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Extraído de Lo inventó Perón on INSTAGRAM

 

El 14 de junio de 1986, desaparecía físicamente Jorge Luis Borges. Víctima de un cáncer hepático y asentado definitivamente en Ginebra. Se moría, diciendo el padre nuestro en anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés, español y latín, el artista que supo, a través de la escritura, sintetizar en cuentos de no más de 20 páginas una fuerza arrolladora; propulsión que lanza al lector a las orillas de la filosofía, la historia medieval, los grandes dramas de la historia política y universal y, por qué no?, a los grandes dilemas que se gestan en la individualidad del espíritu.

 



Borges podría haber sido nuestro, pero no. Se formó en las bibliotecas inglesas, discurrió con la estrecha aristocracia y tomo el agrio te sin leche mientras se encargaba de actuar en un drama permanente todos los rituales de odio de las repugnante y unánime oligarquía argentina. Sin embargo, no hay ni una línea mal escrita. Su estilo es perfecto, cada letra nos desnuda los temas centrales de su pensamiento. Desde el destino del hombre, sumido en el mero caos, hasta la detracción a la participación y el protagonismo de los movimiento populares; pasando por el tiempo, la vida, la muerte, los sueños, los sótanos, el universo, etc.

El Peronismo fue un hecho culmine y total de la historia política mundial y, como es de esperarse, tuvo a un gran enemigo; quizás aquel capaz de condensar y ocurrir en su obra toda la literatura universal transformada en mortíferos proyectiles de largo alcance cultural. En cada oportunidad que podía manifestaba vergüenza de levantarse a la mañana en una argentina peronista y considerar al justicialismo como una catástrofe nacional. Sin embargo, ningún escritor desde su aparición pudo ignorar su arte, ninguno pudo ser indiferente a sus líneas.

 

¿Cómo olvidar ésta historia?: clásico peronista ayudando a Borges a cruzar la calle (gentileza de Enrique Martín):

 

—¿Le ayudo a cruzar?
—Sí, por favor.
—Usted es Borges, ¿no?
—Sí, momentáneamente.
—¿Sabe?. Yo soy peronista.
—No se preocupe. Como puede apreciar, supongo, yo también soy ciego.
—Tranquilo, maestro, no pensaba dejarlo en el medio de la calle. Además, muchos peronistas como yo adoran su escritura.
—¿En serio?
—Usted escondió sus dos primeros libros de poemas que exaltaban el nacionalismo (Fervor de Buenos Aires y Cuaderno San Martín) a pedido de Victoria Ocampo y demases gorilas del grupo Florida.
—¿Cómo lo supo?
—Porque, como usted dijo, no soy ni bueno ni malo, soy incorregible, como todos los peronistas. Y me gusta la Historia completa. No sólo la de Mitre.
—¿Como a Marechal?
—Más o menos.
—Era bueno Marechal. Se lo dije.
—Lo sé, maestro. Usted no es tonto. Por eso me gusta.
—¿De veras?
—Claro que sí.
—Llegamos, Borges ¿Puede seguir solo?
—Claro. Siempre estoy solo, incluso cuando estoy feliz.
—Hágase peronista, entonces. Es feo ser feliz en soledad. Me lo dijo Leonardo Favio. ¿Lo conoce?