgulleció de sus momentos fundantes logró desmontarlo de todos sus legados, los relativizó, deconstruyó todas sus banderas, hasta vaciarlo y presentarlo como un esqueleto que ya se podía vestir con cualquier disfraz.

El poder por el poder mismo, la adaptación cínica y a cualquier costo a los imperativos globales del imperio generaron toda una cultura. Sí la posmodernidad había servido en Europa para revisar algunas certezas históricas y algunos fundamentos del orden instituido, en Argentina hizo, como suele ocurrir, un trabajo servicial para los Amos, la destrucción de su tesoro político, de su gran mito histórico sobre la igualdad y la justicia…

…hasta que una contingencia histórica mostró cuál era la única condición para resolverla: dejar atrás el relativismo posmoderno y volver a levantar lo que no se puede deconstruir: Memoria, Verdad y Justicia. El nombre de esta operación será para siempre Néstor Kirchner.”

¿Cafiero considera un alago hacia Alberto, una virtud del presidente, calificarlo como primer presidente postmoderno?. A la luz de los párrafos anteriores parecería que su afirmación fue cuanto menos poco feliz. Vaya uno a saber qué es lo que habrá querido transmitir, no intentamos transformarnos en exégetas del jefe de Ministros, pero si entendemos que declaraciones de éste tipo hayan generado y generen preocupación en diversos ámbitos militantes.

Si se tratará sólo de un debate académico veraniego, no habría mayor problema, lo grave es lo dubitativo del derrotero del gobierno, que a veces parece comulgar con pensamientos similares a los enunciados por Cafiero. Parece claro que las coordenadas del accionar político contemporáneo, delimitadas por la hegemonía conservadora, se basan en un pragmatismo de derecha concebido para defender los privilegios de los poderosos y dejar de lado el debate político ideológico que debiera sustentar las políticas favorables a las mayorías populares creando o mejor dicho “recreando” doctrina. A nuestro modo de ver existen parámetros ideológicos que constituyen faros, que son inmutables y cuya defensa debe ser inclaudicable. La historia felizmente continua su accionar y lejos del deseo de aquellos que soñaban con su fin, su dinámica está más cerca del siempre vigente Marx, cuando planteó que su marca estaba dada por el desarrollo de la lucha de clases.

La feroz lucha por un parte del poder que se desarrolla en Argentina y la región encuentra del lado del enemigo voces representativas alejadas de toda tibieza: la ultraderecha naturalizada por los medios hegemónicos de comunicación cargada de un odio de tal magnitud que en pos de defender los intereses del poder real, no encuentra hoy límite en la muerte provocada por la pandemia y no lo encontrará, como ya ocurrió en el pasado reciente, cuando eventualmente tengan la capacidad de decidir reprimir reclamos populares. Parece poco recomendable buscar eludir el contrapunto con los representantes políticos del poder real tras un dialoguismo permanente que se vacía de contenido cuando una de las partes responde arrojando piedras.

Ojo: el diálogo puede ser una herramienta política útil en un contexto claramente crítico como el que le ha tocado atravesar hasta ahora al gobierno de Alberto. Si se “dialoga” mientras se avanza, por ejemplo sancionado la ley de despenalización del aborto o profundizando el plan de vacunación, se muestra por un lado capacidad para escuchar al contrincante y eventualmente contenerlo o anularlo junto con una voluntad política clara de avanzar hacia la conquista de nuevos derechos a favor de los sectores populares.

En el área de Obras Públicas se acciona en el sentido de transformar el sector en el impulsor principal de la recuperación económica, retomando obras largamente detenidas y lanzando nuevas, algunas estratégicas, como las relanzadas en conjunto con el Ministerio de Transporte reactivando ramales ferroviarios emblemáticos como el tren de las Sierras en Córdoba. Esto no implica, pese a la magnitud de las obras (cuyo voceo sigue siendo uno de los grandes problemas gubernamentales) haber logrado imponer agenda. Por el contrario, la oposición se ha adueñado de la defensa de la vuelta a clases presenciales frente a un Ministro de Educación que, lejos de plantear planes propios para lograr el objetivo de la presencialidad, parece ir corriendo siempre detrás de los cuestionamientos y propuesta marketineras del PRO capitalino, dudando y contradiciéndose en el camino. La última reunión, con Larreta y Acuña de visitantes y fotos de toda la parafernalia comunicacional afín a Juntos por el Cambio, solo sirvió para refrendar una política de regreso a clases presenciales que atenta contra la salud de docentes, de los estudiantes, de los auxiliares y de sus respectivas familias.

En el ámbito de la justicia la ministra da la impresión, en el mejor de los casos, de desconocer de qué se trata el lawfare y su puesta en funcionamiento en los países de la región. La reforma judicial duerme encajonada, a la vez que, desde la Jefatura de Ministros, en un ataque de biologismo, declaran que dicho sector debe depurarse a sí mismo. Como respuesta, observamos que se continúan cometiendo y se profundizan arbitrariedades contra militantes y dirigentes del campo popular cómo si, para el Poder Judicial, en el 2019 nada hubiera cambiado y Macri se hubiera impuesto en las elecciones por amplio margen. Quizá las últimas provocaciones corporizadas en el fallo de la Corte dando por válida la ridícula condena a Milagros en la causa de “las bombachas” o el cambio de jurisdicción hacia Comodoro Py de la causa por el espionaje macrista contra miembros de la oposición, despierte una acción más enérgica del gobierno en el área, como al menos en el plano declarativo parece estar sucediendo.

Si de batallas hablamos, la referida a los precios muestra la intensión de relevar como influyen en los costos los distintos eslabones de la cadena desde el productor hasta la góndola y así se lo ha manifestado el gobierno, en distintas reuniones, a los diversos actores con responsabilidad en la “formación” de precios. Todavía la ofensiva no se traduce en un freno a la escalada inflacionaria, lo que podría generarnos un problema no menor en un año electoral.

Preocupante también es la cuestión de la mal llamada Hidrovía, inscripta en el mismo eje de acción que la cuestión Vicentín. Es decir: se proclama un modo de actuar para luego retroceder, pagando el consiguiente desgaste político. El debate instalado al interior del Frente de Todos da cuenta de su importancia, que no sólo es económica sino también geopolítica. En el fondo se discute la posibilidad de tomar decisiones soberanas que permitan al Estado Nacional controlar buena parte de la producción exportable (el 70% de las exportaciones se canalizan por esa vía), sin intermediarios. Eso permitiría, entre otras cosas, evitar prácticas delictivas de exportadores privados que recurren al contrabando y la subfacturación como mecanismo para eludir al fisco y privar al conjunto de la sociedad de los impuestos que se utilizarían financiar la concreción de políticas redistributivas.

Declaraciones, llamados al diálogo, advertencias parecen no ser las únicas herramientas adecuadas para enfrentar a una oposición política, empresarial, judicial y mediática que avanza sin preguntar, presumiendo que frente a ellos no hay un gobierno decidido a ponerles freno.

 

 

(*1) las citas no son textuales y constituyen una interpretación particular y resumida del contenido del artículo