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Rector de una de las “nuevas” universidades del conurbano, docente universitario, politólogo,   filósofo y consecuente autor de numerosas publicaciones Eduardo Rinesi ha logrado un aporte de interés a la hora de pensar el rol de estos espacios académicos en coyunturas diversas. Agregamos esta última expresión pues el texto que hoy nos ocupa fue escrito en la etapa final del gobierno de Cristina Fernández. Aún así, o quizás por esto mismo, cobra mayor interés. 

Lejos de posturas tradicionales, dueño de un particular eclecticismo y poseedor de un estilo atractivo a la hora de exponer sus ideas o de armar sus clases, el autor  cuestiona  una serie de problemáticas en su momento cristalizadas, cuasi canónicas.

Estos cuestionamientos, al calor de  la llegada de un gobierno nacional y popular en sintonía con  una nueva concepción del estado,  permitieron ejercicios como el que hoy reseñamos.

El mismo refleja la búsqueda de repensar, en el accionar concreto, a la comunidad universitaria en un escenario inimaginado años atrás. Aún así,  amplios sectores universitarios permanecieron cual  bastiones ajenos, o más aun, resistentes a los tiempos vividos desde el 2003 al 2015. Pese a ellos el autor en diálogo  con  la filosofía y con clásicos del quehacer político y social retoma nociones básicas, aunque bastardeadas por la jerga opositora liberal, tales como las ideas de pueblo, república, y Estado.

Precisamente este último concepto abre la discusión desde una expresión muy cara al  rancio sentir universitario. Nos referimos a la remanida “autonomía” universitaria. Esta noción, obviamente reinvindicable en el contexto de inicios del siglo XX, respondía a la necesidad de  preservar el ámbito universitario ante los avances autoritarios de aquel momento. Situación muy diversa a la de los últimos años donde el Estado pasó, con matices es cierto, de ser el enemigo  a ser el garante de las conquistas populares ante actores privados.

La idea de autonomía universitaria en Rinesi no puede disociarse de  la función de la universidad, en el sentido clásico de su vínculo con el “pueblo”. Especialmente con las necesidades que dicho pueblo posee. De  aquí a la nueva obligación moral de las distintas  facultades consistente en reflexionar sobre el mundo en que están insertas e interactuar en él, hay un breve trecho.

Ya Kant, nos recuerda el autor, planteaba que ser autónomo no quiere decir “desertar” del mundo. En todo caso, agrega, el riesgo no es para la universidad ser invadida sólo por un Estado voraz, sino por el  mercado. Expresado éste último en empresas que financian fastuosos congresos y, quizá lo más  peligroso, colonizan a académicos que asimilan esta lógica de funcionamiento…

Luego el trabajo nos lleva al análisis de la idea de república,  entendida   como  espacio del pueblo, de todos,   lejos del  almidonado  tinte que le otorga la verba  conservadora. Entendida de esta forma  no existe   contradicción entre republica  y populismo, pues precisamente lo que  nos interesa es la res-publica,  es decir la republica organizada alrededor de la  “cosa pública”.

Cierto es que este campo público es un territorio a definir, conformando  un terreno en disputa,  en el contexto de un desplazamiento contextual…el conformado por el pasaje de la defensa de la “libertad” (típico de las era post- dictadura)  a la contemporánea defensa de los derechos.

El razonamiento del autor plantea que esta libertad  solo puede realizarse…por medio del  Estado.  Sobre éste realza la importancia de que sea conducido por un grupo político activo con cierto  “jacobinismo desde arriba”, como sucedió con el peronismo,  el yrigoyenismo, el  varguismo,  sin obviar ,reiteramos, la existencia de matices al interior de la burocracia estatal.

En un segundo momento aborda la cuestión de cómo garantizar   una enseñanza de calidad, en obvia referencia a quienes cuestionan a las universidades del Conurbano bonaerense por su supuesta pobreza académica. Partiendo de destacar que no es una buena universidad aquella de la que egresa sólo el 10 % de los ingresantes, ni tampoco aquella que  “ baja el nivel” para que aprueben sus  alumnos , deriva a explicitar que una universidad sólo es buena si es “buena para todos “ .

En relación a los problemas de supuesto déficit cognoscitivo o intelectual  de nuestros estudiantes, más bien considera que existe “un déficit político de nuestro sistema educativo” evitando recargar de culpas a las nuevas generaciones universitarias.

Finalmente golpea al ego de aquellos que, en pos de la carrera de investigador,  se alejan de las  aulas alentados  por estímulos institucionales que conllevan el peligro de vaciar de  docentes a los  primeros años de la carrera universitaria, momento en donde más se los necesita.

En definitiva el trabajo  conforma un lúcido intento de reflexión sobre el  rol de la universidad en un momento que, si bien distinto al actual,  permite abordar cuestiones centrales para el devenir de las nuevas universidades territorialmente ancladas a un sociedad que les demanda una tarea muy lejana, por fortuna, de las tradicionalmente aceptadas.