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Por Alejandro Quiroga

El Coronavirus le ha dado un duro golpe a las economías capitalistas,

pero como dijera alguna vez V.I.Lenin, “el capitalismo no caerá si no existen

las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”.

 

Un poco de historia

 

Siempre es bueno hacer un poco de historia para entender como los pueblos luego de cada derrota se recomponen y vuelven a pelear por sus derechos, su autonomía, su liberación.

En el periodo independentista, tras la recomposición realista en vastas zonas de América Latina, desde las Provincias Unidas del Río de la Plata derrotábamos al ejército del General Goyeneche en Tucumán y Salta, defendíamos la frontera norte del territorio con las fuerzas irregulares del General Martín de Güemes y preparábamos la contraofensiva -con San Martín a la cabeza- desde Mendoza, para asestarle un golpe definitivo al centro de poder realista en Lima. Lo mismo desde el norte de nuestra América hacía el General Bolivar. El objetivo era uno: liberar a la Patria Grande.

Otro  momento importante de impulso de la integración latinoamericana lo constituyo el “ABC”, que fue la política de integración regional impulsada por el General Perón. Esta política de desarrollo regional no se condecía con los intereses del imperialismo y ahí están las razones profundas del golpe de 55.

En la actualidad la lucha continua, seguimos peleando por la independencia y la democracia. En este sentido grandes pasos se han dado en la primer década del nuevo milenio, un hito a destacar fue cuando en la Cuarta Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata en el 2005, el conjunto de las naciones de la región confrontan al gobierno imperial de los EEUU y desechan la idea del ALCA impulsada por el presidente Bush. Eran tiempos en que los gobernantes se parecían a sus pueblos. Sudamérica era una luz de esperanza para mundo.

El neoliberalismo había recibido un duro golpe en nuestra región y con el desarrollo de las políticas económicas heterodoxas multitudes dejaban la pobreza y la marginación. Nuestros países unidos cada vez pesaban más en el plano internacional.

Pero el poder imperial conservaba una cuota suficiente de poder como para volver a la carga. Comenzó con los golpes “blandos” a Zelaya en Honduras y a Lugo en Paraguay, también intentaron lo mismo en Ecuador y Bolivia pero fracasaron en su primer intento. Esto no los detuvo, vieron que necesitaban nuevos instrumentos para proseguir con sus políticas y avanzaron con una catarata de procesos vinculados a lawfares, que eran sostenidos desde fake news impulsadas por los medios hegemónicos y apalancados por una justicia cipaya. Así destituyeron a Dilma en Brasil y erosionaron la figura de Cristina en Argentina, determinando la victoria de Macri.

Donde todos estos métodos le fallaron, no dudaron en volver a los más tradicionales: el golpe de estado militar-policial-civil -esto fue lo que paso en Bolivia-, o la continua amenaza de intervención militar-imperial frente al desobediente gobierno venezolano.

Hoy con gobiernos mayoritariamente neoliberales en la región, otra vez como antaño se ve nacer la resistencia en nuestra querida América Latina con Cuba, Nicaragua y Venezuela que se mantuvieron firmes marcando un camino de autonomía, a lo que se sumó el triunfo de López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina.

De todas maneras el poder del enemigo permanece intacto. Así lo demuestran las distintas campañas de los medios tradicionales contra cualquier gobierno que muestre aristas populares y el blindaje que brindan a los gobiernos neoliberales que defienden sus intereses, sumiendo a los pueblos de la región en la miseria y marginalidad. Estos medios como la Red O Globo en Brasil o el tandem Clarin/Nación/Infobae en Argentina, que hegemonizan la Sociedad Interamericana de Prensa de la que muchos han denunciado vínculos con la CIA-,  fueron los encargados de generar las condiciones como para que el FMI financiara la candidatura de Macri con una millonada de dólares.

Con todo eso, acá en Argentina, no pudieron permanecer en el gobierno, pero si pudieron en gran parte de nuestra América implementar lo que podríamos llamar “las democracias de las proscripciones”: Lula proscripto en Brasil, Correa proscripto en Ecuador, Evo Morales proscrito en Bolivia, y en Argentina, si bien no pudieron encarcelar a Cristina -vaya si lo intento Bonadio-, han comenzado una abierta campaña contra el actual gobierno de Alberto Fernández.

Lo que está demostrado, a partir de una lectura correcta de nuestra  historia, es que los indicadores económicos y de desarrollo humano comenzaron a mejorar en nuestra América después de la tercera década del siglo XX y tuvieron sus mayores avances durante la etapa de industrialización dirigida por el Estado, lo que provocó una fuerte reducción de la pobreza. Después del último cuarto del siglo pasado, de pérdidas inestimables respecto del desarrollo humano, lo más promisorio fue el avance sustancial que se experimentó en reducción de la pobreza entre 2002 y 2008, que coincidió con una mejora en la distribución del ingreso en un conjunto amplio de países que eran gobernados por gobiernos que se enmarcaban dentro de esa gran avenida caracterizada por los proyectos Nacionales y Populares, donde primaba la inclusión y las políticas redistributivas.

Después, como ya mencionamos volvió el neoliberalismo con sus políticas de ajuste, represión y proscripción. Es en este marco que llega la pandemia del Corona virus…

 

Sobre la pandemia y de cómo sigue la historia…

La pandemia del coronavirus se expande por todo el mundo y junto con ella se profundiza la crisis económico-financiera global. La pandemia fue solamente el detonador de la crisis económica, no su causa. En realidad, el capitalismo arrastra desde hace medio siglo una tendencia al estancamiento, que se profundizó con la gran crisis de 2007-2008. Las políticas monetarias de tasas de interés cero y de programas no convencionales de flexibilización, salvaron al capitalismo de caer en una depresión, pero no lograron modificar el carácter anémico de la inversión productiva.

En este marco de crisis del capitalismo global, el imperialismo Norteamericano no tiene esa hegemonía absoluta con que se lo veía durante las décadas pasadas después de la caída del muro y de la diáspora sufrida por la URSS.  Ahora tiene que vérselas con la potente economía de la República Popular China, sin duda la actual locomotora de la economía mundial, que tomó la delantera en la tecnología 5G y en la inteligencia artificial. A lo anterior se suma la presencia de una Rusia renovada, que ha vuelto a los primeros planos de la política mundial: rica en petróleo, energía y agua, dueña de un inmenso territorio y de un poderoso complejo industrial que ha producido una tecnología militar de punta que en algunos rubros decisivos aventaja a la norteamericana. Rusia complementa, de esta manera, con su fortaleza en el plano militar la que China ostenta en el terreno de la economía.

En este escenario, se puede observar la perdida de prestigio internacional de EEUU, que se ha visto debilitado en varios aspectos: China pudo controlar la pandemia y Estados Unidos no, China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla en Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad, envía médicos y medicamentos a los cinco continentes mientras que la Casa Blanca envía soldados con la OTAN para intensificar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de guerra. Su antigua hegemonía se va perdiendo en las tinieblas y la pandemia está acelerando este proceso.

El coronavirus, ha venido a poner blanco sobre negro la crisis del imperio estadounidense y  de sus políticas neoliberales, lo que ha provocado el surgir de un gran caudal de reflexiones y análisis que tienen como un común denominador: dibujar los contornos difusos del modelo de sociedad y economía que surgirán una vez que el flagelo haya sido controlado.

Continuando con el análisis de la crisis económica, tendríamos que plantear que la misma se desenvuelve en dos planos: en la esfera financiera y en la esfera productiva. Ambas se retroalimentan. En el plano financiero, la crisis arrancó con el crac bursátil en febrero de este año, el cual hizo perder a las bolsas alrededor de 30% de su valor en unos cuantos días; rápidamente se transformó en una crisis de liquidez que puede empujar a la insolvencia a muchas corporaciones altamente endeudadas y afectadas por el trastocamiento de las cadenas globales de valor (CGV). Particularmente, han resultado afectados las líneas aéreas, la industria automotriz y de autopartes, el turismo y los servicios. La recesión en las actividades productivas se ha desparramado en toda la economía mundial. La recesión avanzó rápidamente sobre todos los países desarrollados y más temprano que tarde impactará con fuerza en los países subdesarrollados de las periferias.

En este sentido, el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, pronosticó que la tasa de desempleo en los EUA llegará al 20%, el doble de la alcanzada en el pico de la Gran Recesión de 2007-2008. Tan sólo en cuatro semanas las solicitudes de seguro de desempleo llegaron a más de 21 millones.

La mayoría de los gobiernos y bancos centrales de los países desarrollados actuaron con rapidez y han implementado programas monetarios para inyectar liquidez e intentar evitar la ola de quiebras empresariales. La Reserva Federal de EEUU instrumentó un paquete por 700 mil millones de dólares para la compra de todo tipo de obligaciones. Medidas similares, aunque en montos menores, fueron aprobadas por el Banco Central Europeo y el Banco de Japón. Y en forma inusitada –dado que durante las últimas décadas los gobiernos habían sido renuentes a usar la política fiscal como mecanismo contracíclico­–, el Congreso estadounidense lanzó un plan de estímulos fiscales por 3 billones de dólares, el cual incluye apoyos a corporaciones en problemas y familias, subsidios acrecentados de desempleo y recursos para contener la pandemia.

La crisis encuentra a América Latina en una circunstancia en la que varios países de la región ya se encontraban en recesión o en proceso de desaceleración económica. Por sus condiciones de subdesarrollo, dependencia y extrema desigualdad, las periferias del sistema seguramente sentirán con más fuerza tanto la propagación de la pandemia como la crisis económico-financiera. A ello, habría que agregar que 30 años de neoliberalismo, con sus intermitencias mayores y menores según el país, han avanzado en los procesos de privatizaciones y restricción del gasto público, además de diezmar sus sistemas de salud y de seguridad social.

Las perspectivas para 2020 anuncian tiempos difíciles, aunque pronosticar escenarios en el marco de la incertidumbre radical que vive el mundo es de una alta complejidad, lo señalado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe revela la gravedad de la crisis, augurando un decrecimiento del PIB mundial de -3% en 2020, 6 puntos porcentuales menos que el registrado en 2019 (2.9%) y 3 puntos por debajo de la caída del PIB registrada durante la Gran Recesión. Para América Latina la situación sería peor, con una tasa negativa de -5.2%.

A la baja de la demanda en el mercado local causada por las medidas de distanciamiento social, en el caso latinoamericano se agregan el desplome de las exportaciones, tanto primarias como manufactureras; el deterioro de los términos de intercambio; el desplome de las remesas de los trabajadores migrantes (varios países de Latinoamérica dependen de ellas); y la fuga de capitales tanto de los inversionistas externos como de las élites internas.

Como consecuencia de la recesión y de la ruptura de las cadenas generadoras de valor, el panorama del comercio exterior es aún más sombrío. La Organización Mundial de Comercio estima que el volumen del comercio mundial en 2020 caerá entre el 13 y el 32%, lo que obviamente pone en jaque el modelo primario-exportador y maquilador adoptado por los países latinoamericanos desde la crisis de la deuda externa.

Frente a este escenario político y económico, el compañero Atilio Boron nos invita a pensar una salida alternativa, que no tiene que ver, ni con la devastadora “barbarie Neoliberal”, ni con ilusoria idea de un “comunismo reinventado”: nos propone pensar  una transición hacia un postcapitalismo con avances profundos en terrenos como, la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social y más moderadamente en otros aspectos -por la resistencia que plantearan los sectores afectados-, como el control del casino financiero, la estatización de la industria farmacéutica -para que los medicamentos dejen de ser una mercancía producida en función de su rentabilidad- y de las industrias estratégicas y medios de comunicación, amén de la recuperación pública de los llamados “recursos naturales” -bienes comunes del conjunto de la sociedad-.

El horizonte social por delante imaginable, es el de un generalizado reclamo de toda la sociedad a favor de una mucho más activa intervención del Estado para controlar los efectos tremendamente destructivos e inequitativos de los mercados en la provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte, etc. y para poner fin a la desproporcionada hiperconcentración de la riqueza, plasmado con claridad en las cifras que señalan que la mitad de toda la riqueza del planeta está en manos del 1% más rico de la población mundial. Este mundo imaginable para después de la pandemia tendrá mucho más Estado y mucho menos mercado, debido a que las poblaciones serán más conscientes y politizadas por la acción del flagelo al que han sido sometidas y por lo tanto, más propensas a buscar soluciones solidarias y colectivas.

Por supuesto que la superaciónne la epidemia y el retomar el camino de un desarrollo inclusivo no va a ser fácil, exigirá mayores recursos y una mayor participación del Estado. Ello generará déficit presupuestario. Por lo mismo, debería abandonarse, al menos mientras dure la emergencia, la práctica de construir superávit primario para pagar el servicio de la deuda. Los peligros inflacionarios serían irrelevantes en el contexto depresivo en que nos encontramos. Los retos actuales exigen de América Latina gobiernos más activos e imaginativos que abandonen la rutina de las recetas ortodoxas convencionales, las cuales nos empujarían a una nueva “década perdida”.

Ultimas reflexiones

En base a lo antes dicho, es que habrá que ir analizando la extraordinaria gravedad de los efectos económicos de esta pandemia, que hará de una vuelta al pasado una misión imposible. Los distintos gobiernos del mundo se han visto obligados a enfrentar el dilema,  claramente expresado por nuestro presidente Alberto Fernandez: “la salud de la población o el vigor de la economía”, dilema que pone de relieve la contradicción basal del capitalismo. Porque, si la población no va a trabajar, se detiene el proceso de creación de valor y entonces no hay ni extracción ni realización de la plusvalía. De este modo, el virus salta de las personas a la economía y esto provoca el pavor de los gobiernos capitalistas que están renuentes a imponer o mantener la cuarentena porque el empresariado necesita que la gente salga a la calle y vaya a trabajar, aún a sabiendas de que pone en riesgo su salud. La situación es insostenible por el lado del capital, que necesita explotar a su fuerza de trabajo y que le resulta intolerable que se quede en su casa. También lo es por el lado de los trabajadores que si acuden a su trabajo, o se infectan o infectan a otros y si se quedan en casa, no tienen dinero para subsistir. Esta crítica encrucijada explica la creciente beligerancia de Trump contra Cuba, Venezuela e Irán y su insistencia en atribuir el origen de la pandemia a los chinos. Tiene que crear una cortina de humo para ocultar las nefastas consecuencias de largas décadas de desfinanciamiento del sistema público de salud y de complicidad con las estafas estructurales de la medicina privada y la industria farmacéutica de su país. O para achacar la causa de la recesión económica a quienes aconsejan a la gente quedarse en sus casas. Además, nadie quiere, salvo el puñado de magnates que se enriquecieron con la salvaje rapiña perpetrada durante la era neoliberal, que el mundo vuelva a ser como antes.

La pandemia y sus devastadores efecto puso ante nosotros la posibilidad de construir una alternativa a este capitalismo salvaje que nos condujo a esta situación: ya que el virus es producto de este sistema, ahora nos toca no desaprovechar tal oportunidad.

Por lo tanto, y parafraseando a Atilio Boron, la consigna de la hora para todas las fuerzas antiimperialistas del mundo es: concientizar, organizar y luchar; luchar hasta el fin, como señalaba Fidel Castro, en aquel memorable encuentro con intelectuales que tuvo lugar en la “Feria Internacional del Libro de La Habana”, en febrero del 2012, donde se despidió diciendo:

“si a ustedes les afirman: tengan la seguridad de que se acaba el planeta y se acaba esta especie pensante, ¿qué van a hacer, ponerse a llorar?. Creo que hay que luchar, es lo que hemos hecho siempre”.

 

Bibliografía:

 

- Arturo Guillén: La crisis económica global del “coronavirus” y América Latina

- Informe del FMI (https://www.imf.org/en/Publications/WEO/Issues/2020/04/14/weo-april-2020

- José Antonio Ocampo: El desarrollo económico de América Latina

- Atilio Borón: La pandemia y el fin de la era neoliberal